Sin la presión del reloj sobre la cabeza, como él mismo describe, Luis Miguel de Dios ha encontrado el anhelado reposo para escribir. Las ideas fluyen, casi atropelladamente, como le ha tocado vivir muchas veces el oficio. Cuando todavía se estaba cocinando "El llanto del trigo" ya tenía en la cabeza una novela. Dice este periodista curtido en la profesión por tierra, mar y aire -si lo asimilamos a prensa, radio y televisión-, que el oficio le mató las ansias literarias. Ya sin excusas, Luis Miguel de Dios debuta con un libro de cuentos. Un relato con alma y sincero sobre vivencias rurales, las que ha mamado, impregnadas de ternura y tristeza. El libro se presenta el jueves en el Club La Opinión-El Correo.

-Decía Oscar Wilde que la diferencia entre el periodismo y la literatura es que el periodismo es ilegible y la literatura no se lee. Corría el siglo XIX ¿valdría la reflexión en estos tiempos?

-Con el periodismo estoy muy preocupado, fundamentalmente porque ahora hay mucha información inducida. El otro día hablaba con Jiménez Lozano sobre este asunto y estaba preocupado también porque decía que no se cuentan cosas, no se dan noticias. Decía que lo que se estaba haciendo, y en eso coincido plenamente, es información inducida, declaración sobre declaración. Y si tienes en un medio cuatro redactores y te convocan doce ruedas de prensa es imposible que investigues nada. Ahí está la clave. A lo mejor soy una "rara avis", pero yo aprendí periodismo en la Redacción y en la calle, y ahora mismo está en las ruedas de prensa, en Internet y en los comunicados.

-¿Espera entonces más de la literatura en la que acaba de aterrizar con su primer libro?

-Bueno yo creo que en la literatura se viene hablando de la crisis desde Homero. La épica desapareció, luego entró la lírica y después el teatro. En el Siglo de Oro, nadie escribe novela hasta que aparece "El Quijote", porque lo importante era triunfar en el teatro. El XIX es un siglo tremendo, de grandes novelistas, y en el XX hay grandes escritores. El peligro de ahora es que la gente lea en el libro electrónico y se pase del papel, aunque me cuentan que está resucitando. Yo le hice una entrevista a Miguel Delibes el día que publicó "Los santos inocentes" y una de las cosas que me dijo es que iba a hacer siempre novela corta porque hay tanta oferta de lectura, televisión o cine que la gente no se va a parar a leer.

-Bueno, después escribió "El Hereje".

-Efectivamente pero hasta entonces sus novelas eran más bien cortas.

-Después de una trayectoria periodística contando lo que pasa ahora ha decidido contar lo que quiere, ¿ha encontrado el reposo necesario para escribir?

-Sí, lo que pasa es que no del todo. Cuando llevas muchos años en el periodismo te acostumbras a trabajar y a escribir con el reloj sobre la cabeza y entonces, cuando tienes mucho tiempo por delante, te lo tomas tan en serio que como no te gusten los dos primeros párrafos lo dejas. La literatura es muy distinta y en mi caso reconozco que el periodismo me mató las ansias literarias durante mucho tiempo. Llegabas a casa cansado y luego era un poco perezoso, en el sentido de encontrar alguien que lo publicara. Entonces lo vas abandonando, pero al final es de esas cosas que sabes que las vas a acabar haciendo porque es más fuerte el impulso y la necesidad que las adversidades de la vida. Ahora que ha salido este libro hay muchas cosas de las que tengo por ahí pensadas que las acabaré haciendo.

-Entre ellas una novela, creo.

-Sí, he escrito ya un folio (risas). He dedicado bastante tiempo a documentarme.

-Volvamos a "El llanto del trigo", prologado por Juan Cruz (notable periodista de "El País"), quien además de evocar la visita que hizo a su pueblo, habla de Luis Miguel de Dios como un vallisoletano de Guarrate, con permiso de Zamora. Yo también tengo esa sensación.

-No. Yo siempre he presumido y me he considerado de Guarrate fundamentalmente, y de Zamora también. Lo que pasa es que me he pasado 35 años como periodista en Valladolid; es una ciudad a la que quiero muchísimo y me rebelo contra quienes la acusan de todos los males habidos y por haber de esta tierra. No es verdad y además (igual me tiran una piedra), es la ciudad más abierta de todas las castellano-leonesas con diferencia, quizás porque sea la más grande.

-Juan Cruz revela en el prólogo del libro que le quiso llevar a Madrid. ¿No le tentó la idea?

