La cita es a las doce y cuarto en la pequeña terraza que la residencia Domusvi Villaralbo tiene en el exterior de sus dependencias, al pie de una amplia y cuidada zona verde que sirve como telón de fondo del reencuentro. Después de 90 días de pandemia, las puertas vuelven a abrirse para las familias de los 125 mayores que conviven en el centro. Unos minutos antes de su llegada, varias trabajadoras colocan las mesas y las sillas de tal modo que la distancia pueda mantenerse sin romper las normas contra el contagio. Toda precaución es poca. Dentro de unos instantes, los hijos podrán ponerse frente a sus padres y, aunque no habrá besos ni abrazos, sí volverán a cruzar sus miradas por primera vez desde el inicio de esta pesadilla.

Antes de ascender por la pequeña rampa que lleva a la terraza, los familiares tienen que cumplir con el protocolo impuesto por la residencia. Lógicamente, todos llegan con la mascarilla puesta, pero también deben desinfectarse las manos con alcohol y pisar sobre una cubeta para limpiar las suelas de su calzado. Una trabajadora vigila el sencillo ritual mientras, desde arriba, Conchita ya saluda a Miguel.

El suyo es el primer encuentro desde el pasado 8 de marzo. Las visitas se cortaron a partir de entonces en la residencia villaralbina, que ha pasado el pico de la pandemia sin tener que lamentar ningún caso: "En las primeras semanas, algunas personas tuvieron síntomas, pero dio todo negativo", explica la directora del centro, Beatriz Gamarra, que indica que las visitas que arrancan esta semana se harán en turnos de cuatro en cuatro "para poder controlar la situación". El cuerpo pide contacto físico, pero ese paso aún es arriesgado.

La siguiente en cruzar la rampa es Rosa María, que todavía tendrá que esperar unos minutos hasta ver por fin a su padre: "Hemos tenido información en todo momento", apunta la visitante, que alude a "lo que se ha oído por ahí de las residencias" y que dista mucho de la realidad que se percibe en este caso concreto. Poco después aparece Pablo a bordo de su silla de ruedas. Al igual que Conchita y Miguel, padre e hija se sitúan el uno frente al otro, a dos metros de distancia. Desde ahí se lanzan besos.

Mientras Rosa María trata de convencer a Pablo para comprar unos auriculares que le permitan escuchar la radio sin llevar el sonido por el resto de la residencia, Felipa espera su turno unos metros más atrás, cerca de la valla que separa la terraza y el jardín. Entretanto, la mujer se interesa por otra de las familiares que ha acudido a ver a su padre y va mirando de reojo hacia la rampa.

Finalmente, el rugido de una moto alerta de la llegada de José Javier. Felipa es consciente de que no se puede acercar demasiado y trata de controlar sus emociones. No es fácil. Los besos vuelan de lado a lado y los sentimientos se desbordan. Antes de empezar la charla, la residente cruza las manos sobre su frente, mira hacia abajo y respira. Han pasado tres meses y la peor parte de una pandemia desde la última vez que pudo ver a su hijo.

Durante el tiempo que dura la visita, Beatriz Gamarra cuenta cómo han aguantado el trance desde dentro: "Ellos han sido unos valientes", asegura la directora del centro, en referencia a los residentes: "Se ha hecho muy duro para todos, pero hemos intentado que se mantuvieran en contacto a través de videollamadas de Whatsapp", afirma la responsable de un complejo que aún se mantiene alerta. Las medidas se suavizan, pero esto no ha acabado.

De hecho, en esta fase 2, los familiares solo pueden acudir individualmente a visitar a los residentes. Lo harán una vez por semana hasta nuevo aviso. En el primer encuentro, la charla dura algo más de media hora, un tiempo que algunos invierten en ver a sus nietos a través de imágenes de móvil y otros simplemente en ponerse al día.

Antes de la una, esa despedida "a la que parece que le falta algo" separa de nuevo a los familiares: "Yo a mi padre lo he visto muy bien", asegura Rosa María. Para los más afortunados, el gran poso que queda de este primer contacto es la tranquilidad de comprobar que todo marcha bien.

En esta residencia de Villaralbo, cada día habrá cuatro turnos de visitas para recibir a las familias. Un pequeño esfuerzo organizativo más para una plantilla que ha extremado las precauciones para protegerse del virus que ha diezmado a otros centros. En algunos lugares, también en la provincia, muchos hijos se han visto privados de abrazar de nuevo a sus padres por culpa de la pandemia, pero los que han esquivado la desgracia van viendo una pequeña luz al final del túnel.