"El término nueva normalidad me escama, pero es cierto que vamos a tener que construir un nuevo orden mundial que nos aleje de los peligros de la globalización y logre un planeta más sostenible". Es el pensamiento de Luis Díaz Viana, antropólogo autor de varias obras en las que reflexiona en profundidad sobre el mundo en que vivimos, azotado ahora como nunca por el coronavirus.

- ¿Esta crisis ha enseñado las costuras de la globalización en toda su crudeza?

-Efectivamente, pero llevamos advirtiendo de los riesgos de la globalización, dentro y fuera de España, desde que empieza el fenómeno. El más conocido es Zygmunt Bauman, con la sociedad líquida, pero hay otros, como Paul Virilio, menos famoso. Yo mismo publiqué hacia 2002 "El nuevo orden del caos. Consecuencias socioculturales de la globalización", que iba precisamente de esto que está pasando, entre otras obras.

- ¿La globalización se ha visto como inevitable y en el fondo, positiva?

-Sí, había cosas positivas, como una cierta globalidad en los medios que nos intercomunican a lo largo y ancho del mundo, que tiene sus ventajas. Pero había otras cosas que se descontrolaban de manera importante, el dinero por ejemplo. Esta era, si es que estamos al principio de una, como piensan algunos, ha liberado al gran capital, basta con un click y el dinero se mueve de aquí para allá, lo que ha cambiado muchas cosas. Como decía Ulrich Beck, ahora lo importante no es la producción, es la especulación financiera y económica con el propio dinero.

- ¿Hay una forma de ver el mundo asociada a la globalización?

-Beck habla de globalismo, que no es exactamente la globalización, sino la ideología muy neoliberal asociada a la globalización, que ha marcado el rumbo: decían que iba a traer empleos, pero de momento se están perdiendo. Y, como hemos visto, la interconexion es tal en el mundo que lo que antes era una pandemia, una peste, una gripe que tardaba tiempo en expandirse, ahora se propaga de forma mucho más rápida y letal. Afortunadamente el campo no se ha desmantelado del todo, que es por lo que abogaban algunos.

- En eso no dependimos del exterior.

-A lo mejor la gente no se acuerda, pero las asociaciones agrarias se estaban manifestando hace no mucho precisamente porque se veían vendidos y abandonados por la caída de precios. Tienen que competir con productos venidos de fuera que rompen los precios pero no compiten en la misma liga.

- ¿Es uno de los momentos en los que más nos hemos acordado del mundo rural?

-Había gente muy lista que vaticinaba hace una década que en el año 2020, todo el mundo viviría en las ciudades, y no podía haber núcleos de menos de dos mil habitantes. Y eso lo decía un ministro de Agricultura, no señalo cuál, pero era de Castilla y León por cierto. Pero también había unos señores del Centro de Investigaciones de Massachusetts, que saben bastante, que afirmaban más bien lo contrario, que lo más sostenible sería tener ciudades de entre tres mil a diez mil habitantes. ¿Qué pasa? Que la mayoría de los políticos escuchan lo que les gusta oír y a los expertos que les gusta oír, y se ordenaba sobre el papel en base a rentabilidades económicas sin tener en cuenta la gente que está ahí viviendo.

- ¿Y ahora hemos caído en la cuenta?

-Hemos oído a líderes como Merkel, no me estoy refiriendo a gente muy revolucionaria, hablar de que había que tener en cuenta que posiblemente había sido un error tanta dependencia de lo externo y había que recapacitar sobre qué se producía. Eso ya sería un buen aprendizaje.

- ¿Se sigue identificando lo rural con el atraso?

-Una idea de cierta intelectualidad española ha sido muy perniciosa con la conexión que hacen del progreso con lo urbano e identificando lo rural con cierto atraso. Algunos defendemos otro modelo de progreso. Siempre se pone de ejemplo a los países nórdicos, que la gente,viva donde viva, tenga los mismos servicios de calidad, o parecidos. Y eso sería para mí el verdadero progreso. Primero, una producción más equilibrada. Un país que depende del turismo, que sigue dependiendo del ladrillo y de algunas cosas más, pero en un grado bastante menor. Volvemos a estar en una situación de debilidad muy grande ante otro embate como este. Ahora se vuelve a decir que debería estar más equilibrada la productividad, que no debería dependerse tanto de determinadas cosas o en tal grado... Pero bueno, también se dijeron cosas parecicas en la crisis anterior y seguimos lo mismo.

- ¿Aprenderemos la lección?

