Mezcla de zoco, feria de atracciones, mercado global de «fast food» y campamento de refugiados del libro, la «Semana negra» de Gijón es, sobre todo, una ciudad efímera, de geometría variable, que se posa sobre la urbe como una estridente bandada de estorninos pilotada por Paco Ignacio Taibo II. Tras merodear entre sus librerías y recalar en la emblemática Negra y Criminal, de Paco Camarasa, cada año me hundo en su «megastore» de libros, donde aún guardan algún calor las cenizas del mayor incendio editorial de los últimos cincuenta años en España, el que provocara un gigante llamado Silverio Cañada. Allí obras literarias y de pensamiento de primera línea, editadas hace dos o tres décadas, se expenden a 1 euro, recordando una verdad terrible: de la inabarcable creación de la mente humana solo queda un débil rastro, que en seguida será una mancha en el pavimento, confundida con las meadas de perro.