Experto en neurociencia, el catedrático José Ramón Alonso Peña impartió estos días un curso en el Centro de Formación e Innovación Educativa (CFIE) de Zamora para mostrar a los profesores participantes la aplicación de esta especialidad en las aulas, para poder incentivar el aprendizaje de los alumnos. Crítico con los neuromitos -las ideas no científicas sobre el funcionamiento del cerebro- el que fuera rector de la USAL aboga por el método científico para sacar el mayor rendimiento posible al cerebro.

-¿En qué consiste la neurociencia?

-La neurociencia es el estudio multidisciplinar del cerebro, en el que trabajamos de forma conjunta biólogos, médicos, farmacéuticos, informáticos, psicólogos o físicos, con su distinto bagaje técnico, para intentar entender el cerebro, cómo funciona, los trastornos que tiene y cómo sacarle el máximo partido.

-Con todos estos actores, ¿cómo llega la neurociencia a convertirse en algo útil para la educación?

-En ciencia hemos avanzado muchísimo en las últimas décadas gracias a un término denominado medicina basada en la evidencia, que se centra en la aplicación del conocimiento científico para saber cuál es el mejor tratamiento ante un mal. Esa aplicación de la ciencia en la sanidad ha tenido resultados espectaculares y el planteamiento es que tenemos que hacer lo mismo en la educación: aplicar el conocimiento científico para que hagamos más cosas que mejor funcionan, no basadas en opiniones o porque siempre se hayan hecho así, sino con la herramienta de la ciencia.

-¿Y cuál es la herramienta que se utiliza en educación?

-En educación la herramienta con la que trabajamos es el cerebro del profesor y sobre la que trabajamos es el cerebro del alumno. Mucho de lo que se consigue en los laboratorios de neurociencia empezamos a pensar que podría tener su aplicación al aula.

-¿Cómo funciona el cerebro para aprender?

-El cerebro tiene circuitos de neuronas y uno de ellos se llama circuito de recompensa. Es el que nos da una sensación de placer cuando hacemos algunas cosas que son buenas, como, por ejemplo, cuando en día de mucho calor bebes agua fresca. No solo calmas la sed, sino que tienes una sensación de auténtico placer, el cerebro te dice que has actuado bien, porque sufrías el riesgo de deshidratarte. Y ese circuito interviene también en el aprendizaje. Por otra parte, el cerebro responde a los retos. Los exámenes tienen mala fama al ser estresantes, pero el cerebro responde a eso memorizando mejor, ya que sabe que luego le vamos a pedir que nos ayude en ese momento estresante en el que estamos. Otro ámbito importante es el de los hábitos, ya que el cerebro intenta automatizar cosas y se puede llegar a tener un buen hábito de disciplina. Por ejemplo, en carreras muy exigentes sorprende que muchos alumnos al mismo tiempo estén en el conservatorio, con prácticas de tres horas al día del instrumento. Y sucede lo mismo con los deportistas. A veces, los padres tienen miedo de que dediquen muchas horas a entrenar y no al estudio, pero resulta que los que hacen más actividad física tienen mejores resultados académicos.

-¿Se puede enseñar al cerebro a mejorar el aprendizaje?

-Sin ninguna duda. Y con aspectos tan básicos como la repetición. Si tú practicas algo con frecuencia, cada vez lo harás mejor y más rápido. También existen técnicas más sofisticadas, como la denominada ley de la curva del olvido, que dice que no se tiene que estudiar la misma materia todos los días, sino que hay que ir espaciando los repasos. Así dedicamos menos tiempo, pero la memorización es más eficaz. Eso lo hemos visto en laboratorio y lo podemos utilizar en nuestro día a día para obtener mejores resultados.

-Entre todas estas técnicas también se cuelan los denominados neuromitos. ¿Es sencillo combatirlos?

-Es complicado, porque al final son negocios. En algunos casos, son errores que se repiten constantemente y se perpetúan y, en otros casos, hay intereses detrás, como la venta de un método muy caro, pero sin ningún fundamento científico. Hay que desarrollar el sentido crítico, ver en qué se basa y qué argumentos hay a favor. Nos encontramos con que hay muchas cosas ampliamente distribuidas en los sistemas educativos y al final terminan haciendo daño, porque quitan energía y tiempo. Y son cosas que nadie ha demostrado que funcionen.

-¿Podría ilustrar algún ejemplo de neuromitos?

-Hay métodos que abogan por hidratar el cerebro, por lo que antes de la clase el niño tiene que tomar dos vasos de agua. El cerebro ya tiene una zona que está pendiente del nivel de hidratación y si nota que ha bajado, genera un mecanismo que se llama sed. Salvo en una persona mayor que tenga algún problema cerebral, un niño no tiene que beber más agua de la que le apetezca, esa agua no mejora en absoluto el aprendizaje. Otro ejemplo serían los estilos de aprendizaje, con niños que son más visuales, es decir, que aprenden mejor con imágenes, otros auditivos, que lo mejor es decirles las cosas y hacer una charla y otros son cinestésicos, para hacer cosas con las manos. Algunos clasifican a los niños en estos estilos de aprendizaje, pero estudios científicos han demostrado que los estilos de aprendizaje no tienen ningún fundamento. Por último, todos los años tenemos en España la discusión sobre los deberes. La gente se pone a opinar y lo que hay que hacer es ver grupos de niños que hayan tenido una hora de deberes, otros tres, otros más juegos y comparar para tomar las decisiones basadas en datos. Nos falta el método científico en el mundo de la educación. La opinión es muy respetable, pero no tiene ninguna fuerza. Los centros educativos, desde escuela hasta la universidad, deben convertirse en centros de investigación directa y aplicada y lo pueden hacer maravillosamente.

-¿Qué está en la mano del profesor para mejorar el aprendizaje?

-Todo, pero hay cosas que son fundamentales, como el tema de la neurodiversidad, entender que no todos los niños son iguales. Yo, por ejemplo, tengo a alumnos con autismo y lo aprovecho como una riqueza para todos. No es un problema, sino que me siento afortunado de tener alumnos diferentes. Hay que conseguir generar buenos hábitos y romper con los malos, lograr que lean, que su cerebro tenga retos nuevos, más allá del que supone un examen. También puede ser viajar a un sitio distinto o aprender otro idioma. Creo que los profesores lo que tienen que hacer es cambiar los verbos del trabajo que hacemos.

-¿En qué sentido?

-Nuestra función va a ser más orientar y abrir puertas, no tanto decirles lo que tienen que hacer, sino guiar ese aprendizaje. Tenemos que conseguir que sean más autónomos y más críticos, lograr que tengan unas bases sólidas y, al mismo tiempo, que sean muy flexibles y aprendan a trabajar en grupo de verdad, porque lo necesitará para cualquier trabajo. Por otra parte, antes el problema estaba en conseguir información y ahora estamos abrumados, así que lo importante es saber distinguir si esa información es fiable o no.

-Así que el profesor está cambiando su rol.

-Quizá la gran virtud del siglo XXI sea la creatividad y hay que saber desarrollarla en cualquier profesión. Los alumnos deben entender que las cosas cuestan y las importantes más. Para ser bueno en algo tienes que dedicar tiempo y esfuerzo. El nivel del profesorado es excelente, comprometido y con ganas de aprender y mejorar. Nos debemos sentir orgullosos, porque están pendientes de sus alumnos y sacan lo mejor de todos ellos. Los padres les dejan a sus hijos para que les abran las puertas del futuro y tienen una gran influencia en ellos.