Alguien dijo que la literatura no servía para nada y que por eso era tan importante. La literatura puede ser un consuelo, un entretenimiento, un placer y hasta una forma de redención, sobre todo en momentos como este. Desde luego, yo me agarro a ella como si fuera mi única tabla de salvación. El relato que aquí os envío está inspirado en la célebre novela de Óscar Wilde "El retrato de Dorian Gray". Lo que he hecho es jibarizar y reinterpretar a mi manera la historia que en ella se narra. Espero que os guste. Un saludo a todos y mucho ánimo.

"Hacía mucho tiempo que no nos veíamos, concretamente desde el día de su boda, que, en su momento, fue muy comentada, pues se casó con una mujer mucho más joven que él, de la que estaba muy enamorado. Por eso, me extrañó tanto encontrarlo solo en aquella fiesta. Pero lo que más me sorprendió fue comprobar que no había envejecido.

-¿Cuál es tu secreto? -le pregunté, después de los saludos de rigor.

-El amor de mi esposa -me respondió él con una media sonrisa.

-¿Está aquí? -me apresuré a decir-. Me gustaría saludarla.

-A ella no le gustan estos sitios -contestó, como si fuera una obviedad.

A él, sin embargo, se le veía feliz en aquel ambiente. Comía y bebía con voracidad, sin dejar de reír y hacer reír a los que estaban a su lado. Terminada la cena, se fumó un puro habano y se tomó varias copas de whisky. De cuando en cuando, desaparecía y volvía más eufórico, con las aletas de la nariz cada vez más enrojecidas. Después, se dedicó a bailar y a perseguir sin descanso a las invitadas más jóvenes. Al final, lo vi perderse, escaleras arriba, con dos mujeres a las que llevaba cogidas por la cintura.

-Ahí lo tienes -me dijo un viejo conocido que se había situado junto a mí-. Todas las noches hace lo mismo. No sé cómo su mujer se lo permite.

Al día siguiente, me levanté obsesionado con la idea de ir a ver a la esposa de mi amigo. Aunque no quisiera reconocerlo, siempre la había deseado y eso explicaba que, durante años, no hubiera querido saber nada de ellos. Ahora, se me presentaba al fin una oportunidad de seducirla y no pensaba desaprovecharla. Es cierto que había pasado mucho tiempo, pero, sin duda, aún conservaría una parte de aquella belleza y juventud que yo tanto había anhelado. Así que decidí probar suerte.

-Venía a ver a la señora Gray -le dije a la mujer que me abrió la puerta-. Dígale que soy un amigo de su marido.

-Espere aquí un momento, por favor -me ordenó ella sin dejarme pasar.

Al poco rato, volvió para comunicarme que, lamentablemente, la señora no podía recibirme, pues no se sentía bien.

-¿Y otro día? -me aventuré a preguntar.

-Me temo que no podrá ser, señor.

Salí a la calle bastante contrariado. Antes de irme, levanté la vista hacia las ventanas del primer piso. En una de ellas, había alguien mirando hacia donde me encontraba. Fue tan solo un instante, pero lo suficiente para descubrir que era Mary, la esposa de mi amigo. Me quedé horrorizado. Parecía una anciana; tenía el pelo gris, el rostro algo deformado y macilento y la piel llena de arrugas.

Pasados unos meses, me llegó la noticia de que Mary Gray había fallecido. En el entierro, me enteré de que sus más íntimos amigos estaban conmocionados por el estado en que había quedado el cadáver, hasta el punto de que en el tanatorio no habían podido hacer nada para restaurarlo y dejarlo presentable. Así que, para el velatorio, habían decidido cerrar el ataúd. Junto a él, estaba el viudo, más joven y lozano que nunca, aunque algo atribulado.

-¿Y ahora qué voy a hacer? -no paraba de repetir.

La mayoría de los asistentes pensaba que lo decía porque la había querido mucho y la iba a echar de menos. Tan solo yo parecía conocer su secreto".