La Semana Santa de Toro logró resurgir de sus cenizas después del incendio que, el 13 de abril de 1957, calcinó la iglesia de Santa María de Roncesvalles y Santa Catalina y muchas de las imágenes que procesionaban por las calles de la ciudad. El inolvidable suceso marcó el devenir de una Pasión que este año, por la emergencia sanitaria provocada por el coronavirus, escribirá una nueva página en su historia al tener que suspender unos desfiles que con el paso del tiempo han adquirido la relevancia que merecen, gracias al esfuerzo y el fervor de los toresanos. Aunque las cofradías y los párrocos han intentado suplir la ausencia de procesiones, el coronavirus dejará un recuerdo amargo en los toresanos porque no han podido acompañar en la Pasión a imágenes por las que sienten un especial fervor. La tristeza que este año asola el corazón de los toresanos solo es comparable a la que sintieron cuando comprobaron como el fuego calcinaba la iglesia de Santa María de Roncesvalles y Santa Catalina y los conjuntos escultóricos que custodiaba en su interior.

El 13 de abril de 1957, Sábado de Dolores, las campanas de los templos de la ciudad tocaron a "arrebato" pasadas las 16.00 horas y alertaron a los toresanos sobre un suceso que marcó a todos aquellos que contemplaron como el fuego destruía los pilares de una Semana Santa construida a base de esfuerzo y mucho sacrificio. Aunque los toresanos intentaron con mangueras y calderos sofocar las llamas e incluso algunos quisieron acceder al interior del templo para rescatar las imágenes que se encontraban dispuestas para procesionar en Semana Santa, nada pudieron hacer para evitar su desaparición. Tras el incendio surgieron varias leyendas sobre su origen aunque la versión oficial es que la llama de una vela alcanzó unos paños que tapaban el alto mayor y, en pocos minutos, el fuego se extendió hasta la cubierta de madera del templo que se desplomó sobre las imágenes de la cofradía de Jesús Nazareno y Ánimas de la Campanilla. Las llamas calcinaron conjuntos escultóricos de gran valor como la imagen de Jesús Nazareno y el Cirineo de Antonio Tomé o la Virgen de la Soledad de Felipe de Espinabete, ambas ejecutadas en el siglo XVIII, al margen de otras tallas tan representativas como "La Verónica", el Cristo de la Expiración, "La Desnudez" de la escuela de Gregorio Fernández, "La Lanzada" y otro grupo compuesto por Cristo en la Cruz, la Virgen y San Juan.

A pesar del profundo dolor, los toresanos reaccionaron y lograron sobreponerse a tan duro golpe y, en una reunión extraordinaria celebrada el día después del incendio, la cofradía decidió que en la madrugada del Viernes Santo procesionaran el Santo Ecce Homo, la única imagen que se salvó del incendio por encontrarse en el convento de Santa Clara, el estandarte de la Virgen de la Soledad y una cruz de madera realizada con dos grandes postes del cableado eléctrico. La conmovedora procesión concluyó ante las ruinas de la iglesia.