Entre las innumerables virtudes del ajedrez para nuestra toma de decisiones diaria - mejora del pensamiento estratégico a largo plazo, del pensamiento lateral, mesura, capacidad de concentración, etc.-, tiene una que se aplica a muy pocos otros juegos, y hace que sea ampliamente utilizado en la enseñanza a todos niveles: la asunción de responsabilidades sobre las consecuencias de las decisiones tomadas. Esta virtud es posible por la transparencia total que caracteriza a este juego y el no sometimiento a la suerte, ya que, al mostrar en todo momento todas las piezas y variables posibles sobre la mesa, hace que los jugadores no puedan encontrar excusas más allá de sus propias capacidades. Así, las quejas sobre influencias externas son muy contadas, y, por regla general, consideradas callejones sin salida de algún mal perdedor.

Entre otras muchas representaciones que las estructuras del ajedrez pueden tener en la vida real, esta virtud hace que vuelva a ser muy pertinente para ayudar a analizar el ecosistema político. Porque la asunción de responsabilidades en la política, una cuestión decisiva, puede ser utilizada por los jugadores - actores políticos- como esta vía de escape, aprovechándose del desconocimiento del juego - acervo legislativo-, del mal análisis de la posición de las piezas - competencias-, o porque el otro jugador no tenga piezas para defenderse - comunicación política y medios-.

Los juegos con los flujos de responsabilidad que estamos observando entre gobiernos locales, regionales, nacionales y organismos internacionales, son analogías de este planteamiento, con una partida principal para nuestro marco socio-político actual que es el debate entre Unión Europea y los gobiernos de sus Estados miembros.

Hace unas semanas veíamos las dificultades de la Unión Europea para actuar y hacerse ver en aquellos ámbitos más relevantes para la correcta gestión y/o coordinación de la crisis sanitaria, por la limitación sobre las competencias comunitarias en este sector que los Estados miembros decidieron al negociar los Tratados. No obstante, sabíamos que su campo de actuación crítico para este momento era el económico, y, aun llegando una semana tarde, se puso en marcha.

Mientras tanto, en esa semana crucial los gobiernos tomaron medidas descoordinadas, especialmente sobre las cuestiones de movilidad transfronteriza de personas y bienes y sobre la gestión de los materiales sanitarios. La UE no pudo reorganizarlas, llegó tarde, pero es en el seno de sus instituciones donde se está arreglando el error inicial.

Aun así, los titulares están copados con acusaciones de inacción o incapacidad de la UE. Una gran falacia; los sectores en los que se centra esta queja son aquellos en los que esta realiza, principalmente, la acción que los Estados miembros se proponen que haga. Sí, tiene instituciones autónomas, con capacidad ejecutiva muy amplia para tomar decisiones en algunos ámbitos (Comisión, BCE), pero las cuestiones que estamos tratando son, en su práctica totalidad, de decisión intergubernamental. Hablamos de Sanidad, de fronteras - Schengen -, de macroeconomía. También puede que haya casos en los que estos titulares tomen al contenedor por el contenido, y hablen de la Unión Europea refiriéndose a conjuntos de gobiernos nacionales, con sus decisiones particulares, pero, en esta situación, estos deslices no restan imprudencia.

No se invita con esta reflexión a evitar el escrutinio, pero sí a hacerlo concretando responsabilidades. Cuando la incapacidad para alcanzar acuerdos es exclusivamente nacional, cuando son los Jefes de Estado y Gobierno, o sus ministros, negociando entre sí los que no llegan a acuerdos en el seno del Consejo de la UE, no se debería utilizan esta supuesta ineficacia de las instituciones europeas para presionar. Cuando se falla en un propósito al no poder alcanzar cesiones, la negociación no se soluciona amenazando con tirar la mesa de reunión, el tablero de juego al suelo, volviendo a la imagen inicial. Además, la UE es, si me lo permiten - los datos lo hacen-, la mejor y más efectiva mesa de negociación supranacional que en nuestra historia hemos podido crear.

