"Estamos hartos ya. Aquí, que yo sepa, no hay casos, pero todavía no nos sacan". José Antonio Colino lamenta la suerte de Sayago a la puerta de su comercio, a apenas unos metros de la vía principal que atraviesa Bermillo. La comarca seguirá una semana más en fase 0 y, aunque casi todos lo intuían, a muchos se les sigue escapando la razón. Los habitantes del entorno dicen haber visto el virus básicamente por la tele, más allá de algunos casos detectados al principio y de las noticias que van llegando sobre las residencias.

Sin embargo, a pesar de esa percepción, los datos de la Junta continúan poniendo a la cola a la comarca y eso que, según los últimos informes, tan solo se han registrado tres nuevos positivos por PCR en los últimos 14 días; ninguno esta semana. El malestar aumenta al ver cómo el grueso del país y una parte de la provincia sí avanzan en una desescalada que no arranca en esta parte de la frontera.

De hecho, las 5.210 personas de la Zona Básica de Salud de Sayago y las cerca de 4.000 que se integran en la de Puebla de Sanabria son los únicos habitantes de comarcas fronterizas entre España y Portugal que seguirán a partir del lunes en fase 0, junto a un pequeño territorio de Salamanca. El resto de las zonas de La Raya en Castilla y León, Galicia, Extremadura y Andalucía ya ha avanzado o lo hará mañana.

"La semana pasada nos pusieron en zona naranja y fue un desastre, porque la gente vino menos", apunta Rosa, que gestiona un negocio de prensa y de lotería también en Bermillo. La gama cromática ejerce de repelente de la clientela a medida que avanza hacia el rojo. Así, con los juegos en pausa, la gente de fuera sin venir y el miedo de la población, la actividad sigue mermando.

A unos kilómetros de allí, en Fermoselle, Aurora de la Iglesia también despacha periódicos. Lo hace dentro de su bar, que tendrá que seguir funcionando solamente como quiosco mientras los expertos no digan lo contrario. "La semana pasada estábamos un poco decepcionados por no abrir, pero ahora lo teníamos claro", reconoce. La terraza habrá de esperar al día 25: "A ver si para entonces ya...".

Fermoselle nota especialmente la ausencia de movilidad. El pueblo, principal foco turístico de la zona en el entorno de los Arribes, acostumbra a llenarse a medida que avanza la primavera, y más si se trata de un fin de semana. "Mejor que abran cuanto antes y venga la gente", subraya Miguel Ángel Prieto, tras la pantalla que le protege dentro de su estanco. Para algunos, la disyuntiva está entre ir asumiendo algún riesgo o caer en la ruina.

"A ver de los bares que hay en España cuántos siguen abiertos", plantea José Miranda, responsable de una tienda de alimentación en Fermoselle: "La situación es muy rara. Aquí el turismo empieza en marzo, pero...". El panadero Roberto Díez va más allá de esa frase: "Para mí, incluso el verano está ya hecho", afirma, al tiempo que reconoce que, en su negocio, también se deja notar la ausencia de forasteros o de lugareños residentes en otras zonas.

Lejos de los grandes núcleos, el virus parece aun más ajeno. En Luelmo, Eladio Vicente repite una frase muy manida: "Aquí no se ha oído nada". Lo dice mientras arregla una pequeña parcela que se había desmadrado en las últimas semanas de primavera: "Somos pocos", insiste, mientras defiende la ventaja del pueblo con respecto a Madrid. A él, la pandemia le pilló en Sayago, y allí se quedó.

A 130 kilómetros de Luelmo, en la zona de Sanabria, un grupo de hombres charla en torno a sus casas. Todos pasan la cuarentena en Requejo, y tampoco entienden muy bien qué pasa con lo suyo: "Parece que hemos hecho algo mal. Es como si fuéramos los olvidados", advierten. Al fondo, aparece un sendero que no parece conducir a ningún lugar demasiado poblado: "Aquí puedes salir a caminar y no ver a nadie ni adrede", remarcan.

El pueblo tiene una tienda de alimentación y dos bares. En esta fase 0, solo Dori tiene abierto su comercio: "Las ventas más o menos se mantienen", señala conforme, aunque no es capaz de explicar las razones que impiden el avance en la desescalada. Mientras intenta razonar sobre ello, el dueño de uno de los negocios de hostelería entra al establecimiento: "Nosotros damos comidas para llevar a los trabajadores de la zona, y más o menos...", comenta. El otro bar de la localidad, de momento, aprovecha para pintar.

En la parte más cercana al Lago de Sanabria, la calma impera mientras sus gentes aguardan el verano más extraño. Así lo prevé Francisca Prada, que expresa sus dudas sobre el futuro inmediato y que trata de ponerse en la piel de uno de los hosteleros de Galende: "A ver qué va a hacer", lamenta. Su opinión sobre la desescalada en la zona es más concreta: "Se entiende en Madrid, pero aquí... Parece que nos tratan como apestados". Para ella, el cambio de fase implicaría ver a su hija y a sus nietas, que viven a apenas unos kilómetros, en Pedrazales. De momento, tendrá que esperar.

Si el silencio reina en el entorno del Lago, más aun se impone bajo el Castillo de Puebla. Ni un alma recorre unas calles que, en otro contexto, deberían estar atestadas de turistas. "Es de lo que vive este pueblo", apunta Montserrat Ballesteros, desde su casa a la vera del río. Los paseos por la naturaleza alivian el confinamiento de esta mujer y de su hermano, que se han visto afectados laboralmente por las restricciones. El paso de fase también les acercaría a la nueva normalidad laboral.

Precisamente por trabajo, una joven gallega está pasando la cuarentena en la cabecera de la comarca sanabresa. Junto a ella se plantó en el pueblo Tomás Arias, un orensano que tampoco termina de entender muy bien el motivo de que la zona se mantenga en la base de la desescalada. Para él, ese estancamiento retrasa el momento de poder regresar a su tierra. Aún deberán pasar varias fases.

Finalmente, en La Raya literal, en Rihonor de Castilla, Jimena Acuña acude a recoger el pan que le llega desde Braganza. El reparto se produce los miércoles y los sábados. Antes, la trabajadora lusa accedía a territorio español; ahora, el muro fronterizo se lo impide y sus clientes zamoranos deben desplazarse hacia la otra parte del pueblo. Apenas es una pequeña incomodidad dentro de una rutina que se ha complicado con el fin de la libre circulación: "A nosotros lo de las fases nos interesa menos, lo importante es que quiten esto", concluye mientras señala el hormigón. Los últimos de la frontera tendrán que seguir armándose de paciencia.