-Sí, me quiso llevar a la Sección de Cultura pero yo estaba a gusto en Valladolid y me quedé. A Juan Cruz le conozco porque fui corresponsal de "El País" en Valladolid durante 16 años. Pero estrechamos la relación a raíz de la visita que hizo a Guarrate, la merienda en la bodega...

-"El llanto del trigo" muestra de dónde viene Luis Miguel de Dios. De un pueblo castellano y de una familia de agricultores curtidos en la dureza del oficio. ¿Por qué ese poso de amargura y hasta de dolor en los relatos?

-Porque en esta tierra lo ves. Abres los ojos y ves la gente que ha emigrado, la que ha vuelto y ha tenido problemas, la gente que lo ha pasado fatal. Hay dos cuentos en los que se describe de alguna manera a esas familias de agricultores pequeños, obreros del campo con nueve y diez hijos que se tienen que marchar. Y no se quieren ir. Los pueblos han venido a menos; no se si no hemos sabido, si no nos han dejado, pero ves que brota un poso de amargura, de tristeza, de dolor.

-Y el trigo como símbolo de esa convicción tan fatalista.

-El trigo es la metáfora de la agricultura, lo que mejor la refleja. El trigo llora por esos hijos que se han ido, por esa gente que no ha podido quedarse y por la propia realidad de un despoblamiento, de muchísimos problemas que nadie soluciona.

-Por la senda que va el mundo rural parece que estamos en un camino sin retorno, ¿algún día los pueblos recuperarán la vitalidad y el dinamismo de entonces?

-Albergo esperanzas porque no se dónde vamos a llegar, pero tal y como está la situación desde luego no. Volviendo a los maestros, a Delibes lo echan de "El Norte" como director porque en los años 60 estaba denunciando estas cosas en una sección que se llamaba "Ancha es Castilla". Él se tiene que marchar y lo que hace es denunciar eso mismo a través de la literatura. No puede contar lo que está pasando en los pueblos pero escribe "Las ratas" o "Viejas historias de Castilla la Vieja"; libros en los que hay un componente de denuncia.

-Igual que en los relatos de su obra; ahí está, por poner un ejemplo, "Elegía de Quijotinín", donde describe la batalla de los agricultores contra el papeleo, la burocracia y las siglas.

-Es que es un problema gordísimo, yo lo estoy viendo todos los días. Lo he hablado con gente que está en despachos atendiendo a los agricultores y te exponen esos problemas. Gente que deja de hacer alguna cosa por las trabas burocráticas; al final el agricultor se da cuenta de que el otro no sabe nada más allá de los papeles, pero quien tiene que pagar es él.

-En el fondo cada relato es una pedagogía periodística, para algo ha servido el oficio...

-Otro colega nuestro, Carlos Blanco, me decía que se nota en los cuentos que he sido periodista; quizás porque no me entretengo en exceso en descripciones sino que vas más directo, una lectura fácil. Es breve y contundente.

-Llama la atención la profusión de motes. El Berretes, el Sopapo, el Cerebrito, el Morceñas... Con semejante retahíla es inevitable transportar el recuerdo al Mochuelo, el Tiñoso o el Guindilla de Delibes. ¿Por qué utiliza tanto ese recurso?

-Está en el ambiente de los pueblos y hay gente que tiene una habilidad especial para ponerlos, aveces simplemente es abrir los ojos. Suelo contar una anécdota que oí de niño a un señor de Fuentelapeña contársela a mi padre cuando estábamos regando. Decía que había llegado al pueblo una boticaria y nada más bajar del coche de línea ya la bautizaron como "las seis en punto", porque era muy alta y muy delgada.

-Volvamos al oficio, a ese privilegio que tuvo de compartir la Redacción con periodistas de la talla de Miguel Delibes, Jiménez Lozano, Altés... Echará de menos aquella manera de trabajar con semejantes maestros.

-Yo mucho, porque el periodismo se vivía de otra manera. Estuve en "El Norte" años y años en los que días y días no había ruedas de prensa y había que coger a veces la guía e ir a buscar las cosas, sacar entrevistas, ir a la calle. Me acuerdo de Miguel Cerrillo que trabajaba por las mañanas en el Catastro y por la tarde iba a hacer teletipos y los toros; cuando venía nos contaba las cosas que se comentaban en el Casino y a partir de ahí ibas directamente a buscar la noticia. Entré en el 73 a hacer un mes de prácticas y mi sorpresa fue el día que vi entrar a Delibes por allí, me quedé helado. También iba Jiménez Lozano que trabajaba entonces en la Librería Lara. Iba Manu Leguineche, Javier Pérez Pellón, el corresponsal de TVE en Italia que era de Valladolid o Umbral, que estaba en Madrid y se pasaba por allí, o Pepe Oneto... y solían hacer tertulia en la Redacción. Mientras tu estabas llamando por si había algún suceso les estabas oyendo, sin querer te convertías en una esponja.

