Las tradiciones se alimentan de tiempo y de gente, respiran espíritu de unión y sueñan con la eternidad. Todas esas condiciones las cumple el mercado medieval de Sanzoles. Lleva celebrándose..., ni se sabe. Reúne todos los años a los vecinos (bueno, al menos a una parte representativa de los residentes) y busca la consagración profana para quedarse muchos años en la plaza del pueblo.

Esta edición, además, contó con un elemento esencial en las celebraciones populares, la música tradicional, esa que adereza con lo mejor del pasado todas las reuniones masivas del presente. La hubo, y muy buena, Luis Pedraza es un músico consciente de que el legado popular ya está casi todo en manos de los músicos como él. Se mueren los mayores y con ellos se va un acervo irrepetible, que ya nunca va a estar, una cultura que se está marchando por la gatera del tiempo y del olvido. Los sones populares solo crecerán en manos de quienes aman las costumbres y buscan la pureza sin atarse al pasado.

La gaita y el tambor se mezclaron entre los presentes en el zoco devolviéndolos a un tiempo en que los días y las noches tenían puerta de entrada y de salida y los sentimientos cabalgaban sobre los trabajos del campo como hoy los hacen los surfistas sobre las olas, con suavidad, pero a galope desbocado.

En el mercado hubo de todo: para comer y para llevar. Roscas, helados, bisutería, miniaturas, lotería... Y, como no, la figura del Zangarrón presidiéndolo todo, porque en Sanzoles nada es sin el Zangarrón. La asociación que vela por las esencias de la mascarada, muy visible, no faltó, claro, a la cita, ni tampoco las águedas con varios puestos. Se echó en falta el dinamismo de la otra asociación cultural, Melitón Fernández, que no se hizo visible en el ágora municipal.

El zoco, como todos los años, sirvió además de para comprar productos de la tierra, para escenificar la hermandad entre los vecinos, tan necesaria en un pueblo que, como todos los demás, está sufriendo hemofilia demográfica y va perdiendo su gente a cuentagotas.

Quizás se echa en falta desde hace años un puesto vacío con un cartel que diga: "Este es de los que se han ido". El ámbito rural se muere y ni los familiares se dan cuenta de que sin capital humano no hay nada. Hay tradiciones que han durado miles de años, el Zangarrón sin duda es una de ellas, pero quizás en pocas décadas todo se va a mustiar porque nadie quiere ver la niebla que ya nos envuelve. Que el ámbito rural no espere que nadie venga a salvarlo. Y cuando uno está enfermo, lo primero que hay que hacer es quejarse. Y si duele mucho, gritar.