El próximo viernes, el escritor zamorano Ángel Fernández Benéitez acompañará al poeta valenciano José Iniesta en la presentación de su último libro. Será en el salón de actos de la Biblioteca, a las 20.00 horas.

No soy diestro en las clasificaciones que exigen el uso de la razón y precisan de severo estudio. Dejo esa tarea para los sesudos universitarios y los eminentes críticos. De José Iniesta sé poco. Las solapas de sus libros no aportan su currículum vitae ni falta que hace.

"Llegar a casa" parece una convocatoria poética. Digo "parece", aunque la equivocidad de la palabra poética es, para mí, un motivo de fascinación, sin equivocidad no hay poema que valga. Esa equivocidad permite al lector construir su propio poema; sentir las palabras ajenas haciéndolas propias. Me pregunto si la casa de José Iniesta es sólo su vivienda. Y yo mismo me respondo no, no. Es más. Es el hogar de su amor y en ese hogar arde su cántico. Así que, todavía más, su casa es la poesía misma, el cántico mismo. La casa es el libro.

A su cántico convoca a familiares, amigos y poetas, para la celebración y reparte, como buen anfitrión, el pan (su palabra). Y la hace a todos los que se acercan a su mesa y la saben todos, la degustan "igual que una mañana o una tarde", que decía Claudio Rodríguez de su propia voz. "Dar el pan", el segundo poema del libro, es una celebración eucarística, porque el pan que reparte el padre, Iniesta, en su mesa es el amor.

Tengo por cierto que los tres libros que mejor conozco de José Iniesta me emocionan y para ser objetivo voy a preguntarme por qué. Quizá al enumerar las respuestas me aclare.

Primero, porque en su uso de la lengua no existe violencia ni sintáctica ni semántica (entiendo por violencia lingüística la escritura de nuestros clásicos barrocos). El discurso poético de Iniesta está marcado por la naturalidad, concepto que está vigente desde Garcilaso, Fray Luis de León, Juan de la Cruz, por echar la mirada hacia atrás, pero que regresa a nuestras letras con Bécquer y luego, ayer mismo, con los poetas llamados de los Cincuenta, por recordar a algunos: Ángel González,José Ángel Valente, Francisco Brines y Claudio Rodríguez.

Segundo, porque José Iniesta recupera o pretende recuperar la noción de cántico en la poesía. San Juan de la Cruz lo practicó con una de las estrofas más cantarinas que existen en nuestra poesía: la lira; sin embargo, Luis Cernuda prosificó su cántico sin desprenderse del ritmo, pero sí de la rima, lo mismo que García Lorca en "Poeta en Nueva York". Para mi gusto, que no es el de Fernando Aramburu, abundan los poetas sordos. A mí, personalmente, me gustan los cantarines. Ni siquiera le hago ascos a Joaquín Sabina, aunque algo sus ripios me incomodan. José Iniesta no usa tales. En Iniesta el canto se purifica, se cristaliza en las secuencias imparisílabas y se eleva en oraciones admirativas o se ahonda en interrogaciones salvíficas, como si de una salmodia se tratase. Y, ve ahí, que noto yo un parentesco, una familiaridad con el tono interjectivo de Claudio Rodríguez y con sus preguntas casi coloquiales. Las inquisiciones de Iniesta se contestan a sí mismas de tal modo que en su tono hay cierta ambivalencia (o la siento yo): pregunta o admiración.

Tercero, (aquí caigo en la subjetividad total) por envidia. El cántico arde, el poema es una brasa ardiente, en la que el poeta mismo se consuma, pero que a mí me también me consuma, incluso me consume, como parte de un todo. Todos los poemas de Iniesta son hospitalarios, más aun los de "Llegar a casa"(Se me viene a la cabeza la Oda a la hospitalidad de Claudio). Los poemas de Jose te hospedan, te acogen sin dolor, te recogen como la mejor poesía, esa madre fértil, bendita, en cuyo seno algunos descansamos: Esa "casa" a la que él llega e invita a entrar.

Y cuarto (que no es poco), el amor, porque "Llegar a casa" también es un libro de amor, del más perfecto amor, amor a la belleza, al bien. Al Eros más puro que en "El banquete" de Platón se postula como fin supremo. La invitación se hace explícita en sus dedicatorias. Llegar a la casa de José, estar dentro de ella con amigos, es un banquete en el que me siento a gusto y que agradezco profundamente emocionado.

El cántico es nítido y dulce al oído, salvífico como un salmo. Y eso también es un don bajo la "alta bóveda" que contiene el amor, pues "Llegar a casa" es, en suma, un libro de amor al que cualquiera está invitado.

"Porque en las tinieblas sagradas hay luz latente", dice Víctor Hugo, y añado , entre las tinieblas de la vida, surge la luz del poema, el resplandor del cántico que arde. En los poetas del Mediterráneo luminoso, como Juan Gil-Albert, Francisco Brines o José Iniesta, también en los poetas de la niebla y del frío mesetario.