“Mientras duerme Dionisos” es el título de la exposición que estos días puede visitarse en la galería de arte Espacio 36, con obras del pintor Manuel Sierra que rinden homenaje al vino y a la pasión por vivir el momento.

–¿De dónde surge este título tan singular?

–Tiene un poco que ver con la situación social en la que estamos y de la que todavía no salimos, estas sucesivas oleadas de pandemia y preocupación colectiva y miedo. En mi caso, el pintar y vivir es lo mismo, como la saudade o la querencia, una habanera constante, estar y no estar a la vez. El título es, ante todo, un canto a la esperanza, porque la vida sigue y hay que celebrar que estamos vivos, ahora más que nunca, cuando nos rodeó tanta desgracia y nos afectó a todos de alguna manera.

–¿Se convierte entonces en un canto a la vida?

–Es esa idea de carpe diem, decir que hay que aprovechar la vida, que no la hipoteques ni esperes a la vuelta de la normalidad. Y para celebrar, lo que más tenemos a mano en la civilización mediterránea es el vino.

–¿Es una colección hecha expresamente para la galería?

–Ángel Almeida me propuso esta exposición alrededor del vino como temática. Además, yo tengo una buena relación con el vino, con muchos murales encargados por bodegas y muchos apuntes de interiores de bodegas y de herramientas, que es lo que me interesa, hablar del trabajo, del esfuerzo y del gozo también a través de los objetos, que siempre contienen mucho placer y mucho sudor a la vez. En este caso concreto, para la elaboración y degustación del vino. Pero con los últimos avatares no me dio tiempo a cubrir con este tema toda la sala, así que he incluido obra de mi colección, incluso de los años ochenta, algunos de los cuales también enlazan con el tema del vino. No es una pintura accidental, como si fuera de un pintor dominguero, sino de alguien que lleva en esta profesión toda la vida.

–¿Y qué ha aprendido de la pintura en todos estos años?

–A mí me sirvió mucho el pintar con estas premisas, porque la pintura es terapéutica para el que la ve, pero mucho más para los pintores. En mi caso, si no llego a pintar, no habría quien me soportase. Pintar para mí supone un tiempo de sanación y de bálsamo.

–¿Era el momento de traer esta colección a Zamora?

–Se quiso hacer coincidir con las fechas de San Pedro, un momento en que Zamora celebra la fiesta del barro, elemento que también aparece en los cuadros, con los cántaros y las jarras, y del ajo, que están en las escenas de bodegas de interior, donde se percibe celebración y asueto en el trabajo, que es como el recreo en la escuela, que te permite volver a crear tu realidad, mientras que la pedagogía te la fue sustrayendo para ir haciéndote obediente.

Muestra en Espacio 36 de Manuel Sierra. José Luis Fernández

–El queso también tiene protagonismo.

–Porque completa la imagen que tenemos de algo que sea celebración y a la vez improvisado, que no necesita mucha elaboración. Donde esté un queso, una buena navaja, buen vino y buena compañía, ya está. En esta vida tan apretada que tenemos, las celebraciones tienen que ser un gozo.

–Toda una oda a los pequeños placeres de la vida.

–Exactamente, a la cotidianidad. Mi pintura está absolutamente relacionada con lo doméstico. Los grandes gozos no están en los grandes eventos de bombo y platillo, sino en la luz que entra por la ventana, en el amor que exhalan los objetos y los alimentos. Me interesa ese momento para mis cuadros, en el que alguien está a punto de llegar o acaba de irse, ese momento que queda como en suspenso, como las bolas ingrávidas que a veces coloco, para hablar del instante. Por eso, muchos de mis cuadros están deshabitados conscientemente, para que los habite el espectador y que se meta en la situación. Encontrar la maravilla en la vida cotidiana es el objetivo.

–¿El colorido tan vivo sigue siendo su seña de identidad?

–En este caso se mantiene ese color muy primario, pero está muy atemperado por la presencia del barro, de la alfarería. Hay un tono en casi todos los cuadros en que aparece el barro a través de los surcos que se ven en esos cuadros de herencia flamenca con ventanas a un exterior nunca nítido, al lado de esa caseta de herramientas de trabajo o en la mesa, en la tabla de madera, cubierta por un paño blanco o un hule de cuadros, para insistir en la cotidianidad. Además, hay unos guiños en la etiqueta de alguna botella, con los colores de los pendones de Zamora o de sus mantas.

Los singulares bodegones de Sierra en Espacio 36. José Luis Fernández

–¿Y ese pequeño homenaje?

–Aunque la pintura sea universal, me gusta circunscribirla al lugar donde estamos, en este caso en tierra de vino, uno de los mejores del mundo.

–Así que trata que se reconozca que la exposición se ha hecho expresamente para un espacio en concreto.

–Me gusta ceñir las exposiciones a los espacios donde expongo, por eso necesito verlos antes y comentarlo con los galeristas.

–En el caso de Espacio 36 no habrá hecho falta, ya que es un habitual de esta sala.

–Me resulta completamente familiar y además Ángel Almeida es un galerista como la copa de un pino, sabe muy bien de lo que habla y si cree en un pintor lo defiende a muerte. Eso es de agradecer y más en estos tiempos. Hay que ser un buen profesional y él además está cargado de empatía.