"Aquí no hay ni un alma". Es lo primero que pensó Francisco Vicente, un jubilado zamorano, al entrar en el vestíbulo del aeropuerto del Prat, dispuesto a volver a casa en la capital tras una visita a la familia alargada inesperadamente.

El protagonista de este viaje entra dentro de las excepciones que el Ejecutivo contempla en las limitaciones de movimiento impuestas."Cuando estalló la crisis del coronavirus yo estaba en Mataró (Barcelona) visitando a mi familia. El vuelo de Ryanair que tenía de vuelta a Valladolid desapareció como por arte de magia al declararse el estado de alarma y decidí quedarme unos días más", explica. "Ahora vuelvo porque según están las cosas no sabes lo que puede suceder mañana, si van a seguir quitando vuelos o trenes o si van a prohibir la movilidad por completo".

A las siete de la mañana se subió al tren de Mataró a Barcelona en el que iba prácticamente solo. El aeropuerto muestra el mismo aspecto desolador: cafeterías cerradas, zonas comunes vacías, controles de acceso desiertos. De fondo, la megafonía parecía dirigirse a una clientela casi inexistente. "Si digo que tardé un minuto y medio en pasar el control, exagero".

El viaje se convierte en una crónica de los escenarios insólitos que deja el coronavirus: estaciones vacías, aeropuertos silenciosos y medidas más laxas de lo que podría imaginarse. "La situación no era particularmente estricta en el Prat. Solo un guardia civil, vestido de paisano y sin mascarilla, me preguntó que adónde iba y el motivo de mi viaje. Me deseó buen viaje. La encargada del control solo llevaba los guantes, mientras una pareja de guardias civiles paseaba tranquilamente a lo largo del aeropuerto sin respetar el metro y medio de distancia y sin protección. La fuerza de la costumbre", ironiza. Nadie le tomó la temperatura.

El nuevo vuelo le costó a Francisco Vicente unos 40 euros. Tuvo suerte, el resto, para ese mismo día no bajaba de los 200 euros. Pudo elegir gratuitamente el asiento: solo viajaban treinta personas, con sitio de sobra. Sin embargo,"nada más subir ya vi a varias parejas sentadas juntas en primera fila, sin mascarillas. Otros cuatro pasajeros chilenos que volaban a Madrid para allí conectar con otro avión hacia su país, se sentaban también por parejas". Al cabo de unos minutos decidieron echar una cabezada y se separaron, ocupando cada uno de ellos tres asientos.

Fin de la primera etapa al llegar a Barajas, con una estampa que nada tiene que ver con la habitual. Fuera, un día frío y gris, con nieve en Madrid. Como si el tiempo, ya en plena primavera, se aliara para invitar a volver a casa y cumplir con el confinamiento obligatorio. Desde Barajas, en Cercanías, a Chamartín. Ni una decena de pasajeros abandona la T4. Solo otra persona se baja al mismo tiempo en la estación. Otro desierto. "Yo diría que habia más vigilantes y policía que viajeros".

Tres horas de espera en una sala con la mayoría de asientos precintados para guardar distancias. Al final, sale el ansiado anuncio: tren confirmado en andén 19. "El tren también va prácticamente vacío, seríamos como mucho 40 personas". En los asientos de su vagón no sobresalen más de cinco cabezas. Diez horas después de tomar su primer tren, el zamorano entra por la puerta de su casa. El periplo ha concluido, un paréntesis insólito en el encierro.