Paquito, el pequeño de mi amiga Lola, siempre ha sido inteligente y despierto, muy despierto vaya. Cuando era más pequeño y le preguntabas qué quería ser de mayor, nunca contestó que astronauta, bombero o futbolista. Él siempre tuvo su vocación muy clara, alimentada por horas de espectador pasivo de telebasura: «Yo de mayor, quiero ser ladrón», espetaba. Y todos nos reíamos, mientras él nos miraba alucinado como quien mira a los lunáticos que viven fuera de la realidad y no ven a los Dionis, Roldanes, Julianesmuñoz y otros tantos de su especie paseándose por los platós de la tele y engordando las faltriqueras ya rechonchas a cuenta del prójimo, o sea, de los lunáticos.

Pero la persistencia del muchacho hizo que mi amiga se preocupara. «Tranquila, mujer, son cosas de niños, ya se le pasará con el tiempo». Así fue, al mocoso le empieza a salir pelusilla en el bigote y ahora ha proclamado su deseo de convertirse en directivo de una caja de ahorros al borde de la quiebra. En lugar de una Erasmus ha pensado en simultanear tal actividad con la política, de la que se alejaría en el momento de prejubilarse para «ser feliz». Todo un prodigio de evolución del pensamiento. Estoy segura de que para Reyes va a pedir dividendos sobre la cartilla abierta para la Universidad o una indemnización monetaria a costa de las notas del primer trimestre. Mi amiga está pensando en llevarlo al psicólogo, pero ya le he dicho que lo que tiene que hacer es prohibirle los telediarios. Que como se enteren los de Servicios Sociales que dejan al niño indefenso ante la pornografía se lo envían a un centro de acogida.