Ascensión Rabanal nació el 2 de agosto de 1904 en Quintanilla de Urz. Con 107 años recién cumplidos se ha convertido en la «abuela de la provincia». Reside habitualmente con su hija Felisa en Madrid, pero estuvo sola en el pueblo hasta hace pocos años. Ahora, todos los veranos pasa parte de las vacaciones en su localidad natal y en Benavente.

Ascensión cuenta con una buena salud considerando su avanza edad. Su nieto Amador cuenta cómo ella desempeña las tareas diarias a la perfección: «Se levanta temprano, se viste, hace su cama y pasa parte del día en la terraza de casa escuchando la radio. Es su entretenimiento». Para ella el cuidado que le proporciona su familia es exquisito, pero se siente culpable por ser una carga para su hija: «Estoy dando muchas molestias a todo el mundo, están atados por mi culpa. Yo quería que me metieran en una residencia, pero ellos no quieren». Su hija Felisa se emociona cuando su madre dice estas palabras: «Yo te cuidaré mientras vivas y ojalá te tengamos entre nosotros mucho tiempo».

Asegura no llevar ninguna dieta especial o realizar algún truco para mejorar su salud, ni siquiera sigue la recomendación de los médicos de comer de una forma equilibrada. «No como fruta ni verdura. Nunca me han gustado y he tenido buena salud. Ahora me fallan un poco las piernas, pero es normal».

Para Ascensión, la forma de vida ha cambiado mucho, no solamente en las comodidades, sino también en el trato entre las personas: «Antes la gente se quería más, éramos más solidarios unos con los otros, muchos se trataban como hermanos. Ahora existen muchas más envidias por todas las cosas que tenemos, y eso nos lleva a ser malos». Destaca cómo antaño se realizaban trabajos comunitarios para mejorar el pueblo. Estas actividades comunales reunían a los habitantes en favor de la localidad. Creaban solidaridad entre ellos y un mayor aprecio por el lugar donde vivían.

La vida para esta mujer no ha sido fácil desde el principio. Cuando ella tenía tres años su padre falleció de una pulmonía. «Mi madre se quedó sola y embarazada, no sabía nada de la vida. A los tres días dio a luz a mi hermana». Los abuelos maternos fueron a buscarles a Cunquilla de Vidriales, donde tenían la casa, y les llevaron a Quintanilla. «Toda la gente del pueblo fue a ayudar a mi madre a recoger lo que tenía mi padre por el campo. Todo el mundo se volcó con nuestra desgracia. Creo que hoy en día no pasaría eso». De esta forma, Ascensión y sus hermanas se criaron en casa de sus abuelos porque su madre falleció a los pocos años. A día de hoy, después de casi un siglo, se sigue emocionando cuando habla de sus abuelos: «Para mí mi abuelo era un rey. Nos quería con locura. Cuánto le echo de menos».

Su padre antes de morir había comprado una máquina de zapatero que no llegó a estrenar. Ascensión desde los doce años comenzó a sacar partido al invento y confeccionaba ropa para las familias del pueblo. Además de ser costurera, trabajó en el campo con su familia: «Iba a cavar a las viñas con mis hermanos. A mano todo. Antes se trabajaba mucho».

Al recordar cómo había conocido a su marido se le caían las lágrimas al acordarse de él y de todas las personas importantes de su vida que han muerto ante que ella: «Ya no hay nadie, solo quedo yo. Ni mis hermanos, ni mis amigos. Se me ha muerto hasta un hijo. Ver cómo va desapareciendo la gente a tu alrededor es lo más triste de esta vida».

Una vez casada y junto a su marido trabajaron duro la tierra para sacar a sus cuatro hijos adelante. A pesar del ajetreo de esa vida, aún tuvo tiempo de subirse encima de un escenario a representar obras de teatro para entretener a sus vecinos. «Hicimos por lo menos tres comedias y no es porque lo diga yo, pero actuaba muy bien, y me iban a buscar a casa».

Las mujeres en aquella época trabajaban mucho, dice Ascensión. Tenían que ir al campo a realizar todas las labores agrícolas a mano, sin maquinaria. Después se encargaban de llevar a cabo las tareas de la casa, pero sin ningún tipo de comodidades. No había panaderías y se elaboraba el pan a mano, para lavar la ropa había que ir al río y, además, se encargaban del cuidado de un buen número de hijos: «Las amas de casa de hoy no trabajan ni la mitad de lo que trabajábamos nosotras y no teníamos muchas veces ni para comer. Hubo años muy duros».

«Dios me tiene aquí de testigo» dice Ascensión. Y así es, ha sido testigo de tres generaciones. Hijos, nietos y biznietos se reúnen por lo menos una vez al año con ella para que les cuente las historias de sus antepasados.

Su máxima preocupación actual es no importunar a sus hijos y nietos. Se pasa el día escuchando la radio, ya que dice, que le gusta estar informada, y también contando todas las anécdotas de su vida para que no caigan en el olvido una vez ella haya fallecido. Se siente orgullosa de haber acudido a misa todos los domingos de su vida hasta que sus piernas lo han podido soportar, y se ha sentido muy querida por los sacerdotes de todas sus parroquias.

La última vez que Ascensión fue a su pueblo natal, Quintanilla de Urz, todos los vecinos acudieron a la plaza a saludarla. Es una mujer muy querida en el pueblo por su amabilidad y buen trato. Ha sido homenajeada en todos los sitios donde ha vivido: en Benavente, en Quintanilla, en Madrid y en Alicante.