El éxito depende del esfuerzo". Sófocles. Me imagino que muchos padres que lean esto no estarán de acuerdo conmigo, yo tampoco estaré de acuerdo con su criterio.

Escribe Virgilio en Las Geórgicas, un largo poema dedicado al laboreo en el campo: "labor omnia vincit improbus" (el trabajo perseverante vence toda dificultad). Una frase, que de tanto repetírnosla nuestro profesor de latín, acabó convirtiéndose en un mantra del que echábamos mano tanto para embellecer la página de un cuaderno, como para ponerlo como frontispicio en cualquier libro de texto. Nos la hizo memorizar para luego traducir y luego comprender.

Pero no se detenía solo en que nos esforzáramos traduciendo a Virgilio, sino que emparentaba este poema con otro poema de Horacio que iba desgranando en voz alta, mientras miraba a través de la ventana dándonos la espalda a nosotros, sus discípulos: "Beatus ille qui procul negotiis,/ ut prisca gens mortalium/ paterna rura bobus exercet suis,/ solutus omni faenore", (Dichoso aquel que lejos de los negocios,/ como la antigua raza de los hombres,/ dedica su tiempo a trabajar los campos paternos con sus propios bueyes,/ libre de toda deuda).

Luego, como si hubiese abarcado con su mirada todo el campo exterior, se volvía para enfrascarse en una larga perorata moralista haciéndonos comprender que nada se regala en esta vida; concluyendo con la explicación de la ley del mínimo esfuerzo. De cómo un par de físicos fueron de excursión a una selva descubriendo en ella un grupo de orangutanes ociosos. Por curiosidad se detuvieron para observar su comportamiento; para ver qué hacían aparte de dormir o rascarse la barriga. Llegada la hora del hambre, ni físicos ni simios hicieron esfuerzo alguno por moverse, unos, para extraer la comida de sus mochilas y los otros, para recoger la fruta abundante que tenían a su alcance. Llevaban tanto tiempo sentados y aperreados, que ninguno hizo intención de abandonar su cómoda posición deduciendo con ello lo que suponía el mínimo esfuerzo.

También yo hoy aplico esa ley y en vez de pensar, me arrimo a un libro y simplemente leo: "No dejes que termine el día sin haber crecido un poco, sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños. No te dejes vencer por el desaliento. No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte, que es casi un deber. No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario. No dejes de creer que las palabras y las poesías sí pueden cambiar el mundo. Pase lo que pase nuestra esencia está intacta. Somos seres llenos de pasión. La vida es desierto y oasis. Nos derriba, nos lastima, nos enseña, nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia. Aunque el viento sople en contra, la poderosa obra continúa. Tú puedes aportar una estrofa. No dejes nunca de soñar, porque en sueños es libre el hombre. No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas" (Walt Whitman).

A todos nos ha estremecido e indignado estos días cómo es posible que muera de coma etílico una niña de doce años. Seguro que la mayoría culpará a la muchacha y no a la irresponsabilidad de unos padres permisivos. Seguro que muchos se declararán contrarios a los botellones, pero pocos al escaso control de los progenitores por indagar dónde celebran o pasan las horas sus hijos.

No seré yo quien les censure, pero sí puedo testificar que, en los años que regenté mi café, era casi habitual ver algunos matrimonios a altas horas de la madrugada acompañados de niños de escasa edad.

Mientras este país, antes llamado España, está pendiente de si una estrella de la canción le hace la cobra a otro caballero de la canción, dejando a un lado el esfuerzo de otros compañeros con tanto o más derecho a una exclusiva igual, se convoca una huelga de padres en contra de los deberes que los colegios imponen a sus hijos.

En mis tiempos de estudiante las mañanas eran destinadas a la docencia y las tardes a permanecer cuatro horas en lo que llamaban el salón de estudio. Unos, dormitábamos ocultando la cabeza entre las manos como si nos entregáramos al concienzudo esfuerzo de memorizar. Otros, jugaban a los barcos o se pasaban chascarrillos. Y los menos, roncaban a sus anchas. Nuestros padres encantados de ese obligado recogimiento y nosotros deseando terminar para ser libres, para continuar nuestros juegos callejeros, intercambiar las historietas de Roberto Alcázar y Pedrín o del Guerrero del antifaz, o comer patatas asadas en las hogueras.

Cargábamos con mochilas llenas de libros, porque en aquellos tiempos eran libros pesados y no tablets, y jamás vi a ninguno de mis compañeros de clase quejarse de dolor de espaldas, ni de padecer joroba alguna más tarde.

Ahora los queremos ver ocupados en lo que sea: en clases de inglés, francés o ruso, en clases de karate, en clase de música, de guitarra, de piano o formar parte de la banda municipal. Crearles un ocio sin tiempo para nada. Les dotamos de móviles que emplean no solo para comunicarse entre ellos, sino para grabar sus peleas, sus juegos o sus historias. Y, por si fuera poco, no ponemos reparos a que pasen horas y más horas jugando con sus PlayStations.

Yo no sé si algunos han aprendido a hacer su cama o limpian su leonera. No sé si alguno sabrá quién era Homero o si Pi, aparte de tener nombre de muñeco, es un número irracional y una de las constantes matemáticas más importantes. Del río Duero solo sabrán que pasa por Tordesillas Toro y Zamora, pero no les pregunten dónde nace el Tajo.

Con esto quiero decir que en vez de manifestarnos para que esta generación no sea la generación del ocio, queremos que a los jóvenes se les aplique la ley de los orangutanes, es decir tocarse la barriga, les den el aprobado general para que el centro correspondiente sea paradigma de enseñanza y un claustro de profesores que poco tienen que esforzarse porque a los simios les importa muy poco traducir a Julio César.

Quisiera que alguien me argumentara el porqué de esta huelga, que bien podríamos llamar de brazos caídos por lo menos.

Thomas Kent escribió: "el amor no siente ninguna carga ni piensa en sus problemas, intenta lo que está por encima de sus posibilidades y no pone como excusa lo imposible porque piensa que todas las cosas son lícitas y también posibles".

Ocurren cosas en este país, antes España, que no podremos entender por mucho que nos esforcemos.

Cuántas veces falsificábamos las notas antes de que estas llegaran a nuestras casas sin darnos cuenta de que, si no era en junio, sería en septiembre donde tendríamos que demostrar nuestra capacidad y saber, o repetir curso por vagos y malos estudiantes. Pero jamás se culpó de nuestros fracasos a los profesores y sí a nosotros mismos.

La Universidad la hemos convertido en una meta a la que hay que llegar como sea, pero eso sí, sin esfuerzos, sin que nos entré la pájara en el camino o caigamos desfondados.

¿Deberes? Claro que sí, pero exonerar de otras cargas que al final no sirven para nada.

Y termino con dos frases que se entienden perfectamente: "Un poco más de persistencia, un poco más de esfuerzo, y lo que parecía irremediablemente un fracaso puede convertirse en un éxito glorioso" (Elbert Hubbard). "El esfuerzo es solo esfuerzo cuando comienza a doler" (José Ortega y Gasset).