Adaptarse a la nueva situación que ha provocado la pandemia del coronavirus ha obligado a la población a cambiar muchas de sus costumbres, pero para las personas ciegas esto puede significar multiplicar sus trabas diarias. Mientras se avanza hacia la nueva normalidad, David Fernández Rey va encontrando pequeños obstáculos que, en principio, se están instaurando para facilitar el cumplimiento de las normas higiénico sanitarias y de seguridad impuestas por la situación de crisis.

Este joven periodista de 31 años reside en Benavente y perdió la visión hace ya dos décadas, debido a la sobredosis de un medicamento recetado para una tortícolis que desencadenó en una trombosis y terminó afectando al nervio óptico. "Perdí la visión en cuestión de cuatro días", recuerda. Ahora sus ojos son los de Vincent, un perro de dos años, cruce entre golden retriever y labrador, del que se ha hecho inseparable desde el pasado mes de octubre, cuando llegó de la escuela de adiestramiento Leader Dogs for the Blind, en Rochester (Estados Unidos), centro que colabora activamente con la Fundación ONCE, entidad que se encarga de todos los gastos -alrededor de 35.000 euros por animal- para que sus socios puedan ser lo más independientes posible.

Este es el segundo compañero canino que tiene David y juntos están aprendiendo a sobrellevar de la mejor manera posible las dificultades que se les presentan durante sus salidas a la calle en tiempo de desescalada. David empieza explicando que algo tan aparentemente inofensivo como las mamparas de protección "acortan la señal acústica de la voz y nosotros es como nos guiamos en muchas ocasiones", señala. También está el tema de los carteles expuestos en el exterior de los negocios indicando el aforo máximo permitido. "Si nadie nos avisa de que no podemos entrar, nosotros no sabemos si dentro ya están las personas autorizadas o todavía hay sitio para uno más", detalla. Por eso solicita una mayor información a través de la voz. "Es algo necesario para nosotros, porque no vemos esas señales o carteles", razona.

Una vez dentro de cualquier establecimiento, se suma otra pequeña traba. La ausencia de contacto debido a las medidas sanitarias hace que algunos vendedores -si en el establecimiento no se admite el pago con tarjeta, como es el caso de pequeños negocios de alimentación- opten por dejar el dinero de la vuelta en el mostrador "y nosotros tengamos que andar tocando para buscar las monedas, como alguna vez me ha pasado, igual que con el ticket", pone como ejemplo. Por eso sugiere que la gente acceda a una guía elaborada por la ONCE que solventa estas pequeñas situaciones del día a día. "Se trata de concienciar un poco a la sociedad sobre nuestra situación porque, aunque las circunstancias han cambiado para todos y nos tenemos que adaptar, nosotros seguimos siendo ciegos", subraya el periodista.

Caminar por la calle también es más complicado ahora para ellos, con las frecuentes colas que se forman fuera de muchas tiendas. "A veces te encuentras dos filas, una más cerca de la pared y otra junto al bordillo de la carretera, dejando en medio un pasillo por el que es imposible pasar sin incumplir las medidas de distancia cuando la acera es un poco estrecha", describe.

Por otro lado, solicita la ayuda de los ciudadanos cuando vean acercarse a alguna persona ciega con un perro. "Los animales no calculan las distancias que se deben respetar ahora, no saben en qué espacio se tienen que mover con las nuevas normas, así que agradeceríamos que fueran ellos los que se retiraran para cumplir con lo establecido", sugiere como alternativa en estos casos.

Aun así, reconoce que los que se mueven por la calle con un perro lo tienen "un poco más fácil" que aquellos invidentes que se sirven de un bastón, aparte de que la ley ampare a los animales con libertad de acceso a todos los lugares. "Muchas mesas y sillas de terrazas se están poniendo muy cerca de los pasos de cebra y estamos dando un paso atrás en ese sentido, porque luchamos mucho hace tiempo para evitarlo. Luego están las personas que están hablando en la calle, paradas y a distancia. Si pasas y solo uno habla y el otro escucha, no te das cuenta de que hay dos personas, porque no lo oyes. En estos dos casos, el perro sí sabe redirigirte, lo que no le ocurre a una persona que solo van con el bastón", compara.

Los que conocen a David saben que siempre es capaz de ver el lado bueno de las cosas e incluso en estas semanas lo ha hecho. "Antes del confinamiento, todo el mundo quería tocar a mi perro y ahora, por suerte, la situación ha cambiado, nadie se le acerca, ¡aleluya!", ríe. Eso le ha dado un poco más de independencia, pero advierte que para Vincent, como le pasa al resto de perros, esta situación le perjudica. "Una de las cosas que más notan es ese exceso de limpieza en las calles, la desinfección con lejía y otros productos químicos, que les afecta a su olfato y a la hora de caminar y moverse por la ciudad", asegura.

También Vincent tuvo que acomodarse a una nueva rutina que al principio no entendía. "Estaba acostumbrado a salir todos los días, a estar mucho tiempo en la calle y, de la noche a la mañana, apenas teníamos movimiento", recuerda. Tras unos días "un poco estresado y desubicado, porque solo salíamos a la calle para que hiciera sus necesidades y rápidamente volvíamos a casa", su carácter y entrenamiento ayudaron a que se habituara a la nueva situación. "Ahora lo que más le extraña es ver que son las personas las que llevan bozal", bromea con humor.