Entrevista | István Szászdi León-Borja Experto en la figura de Antonio de Acuña
"El ajusticiamiento del obispo Acuña fue ilegal, tenían que acabar con él porque era muy peligroso"
"Este hombre creía que era un instrumento de la Providencia para defender a la vieja Castilla frente a la forma de gobernar impropia, para proteger a la España desvalida"

Istvan Szaszdi / Ana Burrieza / LZA
El doctor en Derecho por la Universidad de Valladolid, István Szásdi León-Borja, es uno de los organizadores del X Simposio Internacional de Historia Comunera que ha reunido en el Museo Etnográfico de Castilla y León, gracias al respaldo municipal, a lo largo de tres días a expertos en la revuelta y en la figura del obispo de Zamora Antonio de Acuña, un hombre controvertido, un mitrado guerrero de origen noble que fue un líder relevante dentro del movimiento comunero que este docente ha investigado.
–¿Qué les ha impulsado a realizar la X edición del Simposio Internacional de Historia Comunera en Zamora?
–La figura de Antonio de Acuña. A pesar de que existe una importante biografía sobre él, realizada por Alfonso Guilarte, hay muchos aspectos para desarrollar y todavía resulta un gran desconocido.
–¿Por qué?
–Porque la visión que predomina es la de un ser apasionado, radical y guerrero, egoísta y misántropo que era la visión de los vencedores. Todas las personas tienen lados oscuros y facetas luminosas, incluso las peores. En el caso de Acuña lo que subrayaron sus detractores fue su falta, aparente, de caridad al entregarse a las armas. Uno de los culpables de este planteamiento fue fray Antonio de Guevara quien en sus "Epístolas familiares" aprovechó para demonizarle. La propaganda contraria al obispo de Zamora, entre otras cosas, le llevó a ser nombrado capellán del emperador y obispo de Mondoñero.
–Tras su estudio de la figura de Antonio de Acuña ¿cómo puede decir que era el mitrado?
–Dicen que no tenía sensibilidad para las artes y la cultura y yo tengo información sobre su formación temprana y vivió dos embajadas en Roma a principios del siglo XVI, cuando Roma era la capital de la cultura y del arte. Era un hombre arrojado, pero muy inteligente. Era de decisiones prontas y arriesgadas, pero quien no se arriesga no gana. A este hombre lo apresaron buscando el apoyo del rey de Francia que estaba en Navarra. Acuña no huía, los comuneros estaban cercados en Toledo, pero parte del movimiento seguía vivo y la idea era que Francisco I atacara a Carlos V y así también conseguir la derrota del emperador juntando fuerzas y simpatías.
–Este clérigo de origen noble ¿por qué se sumó al movimiento comunero?
–Era muy inteligente y muy crítico. Había tenido problemas con Fernando el Católico porque había estado al servicio de Felipe El Hermoso y había intrigado ante el papa Julio II para que Fernando el Católico pudiera llegar a conseguir la bula de cruzada. Antonio de Acuña se suma al movimiento porque tenía una gran conciencia de su linaje. Se ha llegado a decir que era hijo ilegítimo de su padre, que era un obispo, pero él era legitimado porque si no nunca hubiera llegado a ser obispo, ni nunca hubiera sido embajador, pero en la Edad Media había muchos hijos naturales y bastardos. Era un hombre sin complejos. Él se sentía hijo de su padre y familiar del arzobispo Carrillo. Él sentía una responsabilidad que recaía sobre sus espaldas por sus orígenes y por la defensa del pueblo porque él no se lanzó en las Comunidades a luchar por él, si no que está defendiendo la vieja Castilla frente a una forma de gobernar impropia y, sobre todo, cuando utilizaron la violencia. Para atacar Segovia los realistas necesitaban la artillería que estaba en Medina del Campo, y los medineses no quisieron darla. Lo que hicieron los realistas, encabezados por Fonseca, una familia de Toro enemiga de Acuña, fue quemar y saquear Medina, dañando el comercio de la población porque no pudo ser convocada la feria de los años siguientes. Guardando las distancias en el tiempo yo comparo la quema de Medina y las fechorías tremendas que llevaron a cabo con la misma reacción que muchas personas en Europa tuvieron ante el bombardeo sobre Gernika. Es la misma idea de un pueblo civil sin armas frente a un ejército.
