Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

Raigambre

Sancha y Dulce, reinas y mártires del reino que no quiso morir

El pergamino de la Concordia de Benavente: Las infantas fueron forzadas a renunciar al trono leonés a cambio de una pensión de treinta mil maravedíes anuales

Recreación de Sancha y Dulce frente a las murallas zamoranas

Recreación de Sancha y Dulce frente a las murallas zamoranas

Gustavo Rubio Pérez

Sancha y Dulce de León, hijas de Alfonso IX, encarnan la tragedia de un linaje heredero de Pelayo y de los fueros antiguos, traicionado no por la espada extranjera, sino por la infamia doméstica. Porque en torno a su destino se urdió la conjura que iniciaría la pérdida paulatina —aunque nunca absoluta— del poder y soberanía leonesa. Pero entremos en acontecimientos:

A la muerte de Alfonso IX, en 1230, Zamora y el resto del Reino de León esperaban ver coronadas a sus legítimas sucesoras, Sancha y Dulce, fruto de la unión del monarca zamorano con Teresa de Portugal. Alfonso IX de León había dispuesto, con la prudencia de quien conoce las intrigas políticas, que fueran ellas —y sólo ellas— las herederas de su trono. No había sombra de duda al respecto pues en los documentos regios, las dos infantas eran reconocidas como depositarias de la soberanía leonesa, y así, por ejemplo, nos encontramos con el fuero de Cáceres de 1229 recogiendo que el concejo jura fidelidad “a mí y a mis hijas doña Sancha y doña Dulce”, fórmula inequívoca que demostraba cómo Alfonso IX había planificado una sucesión femenina bajo el principio de legítima continuidad del linaje leonés. El rey, además, había forjado para sus hijas alianzas con la nobleza portuguesa y leonesa, buscando preservar la independencia leonesa frente a la vecina Castilla. El pueblo leonés, siempre amante de su derecho y de su palabra, acataba la legalidad del testamento regio, pero desde tierras castellanas se cernía una sombra artera, Berenguela de Castilla.

Berenguela, madre del futuro Fernando III "el Santo", había tejido durante años una red de confabulaciones palaciegas alimentadas por la codicia. Su unión matrimonial con Alfonso IX había sido anulada por la Iglesia por consanguinidad, pero ella jamás resignó su ambición de colocar a su hijo en el trono leonés. Astuta y sin escrúpulos, apeló al Papa y movió sus peones con el veneno de las sospechas. Su figura, lívida y calculadora, podría haber inspirado a los trágicos: viuda de un amor convenido, madre de un heredero ilegítimo y enemiga pertinaz del orden natural de León.

Nada más que el zamorano y Rey de León Alfonso IX falleció (1230), Berenguela se apresuró a movilizar a su prole. En su lengua se trenzaban las plegarias y las artimañas, mendigando ante la Corte Pontificia una bula de sucesión y urdiendo, entre sotanas, el gran despojo. La historia quiso que triunfaran sus maquinaciones, mas no por virtud, sino por conjura. A su lado, su hijo Fernando, todavía un rapazico, aprendió el funesto arte de la simulación.

En el otoño de 1230, Sancha y Dulce aún residían en León, y ya habían recibido el reconocimiento de buena parte de la nobleza del Reino de León, pero las presiones no tardaron en llegar. Berenguela apeló a Teresa de Portugal y la atrajo con promesas de concordia y rentas. En Valencia de Don Juan se celebró la entrevista en la que todo se perdió; allí, Berenguela fingió compasión, mientras tramaba el intercambio más indigno de los anales hispánicos.

Pocos días después, en Benavente, las infantas fueron forzadas a renunciar al trono leonés a cambio de una pensión de treinta mil maravedíes anuales. Aquel pacto, disfrazado de conciliación, fue en realidad el saqueo legalizado de una herencia sagrada. Berenguela supo manipular el amor filial de Teresa y la prudencia culposa de las jóvenes hermanas mediante un chantaje piadoso que selló el principio del fin de las legítimas herederas al trono de León. El pergamino de la Concordia de Benavente no fue sino el acta de claudicación gradual de una independencia que, herida entonces, languidecería durante siglos sin extinguirse del todo.

Tracking Pixel Contents