“La abuela” de Faramontanos de la Sierra nació el 5 de diciembre de 1935. Ella misma insiste en ello: “Hace poco cumplí 86 y creo que soy la más vieja del pueblo”, advierte con un tono vigoroso. De ahí el apelativo familiar tras el que esta vecina oculta su nombre, aunque más difícil resulta tapar la nostalgia que invade a la mujer cuando habla de su hogar y del pasado de una tierra que ahora vive momentos críticos. “La gente no se está yendo; la gente ya se ha ido”, resume esta habitante de La Carballeda mientras se agarra a la puerta de su casa como metáfora involuntaria de la resistencia en la zona.

Faramontanos de la Sierra ronda los veinte habitantes censados. La localidad pertenece al municipio de Espadañedo, uno de los más castigados por la despoblación en Zamora. El ayuntamiento al completo apenas alcanza los 109 residentes repartidos en seis núcleos; hace un cuarto de siglo, en 1996, la cifra de vecinos alcanzaba los 220, más del doble.

La evolución de las principales caídas porcentuales

Espadañedo forma parte del grupo de 35 ayuntamientos zamoranos que ha perdido más de la mitad de su población en solo 25 años. Ese castigo afecta, por tanto, al 14% de los municipios de la provincia. Además, en casos como el mencionado, la deriva actual supone una prolongación del desplome iniciado mediado el siglo, cuando ya vivían personas como “la abuela” de Faramontanos de la Sierra. Ella se ha visto forzada por las circunstancias a crecer con el florecimiento de su pueblo y a pasar la vejez mientras contempla cómo la localidad se marchita.

DESPOBLACION. FARAMONTANOS DE LA SIERRA EMILIO FRAILE

La interesada se maneja entre la resignación y el enfado, mientras señala las casas vacías que estuvieron llenas o los restos de lo que un día fueron la tienda o el bar: “Aquí no queda nadie”, resume. La sentencia de “la abuela” no tiene en cuenta el ímpetu mostrado por un joven que se ha lanzado a la aventura de la ganadería y que se ha convertido en la única persona en activo de Faramontanos de la Sierra. Su madre, María Ángeles Mayo, habla sobre los servicios y enumera cuestiones cotidianas para quienes siguen en el pueblo, como el médico a demanda, el internet por satélite o la compra “cara” a los ambulantes. El arrojo de su hijo supone una excepción en medio del vaciado general del entorno.

En una casa situada en la misma calle, en la zona alta de un pueblo plagado de cuestas, José y Estefanía Mayo cuentan cómo se marcharon a Madrid cuando apenas eran unos muchachos: “Había que comer”, matizan. Sus regresos esporádicos ofrecen color a un lugar que, como casi todos por aquí, da un estirón en verano. Mientras, la cotidianidad en el invierno se resume en la imagen de un perro que trata de beber con dificultades en una fuente congelada por el frío.

DESPOBLACION. FARAMONTANOS DE LA SIERRA EMILIO FRAILE

A unos kilómetros de allí, en la puerta de entrada de La Carballeda, Molezuelas aparece como el pueblo más castigado por la despoblación de toda la provincia. De 130 personas a 46 desde 1996. Casi dos tercios de la población se han esfumado en un parpadeo. El alcalde, Tomás Osorio, no ignora la deriva. “Niños no hay. Nació uno hace ocho años, más o menos, pero se marchó”, resume este octogenario que regresó de Bilbao con la idea de vivir en Zamora capital, pero que terminó entregado a sus raíces a tiempo completo.

Osorio explica sus planes para acomodar la vida de sus vecinos, pero reconoce que los recursos resultan más bien escasos. Un local habilitado como tanatorio y la renovación de un centro social aparecen como planes de presente y de futuro para una localidad que perdió el bar, también se abastece a través de vendedores ambulantes y carece ya de agricultores o ganaderos para dinamizar la zona. Casi todos son ya jubilados: “Lo que sí pido es que la gente que vive aquí buena parte del año se empadrone, porque lo necesitamos”, reclama el alcalde.

