Cualquier persona que decide ser emprendedora, tenga la dimensión que tenga su empresa, sabe lo difícil que resulta sacar adelante una actividad por cuenta propia, los sinsabores y el coste emocional que supone. La zamorana Sara de la Granja llevaba muchos meses poniendo los medios, la financiación y el esfuerzo para poder abrir una pastelería y confitería llamada a endulzar la vida de Zamora desde el casco antiguo de la ciudad.

Lo que jamás pudo imaginar Sara es que un virus iba a impedir la apertura del negocio, prevista para el viernes, 13 de marzo, en medio de una situación insólita de crisis sanitaria y de confinamiento domiciliario tras decretarse el estado de alarma, que se materializó ese mismo fin de semana.

Se muestra resuelta, serena y risueña, a pesar de la tremenda contrariedad que el azar ha reservado para su iniciativa empresarial y del reto que supone aguantar el envite. "Soy una persona alegre y procuro buscar lo positivo. Esto ha sido difícil desde el principio. Un año de peregrinaje. Al menos, tuve la suerte de que, cuando empezamos a entregar el proyecto, el Ayuntamiento de Zamora metió gente y el proceso fue bastante ágil, mucho más de lo que esperaba. El problema lo tuve con algunas empresas que me lo retrasaron todo", relata, en alusión a aspectos como la insonorización del local, algo "imprescindible, según la normativa", aunque "hacer un bizcocho no sea ruidoso, precisamente".

La inversión se acerca a los 100.000 euros y quedaba sustentada por el esfuerzo personal, el endeudamiento y las ganas de trabajar y asentarse en el sector, lo que parecía más que suficiente para asegurar el arranque y la viabilidad del proyecto.

"El jueves, día 12, estuvimos en el local e hicimos unos cuantos dulces para la inauguración", recuerda. "Ese mismo día empezó a decirse que nos quedáramos en casa y el viernes por la mañana ya vi que la cosa no iba bien y decidimos aplazarlo. Está claro que hicimos bien porque no tenía sentido abrir y cerrar el mismo día", reconoce. La empresaria lamenta no haber tenido "ni siquiera la oportunidad de darnos a conocer".

La empresaria tiene consigo a su hermana, a la que se dio de alta en la Seguridad Social y, casi inmediatamente, de baja, ante la imposibilidad de abrir el negocio y la consecuente falta total de actividad durante un período cuya duración nadie puede predecir. "En cuanto al local, tengo la suerte de que, cuando empezamos con las obras, nos dieron varios meses de carencia y tenemos un pequeño margen para los pagos del alquiler", apunta. "Ahora, toca tener ánimo y paciencia y, en cuanto sea posible abrir, hacerlo todo lo mejor que podamos y cumplir con las expectativas que tiene la gente sobre este negocio", confía.

En cualquier caso, la mala fortuna de la pastelería que quiso abrir y no tuvo la oportunidad ha recibido una considerable atención social y ha corrido de boca en boca, de manera que, aunque el negocio no llegó a inaugurarse, ya se ha convertido en marca para sus potenciales clientes. "Mucha gente me ha dicho que no me preocupe que, en cuanto abra, van a pasar por aquí", asegura.