Raigambre
La Inquisición en Zamora

Recreación de una cámara de tortura inquisitorial con varios ajusticiados. Imagen generada con Perplexity.
Gustavo Rubio Pérez (*)
El corazón del viejo Reino de León no fue ajeno al rigor del Santo Oficio, al contrario, la ciudad y la provincia de Zamora, con una notable presencia de comunidades judías y conversas, vivieron durante siglos bajo la vigilancia y el temor de los inquisidores, y gracias a los archivos, procesos y nombres rescatados del olvido, podemos reconstruir la crónica de un miedo que llegó a marcar a generaciones enteras.
La implantación de la Inquisición en los reinos peninsulares, a finales del siglo XV coincidió con la expulsión de los judíos en 1492, y aunque muchos zamoranos optaron por la conversión, las sospechas sobre ellos nunca se disiparon. El Tribunal de Valladolid, que ejercía su autoridad inquisitorial sobre la mayor parte del actual noroeste peninsular, se convirtió en el brazo ejecutor de una política de vigilancia y castigo. Los primeros años fueron especialmente duros en la Perla del Duero: en 1493, Catalina de Guadalajara solicitó a los Reyes Católicos la devolución de los bienes de su esposo, Diego Peres, confiscados tras su condena por la Inquisición. Un año después, el converso Gonzalo Gomes perdió sus propiedades por "seguir rigiéndose por la religión judía". Los herederos de Ynés Gonçalez, también condenada, lograron recuperar sus bienes tras una larga batalla legal.
Estos casos no fueron excepcionales. El miedo a la denuncia, la confiscación y el escarnio público se convirtió en parte del día a día. Los sambenitos —esas vestimentas infamantes que debían portar los condenados— y la exhibición de sus nombres en templos y plazas servían de advertencia para todos.
El auto de fe, acto público y solemne, era el desenlace visible de un proceso inquisitorial. En Zamora, como en otras ciudades del Reino de León, estos eventos congregaban a multitudes. El ritual era preciso: sermón, abjuración, confesión (forzada en muchas ocasiones) y, en los casos más graves, la ejecución. Los penitentes desfilaban ante el pueblo, vestidos con sambenitos, mientras se cantaban himnos y se proclamaba la victoria de la fe sobre la herejía. El espectáculo, como señala el hispanista Joseph Pérez, buscaba el arrepentimiento público y el castigo ejemplar.
En 1667, la llegada del obispo Castañón marcó uno de los episodios más sonados: tras una "limpieza" social, se descubrió que 35 judíos portugueses vivían en secreto en la ciudad. Fueron remitidos a Valladolid, donde algunos acabaron en prisión y otros en el destierro. El miedo se intensificó: cualquiera podía ser señalado, y podía caer.
Los legajos de la Inquisición recogen una larga lista de zamoranos procesados. Diego Sánchez, clérigo y organista, fue acusado de judaizante en 1494-95. En 1626, Bernardo Rodríguez, alias Fernández, fue sentenciado por el Tribunal de Valladolid. María Conde, costurera, natural de Zamora y vecina de Valladolid, fue procesada en 1670. En el gran auto de fe de Madrid de 1680, varios zamoranos —Gerónimo Alonso, Gaspar Hernández Hidalgo, Isabel Méndez Correa, Bernardo de Paz, Rafael de Paz— sufrieron penas de confiscación, cárcel y destierro.
La persecución no se limitó a la ciudad. Fermoselle, Fuentesaúco y otros pueblos de la provincia aparecen en los registros. El caso de Belchior Vaz, de Fermoselle, procesado en Évora en 1548, muestra la dimensión transfronteriza del fenómeno, con familias que cruzaban la frontera portuguesa en busca de refugio. Otros, como Susana de Vachadolid, Leonor Mendes, António Ortunho de Castro o Manuel Gonçalvez, figuran en los archivos inquisitoriales de Lisboa, Coimbra o Torretombo, acusados de judaísmo y herejía.
El proceso inquisitorial podía iniciarse por una simple denuncia anónima. No existía abogado defensor; el inquisidor era juez y parte. Las confesiones, muchas veces arrancadas bajo tortura o amenaza, se convertían en pruebas irrefutables. La confiscación de bienes era un aliciente perverso: no sólo se castigaba la fe, sino que se arruinaba a familias enteras, cuyas propiedades pasaban a engrosar las arcas del Santo Oficio o de la Corona.
El estigma social era duradero. Los sambenitos colgados en las iglesias recordaban durante años los nombres de los penitentes. El apellido, la profesión o el simple rumor bastaban para que la sospecha se transmitiera de generación en generación. En 1587, Francisco Rodríguez de Armenteros, vecino de Fuentesaúco, litigó contra un regidor que le había insultado llamándole "judío sambenitado", pues la injuria era, en sí misma, una condena social.
En la provincia de Zamora se conservan varios edificios identificados históricamente como "casas de la Inquisición" o vinculados a la actividad del Santo Oficio:
En la ciudad de Zamora nos encontramos el Palacio de la Inquisición (actualmente Hostería Real de Zamora) situado junto al Puente de Piedra. Es éste un edificio renacentista del siglo XVI catalogado como monumento histórico-artístico, que fue construido sobre una importante casa judía en cuyo interior se conserva un antiguo mikvé o baño judío, que viene a testimoniar la numerosa presencia sefardí en la Bien Cercada. Dicho palacio fue sede de la Inquisición en la capital zamorana y se constituye como uno de los ejemplos más notables de la arquitectura civil relacionada con el Santo Oficio en la urbe.
En Villardeciervos existe un edificio conocido como la Casa de la Inquisición, que conserva incluso un escudo en la puerta principal. Esta construcción, situada en el centro de la localidad "carbayesa", es uno de los pocos ejemplos rurales de casas asociadas a la Inquisición en la provincia de Zamora.
En Tierra de campos, concretamente en el municipio de Villanueva del Campo, se menciona la existencia de un "palacio de la Inquisición", aunque los detalles sobre su uso y conservación son menos precisos que en los casos anteriores.
Todas estas edificaciones mencionadas no sólo servían como residencias de oficiales o como sedes administrativas, sino que en ocasiones también podían albergar archivos, cárceles secretas o salas de interrogatorio.
En todo caso, no toda la sociedad zamorana aceptó de buen grado la presencia inquisitorial. Hubo resistencias, silencios cómplices y, en ocasiones, solidaridad con los perseguidos. Sin embargo, el miedo era un arma poderosa. La delación, la denuncia preventiva y el silencio formaron parte del tejido social durante siglos.
A partir del siglo XVIII, la actividad inquisitorial fue decayendo, los procesos se hicieron menos frecuentes y las penas más leves. Sin embargo, el estigma y el recuerdo persistieron. El archivo de la Real Chancillería de Valladolid y los registros de la Inquisición conservan aún los nombres y las historias de quienes sufrieron el rigor del Santo Oficio.
En nuestros días, la historia de la Inquisición en Zamora es objeto de estudio y reflexión. Las investigaciones de historiadores como MF. García Casar o los trabajos recogidos en plataformas como Zamora Sefardí han permitido rescatar del olvido a las víctimas y comprender el alcance real de la persecución. Los archivos, abiertos hoy a la consulta, permiten a descendientes y estudiosos reconstruir trayectorias familiares, entender el alcance de la represión y reivindicar en muchos casos, la dignidad de quienes, a pesar de todo, resistieron.
(*) Colectivo Ciudadanos Región Leonesa
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