Algunos políticos de estas tierras se inventan cualquier excusa para salir en la foto. No se les conoce por su diligencia, por trabajar como los demás, por cumplir con sus obligaciones oficiales o por desgastar sus botines en los caminos y las carreteras de segunda categoría que transitamos los ciudadanos. Sí se les conoce por vender humo, cortar cintas, asistir a ferias de turismo, disfrutar en galas y festejos de pandereta y, sobre todo, por adular y complacer al jefe de turno, aunque para ello tengan que recorrer unos cuantos metros de arcenes de alquitrán con el único objetivo de hacerse notar y, como digo, salir en la foto. No pueden vivir al margen de los medios de comunicación. «Si no le gusta lo que hago, dígamelo, jefe. Ya sabe que yo solo trabajo por y para usted», suele ser la frase más socorrida ante las vacilaciones o las críticas ajenas.

El jefe, aunque en conversaciones informales a veces reconoce que los modos de hacer y los comportamientos de algunos de sus subalternos no le agradan, admite, sin embargo, que tiene que seguir contando con ellos porque son muy útiles: hacen el trabajo sucio, mantienen a raya a los díscolos, controlan las alcantarillas de la vida política, animan a las masas desinformadas y, en definitiva, contribuyen a que todos los que viven o, llegado el caso, esperan vivir a la sombra de un cargo público puedan disfrutar de las ventajas del poder político. Los unos -subalternos- y los otros -jefes- se refuerzan mutuamente. Son la cara y la cruz de la política. Los subalternos, aunque son personas insignificantes o de poca categoría fuera del ambiente político donde se mueven habitualmente, son imprescindibles para los jefes. Para desempeñar su trabajo no requieren de ningún conocimiento especializado ni necesitan demostrar valías o cualidades extraordinarias. Es suficiente con que cumplan a la perfección el papel que se espera de un paje, un sirviente o un escudero. Sí, amigo Sancho, un escudero.

Si en la vida política, tal y como funciona ahora mismo en España, en Castilla y León y, sobre todo, en Zamora, los jefes ganan y los subalternos triunfan también, ¿qué sucede con los ciudadanos? Los ciudadanos perdemos cuando los políticos de turno, sean jefes o subalternos, emplean el tiempo recorriendo arcenes y caminos ajenos y, sin embargo, descuidan los asuntos que son de su competencia; cuando gestionan recursos y servicios públicos, que pagamos todos los ciudadanos, y se demuestra que otras administraciones hacen lo mismo de manera mucho más eficaz y eficiente; cuando se dedican a dar ruedas de prensa insustanciales porque hay que acompañar al figurín o al famoso de turno, y eso vende; cuando, en vez de cumplir los planes, los proyectos y las promesas electorales, miran para otro lado y se dedican simplemente a recordar los incumplimientos de los demás; cuando, en definitiva, ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Estos políticos son nefastos para la democracia y para Zamora. Los ciudadanos de esta provincia merecemos algo más. Mucho más. Muchísimo más.