Los vecinos creen que, aparte de chulos, peleas y mujeres en paños menores, no aportará mucho más a la localidad. El dueño, un lagarto detenido varias veces por tráfico de mujeres, dice que su «Paradise» será la panacea a la despoblación y el paro. Ni que las mujeres de la aldea fueran a meterse a trabajar en el puticlub como si fueran recolectoras de naranjas?

Yo creo que, a veces, el puritanismo, es símbolo de rancia intransigencia. No es que a mí me gustara poner una pilingui en el jardín de mi casa como si fuera un enanito de hormigón, pero de ahí a echarlas a los corrales antes de comenzar la corrida?

Los «decentes» no las quieren ni recogidas ni en la calle. Luego vemos a hombres que deambulan por las cunetas mendigando una palabra de consuelo o una caricia. Si no quieren el Paradise, que lo lleven a mi huerto. Seguro que traería más gente y con más dinero que el AVE.

Siempre han sido necesarias esas mujeres que se empolvan la nariz con arroz, te aumentan la talla una cuarta nada más oírlas y te hacen sentir melenudo aunque seas calvo de capirote. Mujeres convertidas en ángeles que comulgan con un gin tonic de agua que hierve con las burbujas de una aspirina. Muchachas que entre sorbo y sorbo van regando el florero con su vaso. Ángeles que te prometen el cielo, a cambio de que te pongas un condón y les pongas treinta euros.

Yo creo que estas chicas cantadas por Sabina, se merecen algo más que la calle. Siempre será mejor para ellas un lugar donde calentar su pena, que rondar por los pinares fríos acechando el amor silvestre.

Cuando las miras a los ojos tristes y opacos, te das cuenta de que para sacarles un poco de brillo, habría que utilizar la lija. Tan dura es la pena que se vislumbra en ellos, tan profunda y escondida como una taleguilla de torero.

Recuerdo con dolor a un amigo, desafortunadamente ido, que más de una vez se despertaba en la barra de los puticlub con el corazón flotando en una copa de whisky y el bolsillo hundido en el vacío. Le merecía la pena. Decía que aquello era un confesionario en el que la única penitencia que te imponían era pasar por caja.

Cuando murió, si hubiera podido elegir las plañideras, seguro que hubiera apartado a muchas de las mujeres compungidas que lo lloraban, para colocar a su lado un par de prostitutas. Su estética de muslo, canalillo y carrera en las medias, le hubiera dado más sentido a su óbito. Me imagino a las amantes de pago portando la corona. Parecerían Fernando Alonso, anunciando el triunfo de la carne sobre el rosario.

El rechazo a estas mujeres que buscan el pan detrás de las braguetas, es un síntoma de fariseísmo. Si Cristo le tendió la mano a la Magdalena, ignoro por qué estos nuevos cristos no dejan que los apurados le entreguen el corazón a las proscritas. Al fin y al cabo, el único pecado que cometen es el de no tener un camafeo de oro en la solapa con el retrato del pariente rico. Si acaso, el camafeo que alguna de estas amigas lucen, es un costurón en la mejilla, hecho por el chulo con una navaja cabritera.

La doble moral nos hace chicos como un grano de arroz chico. Con una mano ponemos una vela a Dios y con la otra le tocamos el culo al diablo que, en casos, no cobra por sus servicios ni lo que cuesta un guiño. Dejemos en paz, a las que paz traen a muchas braguetas solitarias, que laten emocionadas con cada verso que las poetisas del amor recitan con su cuerpo horizontal.