En la magna exposición sobre el África negra, que se muestra de momento en Gijón, más aún que la potencia y belleza innegables de las piezas y obras, importa la intención, bien explicitada en su discurso: realzar el valor de unas culturas ancestrales complejas y diversas, superando la vieja tentación de relegarlas a mero primitivismo. La muestra se erige así en un aula didáctica que cuestiona nuestros gestos de superioridad, y hace una llamada al poder integrador de las raíces y la vinculación genuina con la tierra. Opera también como respuesta al pasmo que siempre nos produce la elegancia de los individuos de esos pueblos: el origen de esa distinción estaría en la dignidad, un atributo de quienes se sienten y saben arraigados a un tejido cultural rico y secreto, a una memoria honda que les permite ser altivos, incluso mientras algunos se ganan la supervivencia por medio del «top-manta».