N o me cambio de partido por nada, ni por cien millones". Esa frase u otra similar, pero con el mismo mensaje, fue el titular de una entrevista que le hice a Gildo (Hermenegildo Píriz) hace 30 años o así -que el tiempo es líquido y se escapa por las costuras-, cuando él era alcalde de Fermoselle por la UCD. A los pocos meses, claro, se pasó a AP, como hicieron otros muchos regidores en Zamora y otras provincias, huyendo de la quema del partido centrista, abierto en canal por los intereses de las familias políticas que lo desarmaron. Gildo tuvo que aguantar críticas y chanzas de sus vecinos, pero su decisión no tuvo que ver con ninguna compra y sí con los intereses del pueblo, que ganó conexión con la Diputación y se enganchó en un buen vagón a las obras provinciales.

Así era Gildo y así eran aquellos tiempos, donde la necesidad se convertía en virtud o se ahogaba en la pena negra. Los mandatos de Gildo como alcalde fueron muy prolíficos para Fermoselle, que consiguió recomponerse en parte tras la sangría de la emigración que se prolongó durante décadas y dejó exhausto a un pueblo que sumó a finales del siglo XIX cerca de 5.500 habitantes. Fue un alcalde racial, de carácter, temido por sus enemigos y también por los políticos "amigos" de Zamora, los que repartían el bacalao. "A Gildo no hay nadie que le toree", le escuché decir alguna vez. Y era verdad porque imponía con su presencia, su voz gastada de vendedor y su inteligencia natural, labrada entre los culebreos de la supervivencia.

Ir a Fermoselle, al centro, a la Plaza Mayor y era verlo a él. Siempre estaba allí. Por oficio y por curiosidad. Lo sabía todo del pueblo y de los vecinos. Siempre le echaba la bronca -cariñosa- al periodista por alguna noticia que no le hubiera gustado. Había que conocerlo para no tener en cuenta sus comentarios acerados.

Contrariamente a lo que le pasa a muchos alcaldes, cuando él se encontraba más a gusto en su pueblo era en las fiestas y sus preparativos. Disfrutaba con los encierros y con su parafernalia. Y resolvía los problemas cuando llegaban. La última vez que lo vi estaba con Manuel Luelmo. En Fermoselle, claro. Pelo blanco, amplia presencia y ojos listos. Así era él. Un alcalde con arrestos.