Justificar desde las cúpulas de las formaciones políticas que los corruptos son unos pocos que mancillan con sus actuaciones fraudulentas el buen nombre de las instituciones a las que representan, es simplificar un problema que nadie quiere abordar en toda su extensión. La realidad es que las comisiones de investigación, el linchamiento público que soportan los corruptos, las expulsiones, los ceses, las dimisiones y el endurecimiento de las penas impuestas por los jueces no son suficientes para poner orden en un sistema político que no ha sabido madurar con el tiempo.

Una ley electoral que permite que la aritmética parlamentaria no se corresponda con el número real de electores es una frustración enquistada que merma sistemáticamente la credibilidad en el sistema representativo; la poca transparencia en la financiación de los partidos a la hora de sostener sus entramados administrativos y el desarrollo de las campañas electorales; la selección discrecional por parte de las organización de los partidos de quienes nos representarán, que sigue sin tener en cuenta en muchos casos, la formación del aspirante y su experiencia profesional; el sistema caciquil empleado en otras tantas formaciones para que sus líderes se rodeen de una cohorte de servidores fieles, estómagos agradecidos, que coreen sus bondades, son cuestiones habladas hasta la saciedad pero con poca voluntad de resolver.

Si queremos que en nuestro país la corrupción sea un mal sueño del pasado, es imprescindible clarificar las relaciones entre el poder político y el económico, adaptar la legislación a los tiempos actuales y modificar la cultura social permisiva con el fraude privado y crítica con el público.

Para todo esto necesitamos líderes en todos los sectores sociales que asuman un papel determinante en la lucha contra la corrupción y ciudadanos comprometidos que ayuden a depurar un sistema político y social que necesita imperiosamente renovarse.

Se están haciendo llamamientos continuos por parte de los ciudadanos, reclamando cambios efectivos que algunos líderes políticos son incapaces de ver. Hacer una lectura en términos de sorpresa sobre la victoria de Pedro Sánchez frente a Susana Díaz es ponerse una venda en los ojos. Llevamos mucho, pero que mucho tiempo reclamando gestos y cambios efectivos que no terminan por llegar. Susana Díaz representa el apoltronamiento de una cúpula dirigente envejecida, incapaz de dar respuesta a los problemas de la sociedad actual, que se nutre además, del voto cautivo de los militantes agradecidos. Pedro Sánchez, con sus errores de novato, representa el liderazgo fresco y audaz por el que una militancia apuesta para destronar de una vez por todas lo que suena a corrupción y radicalismo exacerbado. Esas voces alarmistas que tachan a las bases del PSOE de inconscientes y poco reflexivas se equivocan, porque en cualquier caso son mayorcitos y saben lo que hacen.

Hay otros líderes que con una excelente puesta en escena captaron inicialmente y con mucho éxito el voto de los descontentos, de los que exigían reformas y no veían en los viejos partidos la respuesta a sus demandas. Lo lamentable es que cuando se han visto en la cúspide olvidaron muy pronto sus orígenes y dejaron de oír a las bases. Vistalegre fue un ejemplo de democracia interna en donde eligieron a la cúpula dirigente y al mismo tiempo exigieron unidad. Unidad que no debieron entender los vencedores, ya que a la primera de cambio depuraron las voces críticas.

Queda mucho camino por andar, pero entiendo que estamos en un momento en el que se necesitan liderazgos sólidos, generosos y creíbles que aglutinen a todos los sectores.

Los líderes actuales saben que las bases desean participar en la toma de decisiones y que su papel dentro de la organización no se puede limitar a pagar una cuota y dejar hacer a sus responsables. Pero para que esta participación de los militantes se haga de una manera eficaz y no se caiga en el populismo de la consulta indiscriminada, es necesaria una educación práctica por parte de todos y que las decisiones adoptadas de forma asamblearia sean vinculantes.

Es necesaria una voluntad real para que el poder, los sectores económicos y sociales se pongan de acuerdo para iniciar una reforma en profundidad del sistema democrático que empezó andar en el 78. Una reforma sosegada y sin extremismos que adulteren el proceso.

Lo que ha pasado en las primarias del PSOE puede ser un punto de inflexión para que otras formaciones políticas se liberen de sus pesadas mochilas. No hay que tener miedo a los cambios, siempre que se hagan con moderación y con el mayor consenso posible, lo que no podemos seguir consintiendo es que la corrupción, las malas formas y el quebranto continuo de la Ley se instale indefinidamente en nuestra sociedad.