–Esa misma reacción ¿fue la que tuvo Acuña?
–Para él este comportamiento fue determinante. Además los Fonseca, señores de Coca y Alaejos estaban detrás de ese desastre.

Istvan Szaszdi / Ana Burrieza / LZA
–El obispo de Zamora ¿tuvo muchos enemigos?
–Sí. Un refrán castellano dice que la calidad de las personas se mide por el nivel de sus enemigos y Acuña los tuvo de mucha altura. Cualquier persona llamativa atrae los odios y las envidias de muchos. Incluso llegó a tener un enfrentamiento con María Pacheco que pretendía que un hermano suyo fuera arzobispo de Toledo durante las Comunidades. Ella quiso poner a su hermano y Acuña se encierró en la Catedral de Toledo e hizo que el cabildo de canónigos le proclamara a él arzobispo de Toledo. Lo hizo porque tiene la conciencia, dado que un pariente próximo suyo había sido el arzobispo Carrillo. Se enfrenta a facciones de los comuneros.
–¿Por ambición o por convicción?
–Quizás por las dos cosas. Es muy fácil hablar a esta distancia de 500 años de ambiciones, ¡quién no las tiene! , pero hay evidencias para pensar que este hombre creía que era un instrumento del destino o de la Providencia para proteger la España sin rey, desvalida que estaba en manos de lobos y bandidos como decían los comuneros respecto a las camarillas extranjeras del rey Carlos.
Levantó ejércitos de sacerdotes para luchar y recorrió toda la Tierra de Campos saqueando y repartiendo los dineros de los señores entre los campesinos
–En el congreso usted ha hablado de un documento casi desconocido.
–Es un documento que estaba recogido por Carmen Pescador en un catálogo publicado, pero que no estaba integrado en la historia de las Comunidades. Es una de las últimas órdenes que da Carlos V, casi con un pie puesto en la nave que le llevó con su armada a Flandes, donde prohíbe cualquier entendimiento entre otras villas y ciudades para hacer cualquier liga o cualquier llamada a Cortes en ausencia del rey. Este documento aporta el temor del Consejo Real y del virrey, que luego sería papa luego, a que desde Zamora se convocasen Cortes en ausencia de Carlos, dado que el rey era el único que lo podía hacer. El mundo estaba en esos momentos en ebullición. Además, Acuña no se callaba, conocían desde los tiempos de los Reyes Católicos el carácter de este hombre que había estado al servicio de Felipe El Hermoso, pero no significó que él estuviera al servicio de joven Carlos y toda la tropa de flamencos.
–¿Se puede deducir de esa provisión pudo hacerse para frenar a Acuña?
–Desde luego. Le tenían miedo y sabían de lo que era capaz. Además, la Corte había pasado por Zamora camino de Santiago por lo que conocían perfectamente lo que pensaba el obispo. En esos momentos el Obispado de Zamora era muy importante porque estaba en la raya con Portugal. Tenía una situación estratégica muy importante durante las Comunidades. El obispo de Zamora levantó ejércitos de sacerdotes para luchar y se fue por toda la Tierra de Campos saqueando y repartiendo los dineros de los señores. Decían que los campesinos recibían a Acuña como un liberador. La población lo recibía como un liberador de los señores porque casi había una situación de feudalismo porque los campesinos estaban siendo exprimidos.
–¿Qué falsedades han llegado a nuestros días sobre la Guerra de las Comunidades?
–Primero que solo fue en Castilla. El viejo reino de León lo conformaban León, Zamora y Salamanca y parte de la actual Extremadura. Los leoneses dicen que no hubo Comunidades en su territorio, cuando estuvieron los Guzmanes contra los Quiñones. La ciudad de León se levantó y la mujer de Ramiro Núñez de Guzmán defendió un castillo mientras que su marido huyó para conservar la vida. Además, Salamanca fue una de las capitales más importantes en el movimiento, y el obispo de Zamora era uno de los líderes más sensatos e inteligentes porque tras Villalar se dio cuenta de que todo estaba perdido si no lograba ayuda internacional, y se desplazó para conseguirla cuando lo apresaron. Él no huía, iba a pedir ayuda.
