En agosto de 2019, cientos de ciudadanos de diferentes partes del globo se subieron a un barco para tratar de batir el récord Guinness del crucero más largo del mundo. Comparado con otros retos que se plantean cada año a lo largo del planeta, este se antojaba menos duro que la mayoría. El objetivo era aguantar durante algo más de nueve meses a bordo de un yate de lujo y recorrer diferentes países del mundo hasta alcanzar el destino en mayo de 2020.

En ese plan se habían embarcado 95 ciudadanos estadounidenses que no esperaban pasar por Madrid durante su aventura. Ya lo dice la canción, allí no hay playa. Sin embargo, la irrupción del COVID-19 frustró los planes de estos jubilados americanos que, a falta de unas semanas para alcanzar su destino, se vieron repentinamente dentro de un avión entre Dubai y la capital de España, donde hicieron escala para continuar hasta el aeropuerto de Newark, en Nueva Jersey.

Fue precisamente en Barajas donde este grupo se cruzó con la zamorana Marina Benéitez, tripulante de cabina de pasajeros de una compañía que realiza, generalmente, vuelos regulares hacia el Caribe. Es probable que tampoco estuviera en los sueños de esta trabajadora tener que participar en lo que se conoce como vuelos de repatriación. Es decir, viajes que devuelven a ciudadanos a sus países de origen ante la amenaza que supone el avance del virus por todo el planeta.

Sin embargo, son tiempos en los que la inmensa mayoría de la población del planeta se está teniendo que adaptar a una realidad condicionada por la pandemia, y lógicamente los trabajadores de las aerolíneas no permanecen ajenos a esa realidad. "Los americanos estaban participando en el crucero y llevaban un mes buscando la manera de regresar", explica Marina Benéitez, que ahora se encuentra en cuarentena precisamente por lo que ocurrió en su siguiente desplazamiento.

La zamorana viajó de Nueva Jersey a Miami, donde tomó otro vuelo de repatriación. En este caso, de ciudadanos italianos que debían poner rumbo a Roma. Aquí, a diferencia de los precavidos estadounidenses, Marina Benéitez percibió otra actitud: "Parecía que no iba con ellos, se daban abrazos y besos y fueron unos pasajeros más complicados", explica. Aun así, todos se sometieron a una prueba de temperatura antes del viaje: "Se suponía que iban sanos", explica la tripulante de cabina. Pero uno de ellos dio positivo por coronavirus más tarde.

De este modo, Marina Benéitez se vio obligada a iniciar un periodo de cuarentena del que aún debe cumplir una semana. Por lo pronto, mata el tiempo en Madrid, sin síntomas, a la espera de poder regresar a su trabajo, aunque reconoce que el avance del virus le da "mucho respeto".

No en vano, los trabajadores de las aerolíneas, y de la suya en particular, ya funcionan con la protección básica de la mascarilla y los guantes, y conocen el protocolo que se debe aplicar en el caso de que algún pasajero presente la sintomatología del virus en pleno vuelo: "Sabemos cómo aislar al posible afectado, con una distribución concreta", subraya esta zamorana, de 28 años, que alude también a la importancia de que, en esas circunstancias, todo el mundo ponga de su parte.

En ese sentido, Benéitez citó el escaso respeto del grupo de pasajeros italianos hacia las normas de distanciamiento social, aunque matizó que "otros sí cumplen". "Realmente, yo formo parte de un grupo de escaso riesgo, pero me preocupa por las circunstancias y por la posibilidad de contagiar a otras personas", recalca la zamorana.

Sea como fuere, todo apunta a que los vuelos se van a seguir viendo afectados por la crisis del coronavirus. Ya no solo por la disminución de potenciales viajeros, sino por el refuerzo de la seguridad para evitar que estos espacios se conviertan en focos de contagio. "La gente tiene que tener un poco de conciencia", indica Marina Benéitez, consciente de que ahora "va a haber que tener más precauciones".

En cuanto a un posible descenso del volumen de trabajo en las aerolíneas por culpa de la cuarentena, la zamorana señala que, por el momento, sus compañeros "siguen saliendo a volar" durante estas semanas. De ahí que espere regresar también a la rutina una vez finalice su cuarentena. Ahora bien, la normalidad hoy en día es imposible: "Si estamos haciendo una escala en una zona de riesgo no nos bajamos del avión", reconoce Benéitez, que apunta que así sucedió en Roma en su último desplazamiento hasta la fecha.

Un problema mayor representan los casos en los que la tripulación debe pernoctar en sus lugares de destino. Marina Benéitez cita ya la situación de incertidumbre que han vivido algunos de sus compañeros que han viajado a Bali con la posibilidad de tener que dormir en el propio avión para evitar riesgos. "Algunos sí tienen zona de descanso con camas para la tripulación, aunque sean algo incómodas, y en otros se puede adaptar la parte de business", comenta esta zamorana que, desde el aire, también tendrá que alterar su vida cotidiana para hacer frente al virus.