Pero vamos más allá. Cuando la UE utiliza esta capacidad ejecutiva para poner en marcha proyectos o presentar propuestas de consenso, estas están siendo en buena medida ignoradas; el eco que tienen sus presentaciones en la prensa entre audiencia y lectores es bajo, por poco llamativas, por complejas, y/o por desinterés - y ya no hablemos del poco eco en la ignominia que es la "prensa" de las redes sociales-. Quizá el calado de algunas medidas pueda no entenderse en su totalidad, pero, a nivel comunitario no tiene analogía cercana. Algunos ejemplos:

Flexibilización total de objetivos de deuda, de las Ayudas de Estado y de elegibilidad de fondos estructurales, pesca y PAC; implementación de instrumentos de financiación urgente para empresas del sector salud para combatir al virus; puesta en marcha de préstamos y garantías para empresas; aumento y adecuación de los fondos de emergencia; coordinación del libre tránsito de mercancías y trabajadores entre fronteras, limitadas por la suspensión temporal de Schengen, para que no haya desabastecimiento; manteniendo la propiedad de empresas críticas europeas frente a intentos de compra desde países terceros; y un largo etcétera.

Probablemente, como en anteriores ocasiones, el trasfondo de esta estrategia no es sino ir construyendo a los culpables de la futura crisis económica, preparar la evasión ante una eventual depuración de responsabilidades. Se verá, asimismo, como los éxitos no serán compartidos. Y es que a ningún un gobierno sujeto al escrutinio del votante le gusta que los méritos se difuminen.

Esta visión es hija de la cortedad de miras y la incapacidad comunicativa: un éxito conjunto de la Unión Europea es un éxito de cada uno de sus Estados miembros. Incluso cuando una política es aparentemente negativa a corto plazo, la amplia mayoría de los éxitos de las organizaciones internacionales no son sino conquistas de todas las sociedades que las comprenden. Las sentencias en contra del Tribunal de Estrasburgo permiten que las sociedades donde aplican tengan un contexto más acorde a los Derechos Humanos; las sentencias en contra de la OMC crean sistemas de intercambios más justos para todos; las multas de la Comisión Europea fuerzan a los Estados a cumplir con acuerdos que aumentan las libertades comunes.

Ciertamente, no es algo que solo ocurra aquí. Estos días estamos viendo al otro lado del Atlántico al presidente de los Estados Unidos, país ya más afectado por la pandemia, creando la base comunicativa de sus futuras excusas al poner toda la responsabilidad en la OMS. Al fin y al cabo, cuando hace falta un chivo expiatorio, las organizaciones técnicas, con poca capacidad de comunicación en marcos políticos, son una tentación demasiado golosa.

Dudo que esa sea la altura a la que nuestros gobiernos quieran estar. Pedir responsabilidades, apuntar discrepancias, recomendar o presionar para que haya cambios de gestión y rumbo, es leal. Engañar a la ciudadanía, y más en estos marcos, es insensato.

La gravedad en nuestra Europa es, además, doble, ya que esta cortina de humo para evitar la rendición de cuentas no es nueva. La Unión Europea como cabeza de turco para ocultar la incapacidad de gestión y negociación propia tiene ya un rancio aroma de décadas. Pensábamos que los gobiernos habían escarmentado, pero claramente no ha sido así. Ahora, aunque la UE está más preparada en términos de comunicación y utiliza sus bazas - tanto visibles como veladas, que son las que más daño hacen-, parece que los gobiernos nacionales y las herramientas que tienen para defender sus intereses - los medios de comunicación más afines- siguen prefiriendo esta táctica.

Es injusto para los ciudadanos, que somos los últimos propietarios y gestores de la Unión. Se verá en las próximas fechas si parte de la ciudadanía vuelve a caer en visión sesgada, o si, esta vez, ha escarmentado. Esperemos que los europeos hayamos adoptado los resultados de los numerosos análisis realizados estos últimos años sobre las repercusiones que esta táctica irresponsable tuvo en el pasado en nuestros ecosistemas políticos, en nuestros clivajes sociales, en nuestras economías.

"No culpes al mar de tu segundo naufragio". Quién mejor que Publio Siro, un italiano nacido en Siria -hace más de dos milenios-, para advertirnos.

* Sociólogo, miembro de la junta de gobierno del Ilustre Colegio Nacional de Doctores y Licenciados en Ciencias Políticas y Sociología.