-Con Miguel Delibes llegó a establecer una relación más cercana, aunque no era una persona de entrada muy abierta, cuentan.

-Sí, como sabía que era de un pueblo y de origen agrario, un día me preguntó cuánto podía dar en mi pueblo una hectárea de cebada y yo no sabía calcular hectáreas y kilos, yo calculaba fanega con fanega como me había acostumbrado desde pequeño en casa. Hice ese cálculo para traducirlo luego a hectáreas y kilos, y le hizo mucha gracia. A partir de entonces empezó a preguntar más veces; cómo se llama en tu pueblo tal cosa o cómo se dice esto.

-Hasta se sentó en la cocina de su casa en Guarrate y mantuvo una larga conversación con su padre, Uve, que le ilustró en asuntos agrícolas.

-Efectivamente. La relación se estrechó cuando él estaba haciendo una serie que se llamaba "La vuelta a mi mundo en 80 folios", que luego se transformó en un libro delicioso titulado "Castilla habla". Él quería hacer un capítulo sobre la entrada de España en el Mercado Común y me llamó para preguntarme por alguien que entendiera del campo y hablara el lenguaje de antes. Se me ocurrió decirle que en mi pueblo había siete u ocho agricultores que eran de la cuadrilla de mi padre, pero me dijo que no le gustaban los barullos y prefería solo con él. De hecho, el último artículo de ese libro, sobre Castilla ante el Mercado Común, es una conversación con mi padre y de paso es un reportaje sobre Guarrate y de alguna forma sobre la comarca. Delibes era una esponja, conocía muy bien Castilla, sobre todo Burgos y Tierra de Campos. Pero tenía menos conocimiento de esta zona, por eso cuando llegó y vio aquellos campos de verde dentro de los secanos le llamó mucho la atención y decía que aquello era la Castilla de los parches verdes.

-Ya sin semejantes referentes, este oficio ahora se encuentra un poco huérfano sin periodistas de ese calado.

-Sí y es una pena. Ahora la referencia es Wikipedia e Internet. Me ha pasado que estando trabajando en Radio Nacional, venía la gente joven con máster y no se cuántas cosas pero no te hacían caso en muchas historias, iban directamente a Wikipedia. Incluso algo que para mi era más doloroso, venían de una rueda de prensa e iban primero a ver qué contaban las agencias para no equivocarse. Yo tuve la gran suerte de tener a dos fenómenos en la dirección del periódico Fernando Altés, que dejaba hacer, y José Antonio Antón, que tenía un criterio muy bueno para valoración de noticias. Otro de mis grandes referentes fue Emilio Salcedo, un intelectual de una talla extraordinaria, al que por cierto no se le ha hecho justicia porque la mejor biografía de Unamuno la hizo él y mucha gente ha "chupado" de ella sin citarlo.

-Dibuja un escenario poco o nada prometedor para el futuro del periodismo, ¿es pesimista?

-Yo siempre tengo esperanza. Me gusta repetir lo que le oí por primera vez a Juan Cruz de Scalfaro que decía que el periodista es gente que le cuenta la gente lo que le pasa a la gente; entonces mientras haya gente a la que le pasan cosas y alguien dispuesto a contarlo esto seguirá. Lo que pasa es que tenemos que hacer una reflexión muy seria sobre dónde queremos llevar el periodismo, dejar de mezclar opinión con información, dejar de saber de todo, ser un poquito más autocríticos y bastante más humildes de lo que en general somos en esta profesión. Y en ese aspecto tiene un poco de culpa la avalancha del periodismo deportivo, nos convertimos en estrellas cuando no tenemos que serlo.

-¿No es más peligrosa la avalancha de una información en muchos casos no contrastada?

-También. Pero el periodismo deportivo, que en este país está muy desarrollado y hay grandes periodistas y excelentes programas, creo que está sobrevalorado. Y eso que yo he hecho también periodismo deportivo.

-En realidad ha trabajado en todos los medios. Periódico, radio, televisión, algo para agencias ...

-Sí y siempre he tratado de aprender, tener los poros bien abiertos, tratar de ser humilde.

-Kapuscinski decía que para ser buen periodista hay que ser buena persona...

-Estoy de acuerdo, intentar ser buenas personas y fieles a las cosas en las que crees; no doblar la cabeza. Y ahora con la literatura, marcarte una disciplina y si te salen mal las cosas, seguir escribiendo.

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