Hablamos de uno de los líderes más sensatos e inteligentes del movimiento comunero
–¿Eran pueblerinos?
–Era un movimiento que no era pueblerino, implicó a la burguesía, la pequeña nobleza y a algunos elementos de la alta nobleza, que o participaron o estuvieron entre ambas aguas para ver quién ganaba. No se puede decir que era un movimiento de garrulos, analfabetos y gente ignorante. También hubo comuneros en la Universidad de Salamanca y en el colegio de Santa Cruz de Valladolid, el corazón del colegio San Gregorio de Teología de los Dominicos de Valladolid se sentía en favor de la causa comunera y en la Universidad Complutense también hubo comuneros que se levantaron. Además, María Pacheco era la mujer más instruida que había en la España de su época. Una mujer que no solo sabía latín, griego y árabe, pues había nacido en Granada y se crió en la Alhambra, sino que, además, sabía mucho de historia, genealogía, de matemáticas y medicina. Es recordada en su exilio en Portugal porque en Oporto en su casa hizo un centro de tertulia y encuentro de médicos. Nos llegan cosas que no son ciertas porque a la gente le gusta aprender la historia en los bares, o por la televisión o por Wikipedia, los que leen. Además, la historia la cuentan los vencedores que son los que tienen las armas para divulgarla.
–¿Queda mucho por divulgar lo que sucedió?
–Sin duda, Hay muchos archivos en el extranjero que están todavía por investigar. El meterse en harina y también volver a las fuentes y repensarlas es muy laborioso.
–Sin Antonio de Acuña ¿el movimiento comunero hubiera tenido la fuerza que tuvo?
–Hubiera sido distinto. No digo que no hubiera tenido importancia, pero, sin duda, hubiera sido muy distinto porque él era partidario de la internacionalización de las Comunidades. Yo sostengo que Acuña era uno de los que estaba detrás de la petición de ayuda al rey de Portugal por parte de los comuneros porque había sido embajador en Francia y en Roma. Por eso pidió ayuda en su última carta al gran enemigo de Carlos que era francés y que estaba con el derrocado rey de Navarra, junto al borde del río Ebro.
–La ejecución de Acuña en Simancas ¿fue legal?
–No. Bajo tortura todos cantamos lo que quieren. Además el Derecho Canónico condenaba a la excomunión a todo aquel que tocara a un prelado. Si había que hacer un juicio, tenía que ser ante un tribunal eclesiástico no un tribunal laico. Tenían que acabar con Acuña porque era peligrosísimo. Fue un hombre del que poco se sabe. Su persona es mucho más humana a medida que se le estudia y se dejan los prejuicios a un lado para centras y tratar de comprenderle.
Es un obispo sin tumba porque nadie sabe actualmente dónde se encuentran sus restos
–En su episcopado entre 1507-1526 ¿qué huella dejó?
–Trató de evitar que los nobles se entrometieran en el patrimonio de la Iglesia. Su vida fue un quehacer constante porque desde el principio tuvo que luchar porque no le reconocían como obispo de Zamora. Se puede decir que su vida fue una lucha porque murió luchando. Estuvo preso en el Castillo de Simancas y mató casi sin armas al alcaide Noguerol que le estaba velando.
–¿Por qué?
–Fue una huida a lo desesperado. Tengo la teoría de que es muy posible que él quisiera huir porque se diera cuenta de que lo querían envenenar. No le podían tocar al ser obispo, pero si él sufría un accidente o le envenenaban no podían demostrar nada, salvo que el buen Dios se lo había llevado.
–¿Dónde está enterrado?
–Le enterraron en el atrio de una iglesia de Simancas, luego se supone que fue traído a Zamora pero realmente no sabe donde reposan sus restos. Como había sido enemigo del rey y condenado por el papa nadie sabe dónde se encuentra. Es un obispo sin tumba y fue un personaje muy relevante que se merece un busto o una estatua en Zamora o en Fermoselle. Lo importante es que la gente cuando camine por la calle que lleva su nombre o por delante la catedral se acuerden de él en la capital o en Fermoselle porque recuperó su castillo fue de las primeras cosas que hizo porque le pertenecía.
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