De nuevo este 8 de marzo las mujeres salimos a las calles y plazas del mundo para recordar que la lucha del feminismo sigue en pie, más viva y necesaria que nunca, y más diversa también, porque se enfrenta a numerosas formas de opresión, que actúan y se interrelacionan entre sí, creando un perverso sistema de discriminaciones. La vida de las mujeres continúa marcada por las desigualdades; son tantos los derechos que se vulneran, que no es posible mirar para otro lado mientras la brecha de género se va haciendo más y más profunda.

Comenzando por lo más urgente, las violencias machistas desde que hay datos (2003) han acabado con la vida de 1.046 mujeres, una cifra incompleta ya que se invisibilizan otros asesinatos fuera de la pareja, pero que refleja una forma brutal de dominación que continúa asesinando, violando y oprimiendo muchas vidas. La raíz hay que buscarla en una educación machista patriarcal y sexual, basada en el "objeto de poder", y en una educación emocional pobre o inexistente.

Pedimos que se garantice la protección de las mujeres con la completa ratificación del Convenio de Estambul y que se dediquen recursos para combatir la violencia de género, también en prevención y sensibilización social.

Las mujeres queremos ser dueñas de nuestros cuerpos y que se garanticen los derechos sexuales y reproductivos, independientemente de la edad o identidad sexual, y una educación pública que incluya la perspectiva de género, antirracista y antixenófoba. Es preciso luchar contra la trata con fines de explotación sexual, contra los vientres de alquiler, que suponen una mercantilización del cuerpo de la mujer, y asegurar los derechos a los grupos que experimentan discriminación y vulnerabilidad: mujeres con discapacidad, emigrantes, LGTBTIQ+, etc.

Los recortes sociales y la crisis del sistema capitalista están profundizando la división sexual del trabajo y de nuevo somos las mujeres las que sufrimos directamente las consecuencias, realizando los trabajos más precarios y peor remunerados, con contratos parciales y una brecha salarial que supera el 30 % y es mayor aún en el caso de las pensionistas. Las tareas de los cuidados, sin retribución a pesar del enorme valor económico que representan, son invisibles y asumidos en su mayoría por mujeres, ya que la corresponsabilidad de los hombres y del Estado está muy poco asumida.

Necesitamos una transformación social, que tenga en cuenta la perspectiva del movimiento feminista, proponiendo otra relación con la sostenibilidad de la vida humana y el resto de especies. No existimos sin las otras formas de vida animal o vegetal, ni tampoco sin la tierra, porque somos seres ecodependientes.

La crisis climática y la privatización de recursos esenciales como la energía, el agua, el aire o los alimentos afecta cada día más a una buena parte de la población, y desde luego a las mujeres que son las que gestionan la economía doméstica de numerosos hogares y cuidan de los más vulnerables, recién nacidos o ancianos.

Reclamamos un cambio en la vida cotidiana, en la organización del tiempo, en la estructura del consumo y de la producción, y por supuesto un cambio de valores, que defienda lo común a través del apoyo mutuo.

Creemos, en definitiva, que el feminismo puede contribuir a alumbrar una verdadera transformación social.