Por primera vez, esta Semana Santa es diferente. Diferente por culpa del estado de alarma decretado por la crisis del COVID-19. Pero el calendario litúrgico no se detiene; los fieles hemos podido seguir desde nuestros hogares las procesiones, celebraciones eucarísticas y aguardaremos a la santa misa del Domingo de Resurrección.

Son experiencias virtuales con retransmisiones desde el Vaticano, procesiones de años pasados, así como admirables reportajes que tanto nos ayudan y tanto nos encojen... Cuántas lágrimas hemos ido dejando estos días. Yo, muchas. Incluso cuando ya no podía. Quizá, nunca fui testigo y aprecié de todo aquello que poseemos y que no valoramos: la familia, la salud, el trabajo, la fe, tantas cosas... Nunca estimamos suficientemente el valor que tienen. No hemos podido celebrar la Semana Santa como siempre lo hemos hecho, nos hemos sentido amarrados como el Cristo de La Flagelación, fustigados por sayones nunca imaginados, pero he descubierto esas pequeñas cosas de la vida que no apreciábamos y su ausencia me ha hecho darles auténtico valor. Doy gracias a Dios por este confinamiento.

Jesús no se ha ido, está con nosotros. No nos hemos dado cuenta, le hemos dado la espalda tantas veces a lo largo de estos años, que ya solo consentimos con asistir a misa los domingos y a nuestras procesiones... cada vez menos. Y a pesar de la crisis de los valores religiosos que prevalecen en nuestras familias, Él siempre nos espera. Estos días he retomado mis oraciones (en nuestras casas nunca debieron faltar) con una fuerza y una llama que jamás lo había pensado. Lo hago con pequeñas jaculatorias, con los ojos cerrados , hablo con Dios. No con letanías que antaño me hacían reír. No, lo hago con franqueza, con vergüenza, y con flaqueza. Él nos espera.

He vivido y he descubierto al papa Francisco, que era una figura cercana, agradable... pero, quizá era más mito que padre. Ahora es padre. Él eleva su súplica al Señor y nos pide que confiemos en Él y respondamos a su llamada a "convertirnos". También, nos pide que sigamos el ejemplo de las personas corrientemente olvidadas que están en el timón de la barca en estos momentos de crisis sanitaria por la pandemia. Lo he visto sufrir, he visto en su rostro la preocupación y la impotencia ante una situación tan adversa, pero también he visto su fe, que es la mía. Doy gracias a Dios por este confinamiento.

Otra de las cosas que he recuperado ha sido la preparación con mis hijas de la Semana Santa y sus procesiones en tiempo de Cuaresma, costumbre que tenía nuestro padre de hacer con nosotros: collages, pinturas, murales. Mis hijas han confeccionado todos los estandartes de las cofradías y los hemos colgado en un balcón. Hemos ganado familia y también nuestras tradiciones, por tanto, en el germen de nuestra Iglesia, la transmisión de la fe se ha encontrado con un momento oportuno. Se ha parado el tiempo. Nuestros hijos van descubriendo quien es Cristo. He recobrado mi función como catequista. He observado lo que es la entrega, la dedicación, la abnegación, el amor, la preocupación en los tiempos de las tinieblas. Eso también lo he visto en este tiempo de confinamiento. Tiene el nombre de mi esposa.

Es Domingo de Resurrección, y este año... esta tragedia ha paralizado actividades laborales y económicas, todo lo que está ocurriendo es terrorífico, los datos de mortandad son tremendos, pero es hora de volar, de entregarnos, de servir. Cuántas plegarias estos días, sencillas, sinceras... donde el silencio ha sido cómplice de la relación con Dios de tantas familias.

Jesús Resucitado rodó la piedra, para redimirnos, para que confiemos en él, y para decirnos que está con nosotros. Es un dogma de la fe cristiana, que se inserta en un hecho sucedido y constatado históricamente. Volveremos todos los hermanos de la cofradía de la Resurrección, la de la alegría, a ser testigos y dar testimonio de que Jesús ha Resucitado.

Los enfermos, sus familias y las de los difuntos necesitan nuestra consolación y nuestros afecto, somos conscientes del sufrimiento que padecen, les ofrecemos este tiempo de confinamiento. Pero también necesitan nuestra alegría, estruendo, bullicio y entrega, no todo es sufrimiento y tristeza. No. Los motores para afrontar los quehaceres diarios de las familias cuando todo esto pase, están en este día de la Pascua de Resurrección. Este año no procesionaremos por Balborraz, pero tenemos que significarnos, vibremos de emoción al bajar sentimentalmente nuestra cuesta y lo celebremos por todo lo alto, es la resurrección de la alegría. Adelante hermanos. Jesús, está con nosotros. Cristo ha descendido a los infiernos, no quiere que nadie se pierda y busca a los que están perdidos. Únete al Victorioso.

Gracias a todos los medios de comunicación su aportación tan importante para este tiempo de confinamiento.

(*) Presidente de la Cofradía de la Santísima Resurrección