Doce meses, una causa - 8M Mujer

Esther González, primera presidenta de la Audiencia: "Nunca fui la señorita educada y sumisa, siempre fui contestataria"

"Mi madre, soltera, fue un ejemplo de mujer empoderada para mí, me sacó adelante fregando, siendo patrona y haciendo dulces"

La historia de Esther González González, la primera mujer jueza que ejerció en la provincia de Zamora, es la historia de otra gran mujer, de Carmela, su madre. En aquella España de 1958, aún inmersa en la pobreza de la postguerra, esta otra zamorana marcaría a su hija, a aquella niña criada en el barrio de Los Bloques. Y lo hizo con su determinación, su lucha y ese encarar la vida desde el trabajo duro, "ejemplo de mujer empoderada".

Esa figura materna fue el referente de Esther, "mi madre era soltera y lidió con ello en aquellos años", ni el rechazo familiar pudo con la decisión firme de Carmela que se vio expulsada de casa por un tiempo, "luego, mi abuela la recuperó". La tía María marcó también a la magistrada zamorana, a esta primera presidenta de la Audiencia de Zamora elegida hace poco más de un mes por el Consejo General del Poder Judicial. "Era como mi segunda madre", remarca para explicar que "siempre he tenido una familia muy luchadora dentro de lo que se podía en esa época".

"Mi madre era soltera y tuvo que lidiar con ello en aquellos años, mi abuela la echó de casa aunque la recuperó después"

Es inevitable recordar al abuelo, "le sacaron un 6 de septiembre de 1936 de su casa, en Fuentesecas, y no lo volvieron a ver. Eso crea una conciencia especial", un peldaño para forjar sus postulados progresistas, de compromiso social. "Yo he sido un poco contestaría toda mi vida, pero tampoco había una conciencia política clara".

"Educada y sumisa, para nada"

Se remonta a aquellos años de instituto en los que ya cuestionaba principios de formación del espíritu nacional, "yo le preguntaba a la profesora de política ‘¿Qué es este Estado nuestro? Porque no es una democracia ni una monarquía ...’, me hablaba del movimiento nacional, etc., pero no me cuadraba, algo habría oído yo en casa. Tenía ese punto de contestación que no me impedía para nada plantear esas dudas en voz alta. Fui muy guerrera también de chica, me salía de la norma; la señorita educada y sumisa, para nada".

Estaba muy presente aquella mujer que "tuvo una vida complicada, aunque sus hermanos la apoyaron siempre, y a mí también, prácticamente, lo único que hacía era trabajar". Lo hacía en la residencia de suboficiales del Regimiento de Toledo "y se ganaba otro dinerito lavando la ropa a militares que se lo pedían; teníamos huéspedes en casa, era lo se llamaba patrona entonces, y, además, hacía dulces para tiendas del barrio". Pero esa constante ocupación no le impidió ser "una madre presente siempre, porque la mayor parte de la actividad la desarrollábamos en casa juntas".

"Yo he sido un poco contestaría toda mi vida, pero tampoco había una conciencia política clara, fui muy guerrera desde pequeña".

Esther ayudaba en todas esas tareas, aún recuerda las agujetas en los brazos de hacer las bolas para las aceitadas, "no quedaba otra, lo hacíamos todas las niñas, al menos, en mi barrio. ¡Imagina las familias numerosas, tenía que currar todo el mundo!". Aunque Carmela tenía clara su prioridad, "‘tienes que ser alguien en la vida, estudia’. Era esa afán de superación de las madres de nuestra época que no querían que tuviéramos que dedicarnos a fregar".

Los libros prohibidos

Lectora empedernida, los libros le abrieron esos caminos de reivindicación y lucha porque "teníamos en casa algunos prohibidos por el régimen y te enterabas. Nadie nunca se preocupó de andar mirando qué había en una casa del barrio de Los Bloques". Aquella curiosidad creció gracias al círculo de lucha que la rodeaba, aunque fuera silenciosa, "del fusilamiento de mi abuelo no se hablaba nunca, había mucho miedo".

