El verdadero origen de la manta zamorana, el regalo que ya tiene la infanta Elena de Borbón

Es mucho más que una prenda de abrigo, es todo un símbolo de la provincia que muchas familias legan de generación en generación

La infanta Elena recoge una manta zamorana.

La infanta Elena recoge una manta zamorana. / José Luis Fernández

T. S.

Es mucho más que una simple manta entendida como tal. Es todo un símbolo de la provincia de Zamora que muchas familias legan de generación en generación. Sobre un sofá, colgadas de la pared o a los pies de la cama, son muchos los hogares zamoranos que cuentan con una además de ser el regalo perfecto si quieres impresionar a alguien ya que no hay nada más zamorano que esta prenda textil.

Eso debieron de pensar en Caja Rural a la hora de elegir el obsequio con el que agasajar a la infanta Elena de Borbón, que este viernes ha estado en Zamora en un Encuentro de Capellanes Taurinos de la que es presidenta de honor.

La manta zamorana original y real es de lana pura de oveja y su uso actual es decorativo.

El barrio de la Lana

Zamora era punto de paso de la denominada ruta de la lana procedente de Extremadura hacia Valladolid. Era un enclave estratégico en el que nació una ferviente intrustria textil especializada en la lana. Cuando Zamora se repobló tras las incursiones árabes, un grupo de palentinos se asentó en el siglo XI en los arrabales de la ciudad organizando la industria del hilado y del tejido: era el territorio conocido hoy en día como el barrio de La Lana.

A pesar de ser lana 100% de oveja, su proceso de fabricación le imprime ligereza y, sobre todo, la conservación del calor a la vez que es transpirable.

Era muy utilizada antiguamente por los arrieros y sus colores predominantes recuerdan a la Seña Bermeja -rojo y verde- a rayas.

Cultura popular

El poeta Ramón de Campoamor hace un guiño a la manta zamorana en su poema «El tren expreso»: "Desdoblando mi manta zamorana, que tenía más borlas verde y grana que todos los cerezos y los guindos que en Zamora se crían...". El poeta Federico Acosta Noriega también hizo lo mismo en otro de sus poemas y Ramón Gómez de la Serna escribió algún artículo al respecto.

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