Ni amapolas ni cebada. La finca agraria más visitada de Zamora ha quedado reducida a tierra y pajas. Una máquina de discos ha desmenuzado el campo de cereal comido por las flores, y la primaveral estampa que generó una auténtica peregrinación durante el mes de mayo es hoy es un secarral para el que nadie mira.

"Las amapolas ya se habían muerto y ha habido que triturar todo para poder hacer labores y volver a sembrar". Lo aclara el encargado de la finca de 6 hectáreas situada a la vera de las aceñas de Gijón y convertida en el principal atractivo de la primavera zamorana. "No ha sido por otra cosa, la cebada estaba perdida y costaba más cosechar la tierra que lo que se iba a sacar".

Aunque el mal desarrollo del sembrado ha sido la prioridad, José Gallego no oculta la "tranquilidad" que va a poder recuperar después del sorprendente interés que ha suscitado el campo de amapolas. "Ha sido todo un desastre, la gente no ha respetado y lo he tenido que dejar por imposible" admite el jubilado.

Hasta los agentes del Seprona de la Guardia Civil que pasaban por allí y hablaban con él se cuestionaban qué hacer ante la avalancha de personas que merodeaban por la zona y entraban en la finca sin ningún reparo. "Yo le decía a la gente que no se metiera, pero nada, y no te vas a poner a denunciar uno a uno".

El escenario que deja la incesante romería no resulta nada edificante, con la pared de piedra que rodea la finca derribada en varios puntos. Pudo más la foto en el campo bermellón que todos los obstáculos posibles y muchos "turistas" no han dudado en derribar el muro y hacer caminitos para inmortalizar el marco ideal con la Catedral al fondo. "A mi no me ha hecho ninguna gracia porque lo que me interesaba es que saliera cebada, no amapolas" se sincera el cultivador.

"Todavía hay gente que dice que no había un cartel prohibiendo el acceso a la finca, en las casas tampoco y nadie se mete" se defiende el encargado de esta propiedad agrícola situada en la ribera del Duero.

Cuenta José Gallego que en todos los años que lleva frente a las labores de la finca nunca había visto tal explosión de amapolas. Incluso la tierra en cuestión se sembró de cebada en buenas condiciones; "el caso es que nació muy bien, le metimos un producto para matar las hierbas y fue efectivo con todas menos con las amapolas".

La cebada se podría haber salvado si en el mes de abril, cuando empezó a manifestarse la planta de flor roja, se hubiera tratado con un herbicida, "pero como no dejaba de llover no había manera de entrar en la tierra". La amapola, planta de alta fecundidad, creció y floreció hasta invadir toda la superficie y anular la germinación del cereal. "No valía para nada, ni para el ganado".

Agua y sol alimentaron el crecimiento de las amapolas hasta alcanzar un esplendoroso color que pronto llamó la atención de los viandantes en su recorrido por la zona del río y la carretera de Almaraz. Las fotos no tardaron en fluir como la espuma por las redes sociales y hasta la Embajada de Japón se hizo eco del magnífico campo rojo. Por muy resistentes que hayan sido, las amapolas terminarían marchitándose, como se ha podido comprobar en los últimos días de mayo. Y con ellas desaparecería el furor de una población embelesada.

En el otro lado de la idílica estampa, el cultivador, desesperado por la "invasión" de una finca que no ha dado ni un grano. Encima en tiempos de pandemia. Hasta un familiar ha expresado en las redes su indignación porque las personas que viven allí, mayores, han evitado desplazarse por miedo al contagio y se han visto obligados a confinarse en una pequeña vivienda de la ciudad.