Los políticos, desde hace mucho tiempo, estamos en el punto de mira de la opinión pública. Tanto es así que ocupamos el cuarto lugar de las preocupaciones de los españoles después del paro, la economía, la corrupción y el fraude. De todos es sabido la mala fama que tenemos que cabe preguntarse por qué queremos dedicarnos a la política, a pesar de las pocas simpatías que generamos. Somos, de forma recurrente, el blanco de los insultos tanto de ciudadanos cabreados como de los propios colegas, y además hay una sensación generalizada de que las decisiones que tomamos están orientadas al provecho personal o a la supervivencia de la formación política.

La preocupante situación política, económica y social a nivel nacional, generada por unos líderes incapaces de llegar a acuerdos de gobernabilidad, incapaces de atajar los continuos escándalos de fraude y corrupción, incapaces de sacar adelante políticas de empleo eficaces, trasciende al ámbito de la municipalidad. Los ciudadanos de las pequeñas ciudades y de los pueblos comparan, inevitablemente, al alcalde o concejal de una gran ciudad que tiene una gran dedicación y unos recursos envidiables para sacar adelante las políticas municipales con el vecino con vocación de servicio público que cuenta con escasa dedicación y con recursos limitados.

Esta comparación, que a todas luces resulta injusta, no significa que los ciudadanos que viven en el medio rural tengan que ser permisivos y consientan la inoperancia, la desidia, o la falta de imaginación de sus gobernantes más directos para resolver los problemas cotidianos. Tanto para unos como para otros el objetivo, si tienen verdadera vocación de servicio, es mejorar las condiciones de vida al conjunto de la población.

La política en el medio rural es difícil y exigente ya que el contacto con el ciudadano es directo y hay que dar soluciones, muchas veces exprés, a los problemas que se presentan. Aquí no sirven las campañas de imagen para mostrar lo realizado, no valen las ruedas de prensa multitudinarias para justificarse o atacar al contrario, aquí lo que tiene valor es el contacto directo con la gente y tener de forma permanente el mono de trabajo puesto. El político en el medio rural, me da igual que esté en el gobierno o en la oposición, es muy visible para los vecinos, tanto a nivel personal como a nivel de relaciones, por lo que sus actitudes deben ser siempre ejemplarizantes.

Bajo la premisa de verdadero servicio público hay muchos ciudadanos con formación, capacidad y competencias que quieren ser políticos, que tienen esa vocación, que quieren dedicarse a mejorar la vida pública pero están callados o les han callado y ven con frustración que no tienen la más mínima oportunidad de desarrollo en las actuales estructuras caciquiles de las formaciones políticas.

Las bases son las que tienen la llave y la responsabilidad del cambio para que lleguen a gobernar el país, la comunidad autónoma o el municipio los de más valía y no los amigos de los que manejan las listas electorales. Las bases tienen que tener la valentía de eliminar de sus filas, y todos los conocemos, a aquellos sujetos que solo aspiran a mandar, a que sus vecinos le pidan favores para sentirse "alguien" a la hora de otorgar o denegar y así gratuitamente obtener el inmerecido "adiós don usted". Estos nunca aportarán nada a la vida pública, ya nada pueden ofrecer, porque su capacidad de servicio está anulada por su ego. Las bases tienen que eliminar de sus formaciones a los mediocres charlatanes que nunca harían carrera, ni siquiera obtendrían un sueldo, fuera de un ámbito tan poco exigente como es la política actual.

La actividad política está devaluada porque para muchos ciudadanos es la práctica del arte del engaño, empezando por todos estos personajes que trepan dentro de las formaciones presentándose como abnegados servidores hasta que consiguen su cuota de poder, y a partir de ahí su único objetivo es mantenerse, no servir. Somos muchos los que pensamos que hay políticos buenos dentro de todas las formaciones, pero evidentemente hay que separar la paja del grano para que los malos no lleguen nunca a tener responsabilidades que no puedan asumir y que a la larga mancillan el buen nombre de los que realmente tienen el anhelo y la capacidad de mejorar las cosas.

Es verano y la actividad política, como cualquier otra actividad, se relaja, lo que nos debe permitir reflexionar sobre los cambios que se han producido en nuestro entorno en los últimos tiempos. Los políticos que están tanto en el gobierno como en la oposición deben ejercitar la saludable y anhelada autocrítica, para posteriormente programar con criterio las próximas actuaciones; las bases deben trabajar para conseguir que les representen los mejores y los ciudadanos, en su infinita paciencia, deben ser críticos y constructivos al mismo tiempo. Estamos en una sociedad dinámica que no permite sujetos pasivos.