El filósofo Régis Debray escribe en su "Elogio de las fronteras" que una comunidad sin un exterior que la reconozca no tendría "lugar de ser", del mismo modo que una nación que estuviera sola en el mundo vería desaparecer su himno nacional o su equipo de fútbol. Así, si el Barça estuviera solo en la Liga, sin una comunidad exterior (generalmente de color blanco) que reconozca al equipo de Luis Enrique como el equipo a batir, los culés no tendríamos "lugar de ser" y vagaríamos por los bares en los días de partido como el fantasma de Obama vagará por la Casa Blanca de la familia Trump. Un Barça que estuviera solo en una hipotética Liga catalana dejaría de tener sentido, y peligraría no sólo el himno sino el propio equipo. Así que está bien que existan fronteras futbolísticas, está bien que exista un Madrid que gira alrededor de Sergio Ramos, y estaría bien que el Barça jugara en la Liga española incluso en una Cataluña independiente y, por lo tanto, más triste.

Los culés queremos que "los otros" pierdan siempre, pero no debemos olvidar que, para los madridistas, "los otros" somos nosotros. Y está bien que así sea porque esto es solo un juego, y no tiene nada de malo que un culé se alegre de la derrota del Madrid en Sevilla como tampoco tiene nada de malo que un madridista desee que la Real Sociedad elimine al Barça en la Copa. El fútbol vive de esta rivalidad. Ahora bien, Debray también dice que el día en que un hombrecillo verde con mil patas y una larga trompa aterrice en la plaza de la Concordia, la Humanidad tomará por fin forma y cuerpo, por contraste con un fondo. La fraternidad sin límites frente al extraterrestre haría que los culés no nos comiéramos las uñas cuando vemos a Ramos rematar de cabeza y que los madridistas no cerraran los ojos ante las diagonales de Messi. Cuando los futbolistas del Barça y del Madrid juegan en la selección española hay conexión, pero la conexión no es lo mismo que la complicidad. Contra un equipo extraterrestre, los culés y madridistas serían mamíferos humanos enfrentándose al invasor verde, y en ese caso los culés gritaríamos "¡Gol de Ramos!" incluso cuando no es en propia puerta. Eso sí, hasta que lleguen los extraterrestres a la plaza de Cibeles o a la fuente de Canaletas con ganas de jugar al fútbol, los culés seguiremos temblando cada vez que Ramos pisa el área rival y los madridistas tendrán pesadillas con la pierna izquierda de Messi.