Está bien cumplir las normas de higiene, son necesarias, obligatorias. Están encaminadas a proteger a los usuarios de los supermercados que los dispensan a la entrada, a ellos, al resto de clientes, al personal y a los productos de alimentación, frente a la pandemia. Pero, ¿qué pasa cuando ya han cumplido su función?

Su color azul o transparente, los más habituales, los hacen inconfundibles. Comienzan a convertirse en un paisaje demasiado habitual en nuestras calles. Cuando ya han cumplido su función, los desaprensivos usuarios -algunos de ellos- los reparten por el suelo. “Para que se infecten otros”, clamaban recientemente en algunos lugares de la provincia, como en Benavente. Nadie ha dicho que el estado de alarma deje en suspenso el civismo, la limpieza o la educación. Más bien, al contrario.