El secreto tal vez esté en que, por la vaguedad de sus apreciaciones, por la impersonalidad de sus datos, es fácil vernos reflejados o incluidos en ellas como protagonistas o posibles actores. Normalmente han sido un truco usado por los Gobiernos para conseguir darse autobombo. La Estadística como tal es cierto que es una ciencia y, con esa base, hoy a veces para muchos las estadísticas influyen más que los investigadores. Pero no son dogmas.

Veamos. Estadísticamente, hay jóvenes, en Zamora como en tantos otros lugares, que son capaces de pasar seis o siete horas en esos centros tecnológicos llamados cibercafés, cuando no lo hacen en sus casas. Ciertamente, aquí no abundan demasiado. Pero la media que nos dan las estadísticas viene a ser esa. Colocan en las ranuras sus euros, enchufan el aparato con avaricia (porque cualquier espera les resulta desagradable o insufrible) y se dedican con furia misteriosa -e intrigante para el que mira desde fuera- a buscar por el hecho simple de buscar algo sobre cualquier tema posible o imaginable. Es como si tuvieran necesidad o anhelo de tener más datos que nadie sobre algún asunto. Algo similar a lo de los móviles de última generación. Un enlace los conduce a otros y siguen la senda. Han globalizado las formas de comunicación más inexplicables. Usan vocablos como descargar, chequear, enviar, formatear, chatear, lanzar y otras parecidas; y si no las comprendes, es que estás fuera de onda y no entras en el juego. En este mundo nuevo todo el mundo tiene su clave y, si no, no le dejan jugar o entrar en el juego.

Ahora que muchos dicen que no se lee, que hoy nadie lee, se comete con ello un error. Hay que verlo como falso, en realidad. Hoy se lee más que en ninguna otra época del mundo, solo que otras cosas. Los jóvenes y adolescentes se remiten y envían miles y miles de mensajes. En cada «ciberlugar» comarcal o regional se envían cientos de miles, por no decir millones, de correos electrónicos. En España, como en otros países, desde los teléfonos móviles salen millones de mensajes continuamente. Una verdadera locura de palabras abarrota la vida diaria, porque hoy todo se ha convertido en información, en rapidez de noticia, todo se ha integrado; y se percibe, por ello, una gran soledad. Pero la soledad ha encontrado compensación: hay amigos virtuales, amantes virtuales, confidentes virtuales, destinos virtuales, fantasmas virtuales, esperanzas virtuales. En algún lugar no sería raro descubrir, por poner un raro ejemplo, a una monja sentada cómodamente mientras se inventaba una personalidad distinta de la propia a través de un chat, simulando ser una dama de compañía en una empresa de traslado de muebles antiguos que desea tener noticias de la vida que se llevaba en Oslo o de qué se bebe en Vancouver o de lo hablado en una academia suajili de Dar-es-Salam, en Tanzania. Aún no se ha escrito un gran libro que nos dé a conocer los secretos de los cibercafés, sobre todo de las grandes ciudades donde se supone que la soledad individual es mucho más profunda que la que pueda existir en ciudades pequeñas como Zamora o en localidades rurales como las de nuestra provincia. Los ángeles y demonios de cada persona se sientan a la mesa del teclado y los nombres inventados vuelan como pájaros por la gramática del espacio virtual. En esos momentos la realidad se difumina y surgen ilusiones nuevas que muchos necesitan para poder seguir viviendo. Se es quien se sueña ser o quien se quiere ser y se buscan unos deseos y unas experiencias nuevas, aunque sean falsas.

Tal vez por eso, en este campo los viejos desconfían de la juventud: porque han sido jóvenes antes. El ciberespacio es una tela de araña y para atrapar está hecha con hilos brillantes y suaves de seda y con promesas en las que queremos ver las estrellas fúlgidas de nuestros destinos. Pero al final son solamente sombras del mundial deambular desorientado.