Pocas veces un número importante de mujeres se reúnen para darle las gracias a alguien. Esta vez lo han hecho. Son mujeres de Puebla de Sanabria que rezuman cariño a un tipo al que consideran «muy especial». Se trata de Carlos Mato, un hombre que es algo así como un padre para ellas.

Me decía Mari Jose la del bar Buenos Aires, el de los exquisitos pinchos de ternera, que es muy difícil explicar el sentimiento que Carlos Mato despierta en ellas. Pero no lo es tanto. Cualquier madre a la que alguien dedique media vida a su hijo, lo comprenderá.

Carlos, al que conozco muy bien y al que bien quiero, desde nuestras carreras en el Juan XXIII, es el perejil de todas las salsas juveniles. Él solito se monta equipos de fútbol que dan una salida a jóvenes aburridos de la Villa de la Puebla. Para colmo, los hace campeones.

El último éxito es haber logrado el campeonato comarcal de benjamines del colegio Fray Luis de Granada. Probablemente es un Mourinho de la chavalería. Solo que a él lo quieren y respetan, pero no lo temen. Ni tiene malos modos. Ni gana nada.

Recuerdo un día, hace tiempo, que me lo encontré con su furgoneta cargada de trofeos para no sé qué campeonatos. Le pregunté que para qué quería una furgoneta tan grande si los artículos deportivos de su tienda los servían a domicilio, y me dijo que la necesitaba para llevar a los niños a los campeonatos.

Carlos no entiende la vida sin el fútbol de sus pequeñines. Me dice Mari que gracias a él los niños de media Puebla son felices. Carlos organiza campeonatos donde no los hay, busca equipos debajo de las piedras y los lleva a jugar a Sanabria? ¡Y no cobra un duro!

Desde luego, rico no se va a hacer en dinero, pero en cariño va a ser el campeón. El verano pasado fui a su tienda a comprar una bicicleta para partirme la crisma por esas carreteras de Dios. Carlos no estaba. Carlos no está casi nunca. Carlos tiene cosas más importantes que hacer: llevar a los niños de aquí para allá en interminables campeonatos que no han sido capaces de acabar con él y su familia.

Dicen las madres que si no fuera por él, los niños vivirían un largo, gélido e inactivo invierno. Puebla ofrece muy pocas alternativas a los niños. Tirarse unas bolas de nieve a la cabeza y poco más.

Las madres, cuando se trata de sus hijos, siempre son muy egoístas. Y piden al cielo que Dios guarde a Carlos Mato muchos años más para que pueda seguir haciendo felices a los niños de Puebla y, en general, a los sanabreses. Porque en sus equipos de verano, siempre aglutina juventud de todos los pueblos.

A menudo me pregunto si no hay excesivos pinchadiscos a los que les hacemos extraordinarios homenajes porque han llegado a ser virreyes de Perú, en Perú, y muy pocos a los sanabreses desinteresados que consiguen ser súbditos ejemplares de los reyes de Sanabria que son los niños.

Desde luego, yo me uno al cariño de las madres sanabresas con este sanabrés ejemplar. No sé de dónde saca tiempo y fuerzas, pero jamás ha dicho no a un grupo de niños que buscaran su ayuda. Ni a un pueblo que le reclamara una medalla para sus hijos. Ni a nadie.

Me siento orgulloso de ser de la tierra de este tipo que se ofrece altruistamente, en estos tiempos de egoísmo, a quienes más le necesitan y quienes más disfrutan de cada cosa de la vida: los niños. Gracias por mi cuenta, también, Carlos.