El coronavirus ha trastocado la vida de todos los zamoranos -como del resto de los españoles- y las costumbre, a la fuerza, han tenido que cambiar. También la de aquellos mayores que eran totalmente independientes a pesar de su edad. El convertirse en un grupo de riesgo los ha "encerrado" en sus propias casas y son ahora los hijos quienes tienen que ocuparse de ellos, igual que hace décadas lo hicieron ellos como padres.

Jesús Gago y Palmira López, un matrimonio que vive en el barrio de San Frontis, tienen la suerte de que una de sus cuatro hijas vive a pocos metros, por lo que se ocupa de llevarles todo lo que precisan. "En casa no necesitamos ayuda, nos organizamos bien entre los dos", asegura Palmira, que en estos días se queja bastante de la cadera, por lo que su marido asume gran parte de las cargas del hogar. "Nuestra hija nos trae la compra sin problema, porque además tenemos una tienda cerca en el barrio, por lo que no se tiene que desplazar muy lejos", agradece.

"Nuestra hija insiste en que no salgamos de casa para nada", explica. Y ellos, obedientes, esperan desde los productos para hace la comida hasta los medicamentos para su cadera. "Ahora ni siquiera puedo ir al médico, pero además es que prefiero no salir para evitar coger algo", argumenta.

Algunos kilómetros más que la hija de Jesús Gago y Palmira López tiene que hacer María Jesús Crespo, puesto que sus padres viven en el barrio de Carrascal. Al menos tres días a la semana coge su coche desde el barrio de La Candelaria y acude a la vivienda familiar para, entre otras cosas, ayudar a la limpieza del hogar. "Antes de todo esto también lo hacía, pero no venía tan a menudo, tan solo un par de días a la semana", calcula. Lo que más le preocupa es poder infectar a sus padres, Salvador Crespo y Bernarda Martín, por lo que nunca se le olvida llevar ni los guantes ni la mascarilla. "Ellos están bien y se defienden en casa, a pesar de que ambos tienen más de 80 años, pero prefiero ir a hacerles la comida y a limpiar la casa yo", indica María Jesús, habituada a ayudar antes de esta crisis.

En estas ya dos semanas, además de adecentar la casa, es la encargada de llevarles las medicinas que necesitan. "Acaba de llamarme mi padre, que tenía dolores de espalda y estaba sin antinflamatorio, así que tendré que ir a Carrascal a llevárselo", pone de ejemplo. Para ello, previamente tuvo que activarles la receta electrónica, pues ellos tienen su médico de cabecera en Villaralbo y allí todavía se recetaba en papel.

También ella les llena la nevera y la despensa, pero hasta que comenzó el confinamiento, era su padre, de 86 años, viajero habitual del autobús urbano, que le llevaba desde su barrio hasta el Mercado de Abastos para realizar él mismo la compra. "Lo más pesado, como la leche, se la llevaba yo, pero él salía normalmente a comprar a la capital", recuerda su hija, a la que todavía no ha parado la Guardia Civil en su periplo a Carrascal. "Voy tranquila en ese sentido, porque sé que puedo ir y además llevo todos los informes necesarios en el teléfono móvil", explica previsora.

Aunque el matrimonio lleva bien este encierro, su hija reconoce que "lo que más echan de menos es poder salir a tomar el sol a la calle y hablar con otros vecinos", asegura. "Aunque ahora mismo, Carrascal, con tanta gente mayor en sus casas, parece desierto", describe.