Fue forjando su personalidad inquieta, curiosa e inconformista que ha significado su larga carrera como jueza, desde que en 1987 aprobara la oposición que comenzó a estudiar embarazada de su hija Luna, "con una barriga tremenda, iba al preparador". El parto le pilló sin haberse examinado, "nadie creyó que volvería al preparador, pero ¡no me conocían!". Y aprobó.

"La prioridad de mi madre era que estudiara, "estudia, tienes que ser alguien en la vida". Era esa afán de superación de las madres de nuestra época, no querían que tuviéramos que dedicarnos a fregar como ellas"

Esos postulados de los que bebió desde niña no implican que toda su familia haya sido comunista, "no tiene nada que ver, pero siempre había ese punto de lucha por los derechos humanos, era algo intuitivo", puntualiza, puesto que en el instituto o en el barrio no había una conciencia de nada, "era otra cosa en COU, hablabas de que la situación no podía seguir de esa manera".

Pero el verdadero punto de inflexión en su trayectoria personal llegó en la Universidad de Salamanca en 1975, "estuve siempre ligada a movimientos de oposición", primero en la facultad de Químicas, que se le hizo cuesta arriba y empezó Derecho gracias al consejo de un amigo, Alonso Caballero, "la mejor decisión de mi vida, me permitía sacar buenas notas, renovar la beca y tenía tiempo para la lucha por los derechos sociales".

En sus planes, estaba "ser abogada laboralista, trabajar en un sindicato en Zamora", la judicatura era una opción impensable, "entre otras cosas, por el coste económico que suponía". Pero la vida le tenía reservada esa otra trinchera que la convirtió en una jueza social y cercana a la gente. Su unión con el estudiante de Pedagogía Luis Alberto García Merino, hijo del líder del PC en Zamora Amable García, la acercó a los últimos años de clandestinidad de la izquierda. Y a la judicatura por la amistad del político zamorano con un juez de Toro, "le dijo a mi suegro que me llevara a verle, fue quien me animó" a hacer judicatura, "me dijo que ‘tenía que cambiar esto mucho, hay que renovarlo, tiene que haber mujeres, otra forma de pensar’, me decía".

"La mejor decisión de mi vida fue estudiar la oposición para jueza, me permitía sacar buenas notas, renovar la beca y tenía tiempo para la lucha por los derechos sociales"

Allí fue la joven rebelde, a ocupar su puesto en el juzgado. Entre las anécdotas que recuerda, la esa mujer que fue juzgado de Zamora en el que había conseguido una plaza, "yo estaba haciendo fotocopias en la oficina, "entró y me dijo "quiero denunciar", le conteté ¿dígame? y me dijo ¿quiero ver al juez?", ni se imaginaba que una mujer pudiera ser jueza".

Por lo demás, ha sabido siempre "ganarse el respecto de la gente", de quienes trabajaban con ella, de abogados y abogadas, de Fiscalía, de los acusados y de las personas que acudían a denunciar. Esa es la clave, no imponerse, sino demostrar que la mujer es tan competente como el hombre. Esta jueza que se declara feminista remarca que ese movimiento no nace para linchar a los hombres, "luchamos porque se nos vea como personas, seres humanos con los mismos derechos que el hombre", aclara contra esa corriente que quiere devolver a la mujer al ostracismo.

Mira con preocupación a las nuevas generaciones, esas posturas radicales que dicen luchar contra las feminazis sin saber, en muchos casos, lo que implica el término nazi. Esther no oculta su frustración porque tanta lucha para erradicar la violencia de género, promover la igualdad en colegios e institutos desde la Liga Española para la Educación y la Cultura Popular, que impulsó su marido en Zamora, se muestra más necesaria que nunca. "Hace poco fui a un instituto para dar una charla y me quedé perpleja por lo que decian, por la visión machista" de las relaciones de pareja. "Cuando salí y me senté en mi coche, me eché a llorar". Esa forma de ver a la mujer que comenzó a calar ya en generaciones de finales de los años 90 y que va en aumento. "Mi hijo Diego me cuenta cada cosa de los chicos de ahora que me horroriza, debemos seguir luchando y formando a la gente".

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