Durante los meses de invierno, en Escuredo no vive nadie. Ya hace años que el pueblo se vació por completo, aunque la presencia de varias decenas de viviendas arregladas y en buen estado deja patente que aún hay familias que regresan de forma estacional para aportar algo de vida al lugar. Una de esas casas pertenece a María Concepción y a su marido. Ambos nacieron en este rincón de Sanabria y, tras emigrar a Madrid, la jubilación les ha permitido volver con mayor frecuencia.

En una de esas visitas, a finales de febrero, el coronavirus les pilló en el pueblo: "Empezó todo esto, vimos cómo estaba la situación y nos quedamos", explica María Concepción, que lleva Escuredo hasta en el apellido y que cuenta cómo otras dos parejas se vieron en el mismo escenario. El estado de alarma mantuvo a las seis personas en la aldea, protegidas contra la pandemia.

No obstante, la decisión de quedarse en Escuredo presentaba algunos inconvenientes para ellos. Lógicamente, un pueblo deshabitado carece de ciertas comodidades y, de hecho, el único visitante diario es el panadero, que pasa para dar servicio a un vecindario intermitente. Para lo demás, El Puente de Sanabria, a 17 kilómetros, es el principal centro de referencia.

Eso, en lo que tiene que ver con las compras. Otra historia es la comunicación con la familia. Sin teléfono fijo y sin cobertura para sus compañías de móvil, los habitantes del pueblo pasan días sin saber de sus hijos o de sus nietos. La única opción para dar señales de vida es caminar durante algo más de un kilómetro por una carretera que solo lleva al cementerio del pueblo. Allí sí llega la señal.

En busca de ese contacto con sus allegados, María Concepción, junto a las otras dos mujeres instaladas en Escuredo, Olimpia y María del Carmen, se dirigió el pasado 14 de abril hacia las afueras para charlar con sus seres queridos a través del móvil. Eran aproximadamente las ocho de la tarde: "Solas nos daba miedo subir", aclara.

En esas estaban las tres mujeres cuando oyeron el ruido de un coche: "Nos asustamos y nos apartamos hacia la cuneta", narra María Concepción. Era la Guardia Civil: "Ellos dicen que nos estábamos escondiendo, pero no es verdad", matiza antes de repetir: "Yo me puse muy nerviosa porque nunca me había visto en una situación igual".

Los agentes se bajaron del coche, "sin protección, ni mascarilla, ni nada", y preguntaron por el motivo del desplazamiento: "Casi no nos dejaron explicarnos. Nos faltó ponernos de rodillas", señala la vecina de Escuredo: "Nos dijeron que eso no se podía hacer, que además nos habíamos enfrentado a ellos y que la multa era de 600 euros", lamenta.

Además, ella en concreto no llevaba documentación encima: "Ni me sé el número de mi DNI", apostilla. "Me hicieron bajar andando a por el carné mientras ellos iban en coche. Cuando llegué, me estaban esperando aquí", señala María Concepción, en dirección a una pequeña plaza con una fuente, ubicada por debajo de la iglesia del pueblo, que ya apenas celebra una misa al mes y solo en la temporada de verano.

Su vecina y cuñada, Olimpia Vara, carga también contra la actitud de los agentes: "Vamos a hablar con la familia, que tenemos 70 años, no 18. No vamos a echar a correr por ahí", argumenta, antes de sacar el móvil y certificar la ausencia de red: "Han ido a multarnos. No hay otra explicación", insiste.

María Concepción, Olimpia y los dos hombres con los que conviven son ahora las cuatro personas que quedan en Escuredo. La otra pareja decidió marcharse. "Yo la verdad es que ya tengo ganas de volver para Madrid", asegura María Concepción, que reivindica sus esfuerzos por mantenerse al margen del virus: "Hace doce días que no me muevo del pueblo ni para ir a la compra", advierte. "No han venido a preguntarnos si necesitamos algo, pero sí para esto", zanjan los vecinos temporales de un pueblo que pronto volverá a quedarse vacío.