Por curiosidad: ¿sabían que la imagen de Cristo Yacente en Santa María la Nueva en sus orígenes tenía las manos articuladas? Es decir, se podía soltar la mano por la muñeca que se incrustaba en el brazo. La costumbre consistía en que el sacerdote cuando visitaba a una persona enferma o anciana para llevarle la Sagrada Comunión, llevaba la mano del Cristo que visitaba aquel hogar y como si Él mismo en persona le ofreciese la comunión en lo que se llama Viático. Ya los primeros cristianos tenían la costumbre de llevar la Comunión a los que estaban próximos a morir martirizados. Por eso en la procesión del Yacente se portan las esquilas o campanillas. Cuando el monaguillo las hacía sonar, las personas en la calle, guardaban silencio o se arrodillaban porque sabían que el sacerdote llevaba consigo al Señor.

Seguro que en estos días se repite la imagen: donde fuere posible muchos capellanes de hospital han llevado la comunión a los enfermos. Así ayudan y confortan. Alientan con su cercanía. ¿No tiene esto valor? ¿Entienden ustedes el por qué?

En la homilía del pasado Domingo de Ramos el Papa Francisco dijo que hay que jugarse la vida por Cristo, que la vida es un don precioso de Dios que hay que gastarla en el servicio a los demás. En estos días muchas personas sirven y sirven: en Ifema, en residencias de ancianos, en casas de acogida... Esto es lo que Jesús expresó al lavar los pies a los discípulos en aquella Última Cena. Agacharse, arrodillarse ante el otro necesitado y pobre es el mejor gesto de un cristiano. Sí. Seremos buenos, pero se nos pide algo más: ser santos. Y esto no es asunto de unos pocos sino de todos. El Santo Padre afirma: "Todos estamos llamados a ser santos, viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra"(GE;14).

Hoy día de Jueves Santo acompañemos a Cristo en nuestro particular Getsemaní: "Me muero de tristeza, quedaos conmigo y velad". Porque la fe que se alimenta en la Eucaristía no es un antídoto mágico; convive con las preguntas y con los miedos, pero que nadie nos robe la certeza que Dios está sufriendo con los que sufren y salvando con los que salvan. Medita con el salmo 26: "el Señor es mi luz y mi salvación. ¿quién me hará temblar? Y recuerda cuando escuches el sonar de la esquila, pasa el Señor. Dale gracias.

(*) Capellán del Yacente, párroco de San José Obrero