-No soy demasiado optimista cuando se intentan buscar aspectos positivos de lo que ha pasado. Por desgracia, es más bien la confirmación de lo que algunos imaginábamos que podía suceder. O sea, que no todo en la globalización eran ventajas y que, desde luego, no iban dirigidas al menos en su conjunto a un beneficio de la gente o a que la gente viviera mejor. Iban dirigidas, sobre todo, al beneficio y a la explotación por parte de unos pocos de unos caminos ignotos que se abrían. Y ciertas élites intelectuales españolas se lo tienen que hacer mirar, han de cambiar el discurso, porque hemos visto hoy el día que el campo es algo más que ese jardín comestible, que decían algunos "snobs" o que afortunadamente no se encuentra tan vacío como parece que les encantaría a algunos neorrurales de estos que buscan la paz y el arcaico encanto de los pueblos idealizados. No, hay gente, hay vida real, no se lo ponen fácil, hay que currárselo mucho pero hay posibilidades.

- ¿Esta pandemia ha despertado la solidaridad social, aunque no la paz política?

-La gente, con buen criterio, ha pospuesto lo que no era fundamental, pero a los políticos parece que les cuesta, no han cejado en sus luchas y de alguna manera siguen en ellas. Y no lo digo por las críticas, porque son necesarias y ayudan a hacer las cosas mejor en todos los campos de la vida, lo digo sobre todo por el tacticismo de uno y otro lado, la estrategia, por estar pensando qué va a hacer el rival, cómo le puedo atacar y dejar fuera de juego, en lugar de pensar en los más, en el común, que decimos por estas tierras.

- ¿Es buen momento para repensar el modelo de sociedad que queremos?

-Una de las reflexiones que se tiene que hacer la gente en todos los niveles es a qué tipo de Castilla y León aspiramos, qué modelo identitario queremos, qué modelo de nación en cuanto a productividad, equilibrio entre unos sectores, y qué tipo de mundo queremos. Uno de los discursos que ya estaba, pero noto que repunta, es el reaccionario: vamos muy mal por donde vamos, entonces volvamos a lo antes, cuanto más atrás mejor, con ciertas ideas de nación y de patria, tradición y recelos respecto a los otros. Una línea reaccionaria en toda regla, que la estamos viendo tanto aquí como en el resto de Europa. Por otra parte, están los visionarios que dicen que el mundo será de ciudades, del teletrabajo. Arriman el ascua a su sardina y dicen, "menos mal a Internet". ¿Pero se ha pensado que puede haber un colapso de las redes o una caída del sistema eléctrico y estamos vendidos como ahora?Estos cambios bruscos, estas aceleraciones en algo que pudiera parecer el progreso, pero que quizá no lo era tanto, a lo que lleva es, en definitiva, a un cambio del orden del mundo, a ese nuevo orden del caos.

- ¿Sobre qué bases ha de asentarse el nuevo modelo social?

-Hay que construir un discurso nuevo que tiene más que ver con los modelos sostenibles, con una reflexión sobre la necesidad de encontrar un equilibrio ente lo global y lo local, entre las identidades y la internacionalización. Deben resolverse una serie de tensiones. Porque lo otro ya tampoco vale, ni esos futurismos de bazar o de ciencia ficción que eran un poco de cómic, ni la reacción pura y dura. Tampoco me tormaría en serio a los que opinan que esto dará un zambombazo y que habrá que irse a vivir a Marte.

- El Gobierno habla ahora de "nueva normalidad". ¿A qué le suena?

-Por lo menos escama, produce cierta perplejidad, suspicacia y recelo. ¿Qué pasa, es que dan por hecho que aquello se acabó, que lo antes no va a volver? Están como sentenciando el fin de un orden en el mundo que se habría derrumbado. La normalidad va a ser nueva no solo por tener que ir con mascarilla, no poder abrazar a nadie o ir con mucho cuidado, sino por lo que trae aparejada: qué negocios van a poder sobrevivir, para qué empleos se va a tener que preparar la gente, cómo se van a restablecer los equilibrios entre países y grandes bloques.

- ¿China es la gran culpable o el modelo a seguir?

-Cuando me empiezan a poner a China como modelo de algo me pongo muy nervioso, porque no creo que sea modelo de nada, una combinación de capitalismo y comunismo realmente peligrosísima. Yo abogo por el relato humanístico de Europa, fundado en la tradición grecolatina, que es nuestro modelo, fundado en un relato muy de humanidad y muy necesario en los momentos actuales. Lo humanístico, pensar no en números sino en la gente, en el valor de la persona, es el fundamento de un mundo más equilibrado y con verdadero futuro. Porque el otro no sé si verdaderamente lo tiene: cambio climático, esquilmar un planeta de recursos limitados... Todo se puede ir al garete en un momento dado si seguimos sin control de ningún tipo en este sentido. No se trata de un gobierno mundial, que sería hasta peligroso, pero habría que tener ciertas reglas que rijan el mundo.