L a jornada de clausura del XV Pórtico de Zamora estuvo encomendada a uno de los grandes veteranos del repertorio barroco, Eduardo López-Banzo, al frente de su grupo Al Ayre Español. No cabe duda de que, si viviéramos en un país menos sordo, más volcado en la música y sus intérpretes, un director de la talla de López-Banzo se vería respaldado por un inquebrantable apoyo institucional plasmado en una orquesta completa con coro y solistas, con capacidad para abordar cada año una ópera de Haendel, un estreno en tiempos modernos de alguna ópera barroca española, diversos programas camerísticos y recitales vocales. Pero en el país en el que vivimos, López-Banzo vino a interpretar música de cámara. Ahora bien, se trataba de algo tan exquisito e interesante como las sonatas del opus 5 de Haendel, páginas de madurez del compositor y que plasman gran parte del talento que le convirtió en el reputado compositor internacional de óperas que fue durante toda su vida.

Si algo define el estilo de Al Ayre Español es sin duda la representación de los afectos: cada una de las emociones expresada en la partitura se plasma de la forma más vívida posible para impactar al oyente. Así sucede con los tempos lentos, donde floridos ornamentos recorren el teclado de López Banzo en caprichosas figuraciones de gran expresividad, o en los tempos rápidos fugados (los allegros de la sonata Quinta y Sexta), donde los dos violinistas solistas, Alexis Aguado y Kepa Arteche, parecían perseguirse en el intercambio de revoloteantes cascadas de notas descendentes. Realizar estos mismos dibujos simultáneamente a distancia de una octava tiene una dificultad añadida, un reto que el violonchelista Leonardo Luckert y el contrabajista Xisco Aguiló abordaron con pasión y brillantez. El archilaúd de Juan Carlos de Mulder disfrutó especialmente de los momentos en los que podía ornamentar sin depender de la presencia sonora del cembalo, como en la preparación de la gran pausa dramática que sirve de final en el largo de la sonata Quinta en sol menor o el air de la misma pieza. Sin embargo, una muestra de la máxima calidad de un grupo radica en que sus componentes se escuchen y se dejen espacio para ornamentar casi al mismo tiempo, como sucedió al final de los emocionantes tiempos lentos de las sonatas en fa mayor y sol menor.

Como explicó el propio López Bánzo al responder al generoso aplauso del público con dos propinas, hay algo de clásico en la renuncia de Haendel al drama en el final de las obras, que son casi siempre sencillos menuets, sin la carga emocional de los allegri que los anteceden. El concierto queda para el recuerdo en la memoria colectiva de un Pórtico más florida e instrumentalmente barroco que nunca.