No es creación de estos tiempos de crisis el Día del Seminario. Los operarios siempre fueron pocos para la gran tarea: la mies es mucha y pocos los segadores. En la parábola de la vendimia, el dueño contrata personalmente, trabajadores en la plaza: id a mi viña. Si se lo pedimos, el señor de la opima cosecha enviará operarios para la recolección. Las metáforas de la viña y la mies llevan a la misma exigencia: que no se pierdan las cosechas por falta de brazos. Pedir vocaciones es el compromiso comunitario y personal que el Día del Seminario recuerda hoy, con la angustiosa urgencia de una situación crítica. ¿Queda en este mundo desdichado algo bueno que no esté en crisis? La Iglesia nada por mantenerse a flote en medio de una de las crisis más difíciles de su bimilenaria historia. No le es dado esperar ayuda de un mundo desquiciado, una civilización cuarteada, una sociedad entregada al hedonismo y la codicia, una economía en quiebra y un pueblo con hambre. Solo la Iglesia está segura de la salida porque tiene asegurada por palabras eternas la pervivencia. Los que creen -me aleccionaba un día el profesor Tierno Galván- cuentan con una gran ventaja: tienen esperanza. Pero no solo hay que fiarse siempre de la Virgen; aquí y ahora, también hay que correr para dejar atrás el negro túnel. Aquí y ahora, la Iglesia está en crisis; lo están el conocimiento de los mandamientos, la recepción de los sacramentos, la autoridad de la jerarquía, el prestigio sacerdotal, las vocaciones. Tal vez la falta de seminaristas signifique el mayor desafío, porque su solución se antoja imprescindible para resolver los demás.

En estos días se ha informado de que en muy modesto porcentaje, son más los seminaristas ingresados en el último curso. Ojalá sea el signo seguro de que la caída de las vocaciones ha tocado fondo. En todo caso, parece conveniente que se profundice en las causas verdaderas de la caída para no repetirlas. No deja de sorprender el dato: de la guerra regresaron al Seminario todos los seminaristas, menos los muertos; la gran desbandada sacerdotal se produjo en los turbulentos años posconciliares. Habría que preguntarse por la causa de que los seminarios del cardenal arzobispo don Marcelo y del obispo Guerra Campos se libraron de la inconcebible debacle; seguramente tuvieron presente el dicho previsor: las experiencias con gaseosa. En aquel año primero de la posguerra y a pesar del lucido y muy satisfactorio alumnado, se pidió en este día por el aumento de vocaciones, concretamente por el envío de sacerdotes santos. Se publicó la revistilla «Mi Seminario», que había fundado y dirigía don David de las Heras y en la que dio a conocer el magistral Romero un bello soneto que comenzaba así: «Este seminarista de la beca escarlata/ que tiende a la tuya su mano vacía..»; terminaba con esta sorprendente premonición: «y verás entonces, por milagro del cielo/ convertida en hostia tu moneda de plata». Difícilmente se pediría con mayor finura literaria y elegante justificación de la limosna para el alevín de cura. Voy a intentar recuperar el soneto y enviarlo a la Conferencia Episcopal, por si valiera para el Día del Seminario de alguno de los próximos años. Los caminos de la vocación son diversos pero la meta es la misma. Y acaso no vendría mal recuperar algunos viejos modos y fórmulas.

Vocación y pobreza iban de la mano: la beca y el seminarista. En el momento del Ofertorio de la misa dominical de San Andrés salíamos con sendas bandejas Eutiquiano Marcos y yo, paisanos y compañeros de curso.

Don César, milagrero mayordomo del Seminario, nos había encarecido -y ensayado- que recitáramos con voz alta y clara: «Limosna para los seminaristas pobres». Recuerdo con gratitud al niño que dejaba en la bandeja las dos pesetas que le había entregado su abuelo: pensaba que el buen viejo era consciente de lo que significaba su ayuda a la fabricación de curas.

La verdad es que la familia, el ambiente y el párroco del pueblo favorecían las vocaciones. Lamentablemente, hoy son otras las circunstancias: en buena parte, la familia dejó de ser semillero de cristianos valores y los pueblos se quedaron sin gente y sin cura párroco.