La zamorana Marga Peralta, la primera farera de La Gomera
Margarita Peralta viajó a Canarias con tan solo 26 años. Allí lleva más de 35 ocupándose del faro de San Cristóbal, donde también vive
Una vida que nada tiene que ver con la imagen idealizada que la literatura y el cine muestran de este oficio

La zamorana Marga Peralta, la primera farera de La Gomera. / Cedida / Alba Prieto
No han sido pocos los artistas, fotógrafos, pintores y escritores que se han visto atrapados por la vida de los fareros. Por esa existencia solitaria y apartada del mundo de quienes allí habitan. Una imagen idealizada a lo largo de los siglos que nada tiene que ver con la realidad.
Lo sabe, y bien, Margarita Peralta. Nacida en Zamora capital, aunque con raíces en Gema y en San Miguel de la Ribera, Marga, como es conocida, nunca pensó que el devenir de la vida la llevaría a vivir a La Gomera, donde acabaría convirtiéndose en la primera farera de la isla. Reconoce que jamás pensó en dedicarse a este mundo, sino que todo fue, más bien, fruto del azar. "Con 17 años me fui de Zamora a Salamanca a estudiar Geología. Luego a Madrid. Cuando llevaba allí tres años, mi pareja de entonces encontró un anuncio en un periódico que ofrecía ‘un trabajo al lado del mar’. La realidad es que era una academia para prepararse las oposiciones para trabajar en un faro. Nos apuntamos los dos. Me las preparé en serio y saqué la plaza". Tan solo, recuerda, aprobaron 14 personas. La mayoría de los destinos eran para Canarias.
Entonces tenía solo 26 años y se dedicó a viajar por las islas. En concreto, por La Gomera. "En aquel entonces casi no había ni información sobre las islas en ningún lugar. No había Internet, ni teléfonos móviles... Todo lo que sabíamos fue gracias un libro que compramos antes de ir y que no se parecía demasiado a la realidad".

Margarita Peralta, una farera zamorana de tierra adentro en La Gomera / Cedida
Un viaje en barco: "Nunca había visto nada igual"
Así que cogieron sus cosas y se lanzaron a la aventura. Lo primero, un viaje en barco desde la península que los llevó hasta Tenerife. "Mi primera sorpresa, antes incluso de llegar a La Gomera, fue allí. Es donde vi por primera vez esos barcos enormes que abren sus compuertas y de los que salen coches y camiones. Nunca había visto nada igual".
Y de Tenerife a La Gomera, su destino final. "Cuando llegué me costó hasta encontrar el faro. Incluso me perdí, pero cuando por fin llegué, solo pude pensar: ‘aquí voy a vivir yo’". Era joven y tenía muchas ganas. Sin embargo, cuando llegaron, la casa aún estaba ocupada por el antiguo farero, "así que nos fuimos once meses a un piso". Corría el mes de noviembre del año 1990. Estuvieron allí hasta octubre de 1991. Desde entonces, y han pasado 35 años, nunca más ha dejado su casa del faro.
En estas más de tres décadas en las que Marga lleva viviendo allí, el trabajo ha cambiado mucho. No ya solo porque el antiguo faro ya no esté en funcionamiento y se construyese uno nuevo alejado de la contaminación lumínica de las viviendas de los alrededores, sino también por el tipo de labores que tiene que realizar actualmente.
"Nuestro trabajo ahora", aclara, "es asegurarnos de que el faro se enciende y apaga cuando lo tiene que hacer". ¿Se ha apagado alguna vez? "Nunca", responde. Si bien es cierto que ha habido a lo largo de estos años algún problema con el giro, que es el que da la sensación de que la luz es intermitente.
Y es que hay una imagen que siempre acompaña al mundo de los fareros, la de aquel que cada atardecer asciende al faro para encenderlo. Sin embargo, Marga lo desmiente tajantemente. "Nunca he tenido que encender o apagar el faro porque está electrificado. Los únicos en los que había que hacerlo eran en los de petróleo, y en Canarias tan solo hay dos, uno en Tenerife y otro en El Hierro".
Tampoco su vida, señala, tiene nada ver que con ese mundo solitario, con el trabajo de aquellas personas que se quieren apartar de todo y de todos para vivir en soledad. "Ni nos ocupamos solo del faro, ni la mayoría de los fareros viven en ellos porque casi ninguno tiene ya vivienda. Parte del trabajo que hago también es de oficina. También me tengo que desplazar una vez al mes a La Palma para ocuparme del mantenimiento de las instalaciones de la isla".

La zamorana en el interior del faro. / Cedida
Más que ocuparse de la luz
De hecho, su trabajo es más, mucho más. "Nos tenemos que ocupar de los sistemas de ayuda a la navegación, del balizamiento de los puertos. La Gomera fue la última isla de Canarias en tener aeropuerto y su tráfico marítimo es constante. Si algo se estropea, tienes la presión de arreglarlo lo más rápido posible para que no haya ningún problema en la navegación".
Mil y una peripecias en estos años en los que hay días muy complicados. Las jornadas más difíciles, cuando hay problemas de balizamiento. "Suelen ser en épocas con mal tiempo y repararlo, con mala mar, es complicado. Al final está trabajando en una boya, que se mueve, que sube y que baja. No es lo mismo que trabajar en una mesa. Es laborioso y puede llegar a ser incluso peligroso".
Una casa de 130 años de arena de la playa
Sin embargo, una de las mejores cosas de dedicarse a este mundo, reconoce, es que "vivo en una casa preciosa construida con arena de la playa hace 130 años. Tiene sus problemas, pero tengo unas vistas espectaculares cada mañana". De hecho, desde el faro se puede ver con claridad el Teide –la punta de San Cristóbal es el mejor mirador para ver la montaña–.

Vistas del interior del faro. / Cedida
La primera mujer
Siendo una mujer farera, la primera en hacerse cargo de San Cristóbal, y tan joven, los comienzos no fueron fáciles. "En nuestra promoción éramos tan solo tres mujeres, todas con un perfil muy especial, porque cuando decías que querías trabajar en un faro sorprendía mucho, incluso más que ahora". Recuerda, además, que cuando aterrizó en La Gomera aún trabajaba en el faro don Manuel, su antecesor. "Llegué con mi pareja y lo primero que pensaron fue que él era el farero. Otra pequeña diferencia, el antiguo farero siempre fue don Manuel. Yo, Marga. De hecho, hubo gente que en aquel entonces dudó de mi capacidad e incluso algunas personas me trataban sobreprotegiéndome, como si no fuese capaz de hacerme cargo del trabajo. Ahora, después de 35 años allí, todo ha cambiado".
¿Pensar en regresar a su tierra, a Zamora, cuando se jubile? Lo tiene claro. "Mi vida está en La Gomera". Y eso a pesar de que tras 35 años sigue sin tener acento canario. Pero se siente ligada a una isla en la que ha pasado la mayor parte de su vida, junto al mar. Un lugar del que no piensa irse.
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