Javier empezó a notar síntomas extraños el 13 de abril. Este zamorano, de 48 años, se sintió especialmente cansado tras regresar de su trabajo en el turno de noche de una fábrica situada en Toro: "Me veía hecho polvo", explica desde la camilla del fisioterapeuta al que ahora acude para terminar de librarse de las últimas consecuencias del COVID-19, la enfermedad que le atacó hace ahora dos meses y medio y que le puso contra las cuerdas con una hospitalización de nueve días incluida.

Después del cansancio, lo siguiente fue la fiebre y un "extraño" dolor muscular. "Me puse el termómetro y ya pasaba los 37 grados, así que llamé al centro de salud, expliqué los síntomas y me mandaron aislarme ante la posibilidad de que fuera el virus", narra Javier. Era lunes. Hasta el sábado, la situación se mantuvo estable. Fue durante ese fin de semana cuando su temperatura corporal se disparó por encima de los 38 grados y comenzaron los problemas estomacales.

Ante este empeoramiento repentino, el zamorano avisó a su médico y, tras unas horas de incertidumbre en las que pudo "aguantar de malas maneras" a pesar de los constantes vómitos, una ambulancia le trasladó al hospital. El diagnóstico no ofrecía dudas: "Llegué deshidratado, medio mareado. Una vez allí, me dijeron que estaba empezando a tocarme el pulmón, aunque no he sentido que me faltara el aire en ningún momento", reconoce Javier.

El paciente zamorano se quedó ingresado en planta y sufrió los efectos de la fiebre alta durante "dos o tres días". Los sanitarios lograron controlar su situación y, nueve días después de aquel viaje en ambulancia, Javier volvió a casa con "cinco o seis kilos menos" que fue reponiendo a base de comportarse "como una cosa loca comiendo". Poco más tarde, parecía que todo había pasado.

Sin embargo, casi dos meses después de los primeros síntomas, aparecieron los vértigos: "Fui a girarme en la cama y lo noté. Me quedé alucinado", subraya Javier, que para entonces ya había ido recuperando fuerzas tras "una paliza terrible". "No vi peligrar mi vida, pero me cansaba hasta responder al Whatsapp", remarca.

Él mismo considera su caso "suave", a pesar de haber vivido prácticamente un mes a cuestas con la enfermedad y de haber estado casi dos meses de baja en el trabajo. Los vértigos aparecieron junto a la atrofia muscular, algo habitual en pacientes que pasan "tanto tiempo encamados". Ahora bien, quienes se ven más atacados por el virus afrontan secuelas más serias.

Las consecuencias de "50 o 60 días sin salir": Algunos mayores se han visto especialmente afectados por el freno brusco de su actividad rutinaria

Así lo explica Javier Pedruelo, trabajador de Fisiorivher, que desde su experiencia de las últimas semanas percibe que "no hay unas consecuencias concretas" que se vean en todos los pacientes: "En las personas que lo han pasado muy mal, que han llegado a estar en la Unidad de Cuidados Intensivos, vemos patologías respiratorias y hacemos mucha terapia de ese tipo con ellos", señala el profesional, que augura una recuperación "a medio plazo" para ellos.

En todo caso, Pedruelo aboga por mantener la prudencia a la espera de "ver qué secuelas pueden quedar a largo plazo" para los enfermos que han sufrido problemas respiratorios graves a causa del COVID-19: "Aún no se sabe qué les puede ocurrir", subraya el fisioterapeuta, que también hace referencia a la existencia de ciertos pacientes que han arrastrado otras consecuencias de tipo vascular.

Eso, en lo que toca a las personas que han pasado el virus, pero el confinamiento tampoco le ha salido gratis a un buen puñado de gente que se ve ahora con "atrofia muscular" después del largo periodo de encierro. Los mayores constituyen el colectivo más afectado por esta circunstancia, como resume Pedruelo con un ejemplo muy claro: "Tratamos a un hombre de unos 75 años que salía a caminar ocho o diez kilómetros al día y que se mantenía muy activo con un huerto. Ahora, ha dejado de andar por los dolores causados por la falta de movimiento", lamenta el fisioterapeuta.

En una situación similar, con unos cuantos años más, se encuentra Enrique, un hombre que "ha perdido toda su movilidad hasta el punto de no poder mantenerse en pie", a pesar de que antes del encierro forzoso acudía a diario al bar por sus propios medios: "Pasar 50 o 60 días sin salir es algo que te trastoca la vida", remarca Javier Pedruelo, que ahora dedica una parte de su trabajo a reconducir la situación física de los enfermos de COVID-19 y de aquellos que, de forma lateral, también han recibido un cierto castigo.

Ahí también se incluyen los deportistas, que en muchos casos están sufriendo algún contratiempo a la hora de poner de nuevo a tono sus cuerpos. Lógicamente, estas sí son consecuencias leves de una pandemia que se ha llevado muchas vidas por delante y que ha dejado un rastro que tardará en borrarse de esta sociedad que aún debe seguir alerta para evitar un rebrote letal.