Los retornados se erigen como la esperanza más realista para una localidad castigada en su día por la emigración. Muchos marcharon a Francia. Entre ellos, Pedro y Ramón López, dos hermanos que regresaron más tarde para hacer la vida cerca del hogar y que ahora, ya retirados, contemplan un panorama poco halagüeño: “Esto queda para los corzos y los jabalíes. Los demás desaparecemos todos”, afirman.

Los hermanos reflexionan al abrigo de un sol que aplaca la helada con la que amaneció el pueblo, un fenómeno que no disuadió a uno de los franceses que tiene relación con el pueblo a la hora de practicar la caza. “Venimos de vacaciones cada dos o tres meses”, aclara el hombre, que llega pedaleando y con la escopeta en la funda. Los tiros en soledad le alcanzan para matar el tiempo. Del otro lado del pueblo, la bocina advierte de la llegada de la panadera de Uña de Quintana. Conviene no perder la vez; las atenciones aquí llegan y se marchan.

Diferencia de población entre 2021 y 1996 en los municipios más afectados

La Carballeda y toda la franja oeste de la provincia conforman una línea despoblada y envejecida cuyo futuro pende de un hilo. Ese espacio de La Raya se encuentra en alerta roja, pero las alarmas también suenan por el este. En concreto, el alfoz de Toro ha sido la comarca más castigada en 2021, y también acumula ejemplos de vaciados sin control que claman por soluciones.

En Pozoantiguo se halla uno de esos casos. El pueblo es relativamente grande, tiene varios negocios y aún respira, pero los números se muestran contundentes: en 1996, la localidad rozaba los 400 habitantes; un cuarto de siglo más tarde, apenas quedan 180. “Cuando yo era niño, el colegio tenía 87 alumnos y había comedor”, asegura Damián Temprano, de 60 años. El vecino fue también alcalde de un lugar que rozó el millar de habitantes durante décadas y que languidece desde hace tiempo, sin encontrar suficiente oxígeno.

Entre las calles de la localidad, llama la atención la gran cantidad de viviendas vacías, un catálogo de inmuebles sin vida que revela un pasado más boyante. También destacan los carteles contra las macrogranjas, un asunto que tiene soliviantado al pueblo desde hace años y que se suma a los problemas que ya arrastraban: “Aquí, la cuestión de fondo es que la gente tiene un tipo de vida diferente y no quiere venir a los pueblos”, desliza un agricultor. El propio vecino sabe que su generalización no excluye determinadas excepciones. Hace años que él optó por regresar: “La única manera de hacer reaccionar a mi pueblo era volver”, sostiene.

Al lado de la tienda que aún queda abierta, una mujer asoma desde su ventana para poner el grito en el cielo por los precios que piden sus vecinos para alquilar o vender las casas vacías: “En Abezames sí se están comprando muchas”, recalca. El pueblo al que se refiere se encuentra a un puñado de kilómetros y es otro de los lugares que hace 25 años acogía a más del doble de los residentes que conviven allí ahora. Efectivamente, alguna casa reformada hay, pero el aspecto de la localidad exhibe la realidad inmisericorde de un pueblo donde quedan apenas 58 individuos. En la calle, ni un alma.

Al cabo de un rato, un hombre aparece como de la nada. Él es Patro, “Patro y vale”, y sale a la puerta para recibir a su hijo. El vecino de Abezames acumula años y vive solo, pero tiene cerca a su familia para abastecerse. Mientras ambos vacían el coche de bolsas, la conversación deriva hacia las diferencias entre los recursos que tiene cada uno en su pueblo: “Es que en Pinilla de Toro hay de todo”, sentencia el padre. Habla de un lugar con 205 personas, doce menos que el año anterior y 218 menos que en el 96. Cuestión de perspectiva.

DESPOBLACION. ABEZAMES EMILIO FRAILE