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Irresistibles tentaciones: la codicia, protagonista de los cuentos y leyendas de Zamora

Al calor de la lumbre, los abuelos contaban a sus nietos historias de otros tiempos

Irresistibles tentaciones

Irresistibles tentaciones

Cristina Manías Fraile (Raigambre)

En las noches de invierno, al calor de la lumbre, los abuelos contaban cuentos a sus nietos, historias de otros tiempos que a menudo tenían un cariz moralista, enseñando a los niños que había que evitar las tentaciones.

Con frecuencia las mujeres protagonizaban estas historias, siguiendo el tópico de la mujer como ser débil que no podía resistir la tentación de curiosear, de desvelar secretos o de caer en la codicia, pecados que la conducían a perderlo todo.

En las historias bíblicas Eva era la que cedía ante la tentación de la serpiente y convencía a Adán para comer el fruto prohibido, lo que provocaba la expulsión del paraíso y para ella un castigo adicional, tener que parir con dolor.

En la mitología griega fue Pandora la primera mujer y pecó contra los dioses por su curiosidad, al abrir la caja que contenía todos los males del mundo, liberando el dolor, la miseria y las enfermedades.

Las Evas y Pandoras zamoranas

En los cuentos y leyendas zamoranos también tenemos nuestras Evas y Pandoras, generalmente en la figura de pastoras y campesinas que por su curiosidad o codicia acaban perdiendo tesoros.

Una de esas historias fue recogida en Ribadelago por el etnógrafo leonés Luis Cortés Vázquez. Una campesina llevaba unos jatos, terneros jóvenes, a la sierra para que fueran alimentados por las vacas que pastaban en la montaña. De pronto, un moro le salió al paso y le pidió insistentemente ayuda para que diera de mamar a una recién nacida, ofreciéndole una buena recompensa a cambio de sus servicios. La mujer aceptó acompañarlo y llegaron a una roca donde se abrió una misteriosa puerta por la que entraron, pasando allí toda la noche.

Por la mañana el moro pagó a la campesina con un zurrón cerrado, indicándole que no podía abrirlo hasta llegar a casa. Pero, ¡ay, la curiosidad era demasiado fuerte! Así que a mitad de camino ya no pudo aguantar más y abrió el zurrón para ver en qué consistía el buen pago prometido. ¡Cuál sería su sorpresa al comprobar que dentro del zurrón no había más que unos cuantos carbones! Maldijo al moro sintiéndose engañada y los arrojó al suelo.

Al llegar a casa descubrió que en el zurrón había quedado enganchado un carbón, que se convirtió en una moneda de oro. Arrepentida por haber tirado algo tan valioso, salió corriendo a buscar el resto de carbones con la esperanza de que también se convirtieran en oro, pero ya no fue capaz de encontrarlos, perdiendo el tesoro por su impaciencia y curiosidad.

Esta leyenda aparece recogida también en Toro, en las localidades leonesas de Santibáñez de Arienza y Benavides, y en la salmantina Villarino de los Aires.

El moro en la mitología leonesa

El personaje del moro es uno de los más abundantes en la mitología de la Región Leonesa. Estos moros o mouros se suelen relacionar con los musulmanes que estuvieron en la península durante casi 800 años, aunque algunos etnógrafos consideran que son personajes legendarios con un origen más antiguo, provenientes de la mitología celta.

Volviendo a las Evas y Pandoras zamoranas, en otras ocasiones la tentación en la que cae la protagonista no es la curiosidad, sino la codicia, como ocurre en la leyenda de la fuente encantada de Samir de los Caños, recogida por Chany Sebastián. Una joven pastora se acercó a beber a una fuente, encontrando en ella un hilo fino y brillante de oro puro. Comenzó a tirar de la punta, devanando el hilo y fue formando un ovillo. Cuando le pareció que ya tenía suficiente para no pasar nunca más necesidades, cogió su navaja para cortar el hilo, pero, para su sorpresa, surgió una voz procedente del interior de la tierra que la animaba a seguir devanando el hilo de oro. Así que continuó con su labor, haciendo el ovillo cada vez más grande, a la par que su corazón se volvía cada vez más y más codicioso.

Cuando ya tenía un ovillo tan grande que casi no le cabía en el mandil, cortó el hilo y decidió marchar al pueblo. Pero se lo pensó mejor y regresó a por más. Entonces descubrió que el hilo brotaba de una olla de manteca repleta de monedas de oro y plata, situada en el fondo de la fuente. Deseando ser inmensamente rica, decidió llevárselo todo, pero al intentar coger la olla, todas las riquezas fueron tragadas por las entrañas de la tierra. Se entristeció al perder el tesoro, pero recordó que aún le quedaba el ovillo de oro. Sin embargo, cuando abrió el mandil para admirarlo, éste había desaparecido, rompiéndose el encantamiento por su codicia.

Más ejemplos

En esta leyenda del ovillo de oro aparece otro de los elementos comunes en la mitología leonesa, la fuente encantada provista de un tesoro.

En algunos casos la fuente está habitada por una mora o moura, también llamada xana, jiana o anjana en otras provincias. Se trata de una mujer de gran belleza que peina sus cabellos con un peine de oro y que regala tesoros valiosos a los pastores que le prestan ayuda, pidiendo que le guarden el secreto, pero como no son capaces de hacerlo, el tesoro acaba desapareciendo. Esta leyenda es común en varios pueblos, aunque varía el tipo de ayuda solicitada por la mora y el tipo de tesoro concedido.

Abejera de Tábara es una de las localidades con una leyenda de este tipo. En este caso el protagonista es de sexo masculino, un pastor que ayuda a la mora encantada a cargar haces de leña en un burro y el pago recibido consiste en una tinaja llena de monedas de oro. Pero la indiscreción del pastor, que desvela el secreto de la mora, provoca que las monedas acaben convertidas en polvo.

Pasarán los años y cambiarán las modas, pero sin duda, los tesoros que despiertan la codicia en los corazones de la gente y los secretos que provocan el irremediable deseo de ser contados, seguirán siendo protagonistas de las leyendas de nuestra tierra, que seguiremos contando a nuestros nietos al calor de la lumbre, como hicieron nuestros antepasados.

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