Nadie a acompañarte baja, río Duero, como en el poema de Gerardo Diego. La luna llena de primavera se refleja en aguas que murmurarán, asombradas, por la quietud de la ciudad, por las citas incumplidas de paso por el Puente de Piedra entre La Horta y San Frontis. La cigüeña de

San Claudio duerme tranquila sin que nada altere su sueño: ni el doblar a difunto de las campanas, ni el estrépito de las matracas, ni el lúgubre sonido del bombardino que acallaba la multitud que aguardaba agolpada en Olivares la misericordia divina. El Duero al que tantos poetas cantaron no se vestirá de sur esta mañana de Jueves Santo al cruzarlo sus Damas de la Esperanza. Y asombrado seguirá el río que, como la Semana Santa, permanece, como el agua que llena su cauce camino del mar infinito, como la Gloria.