Patrono de la Fundación Trilema, institución que gestiona el antiguo colegio María Inmaculada desde hace ya dos cursos, José Antonio Marina visitó esta semana las instalaciones del centro educativo, donde aprovechó para reunirse con padres, equipo docente y alumnos. Filósofo, escritor y defensor a ultranza de una nueva metodología educativa, Marina apuesta por un cambio de modelo formativo, donde las nuevas tecnologías estén presentes, pero sin perder el rumbo de aspectos tan importantes para el futuro de los alumnos como el pensamiento crítico o la cultura del esfuerzo.

-Es la primera vez que visita el colegio Trilema de Zamora, ¿qué tiene de especial una educación en un colegio de estas características?

-Se trata de una fundación que tiene muchísima experiencia en la formación de profesores y en la organización de centros, que se ocupa ya de gestionar directamente seis en España. Se ha conseguido poner en práctica lo que llevaba mucho tiempo aconsejando a los demás, que es que la educación en este momento necesita renovarse. Sabemos muchas cosas de cómo conseguir que el aprendizaje sea más eficaz y rápido, que todos los niños puedan aprender y que haya que darles más protagonismo. Ellos no son tan revoltosos como parece cuando son pequeños o tan alterados en Secundaria. Cuando se les da responsabilidad y se les exige, responde muy bien. Pero primero hay que presentar el proyecto con entusiasmo y, en segundo lugar, darle el sentido de porqué se está aprendiendo eso.

-¿Solicitan los niños ese razonamiento?

-Claro, siempre pueden preguntar para qué les sirve aprender determinadas cosas, es una pregunta muy habitual y los profesores tienen que saber contestarla y tomarse todo el tiempo necesario para que los alumnos lo entiendan. Si no lo consiguen, es mejor que dejen de dar clase.

-¿Qué metodología se sigue en Trilema?

-Se trata de una metodología muy activa y flexible, porque tenemos que aprovechar a todos los alumnos. Todos deben aprender. Desde el patronato de la fundación, al que pertenezco, estamos muy pendientes de lo mejor que se está haciendo en materia de educación en todo el mundo. Puede parecer un argumento soberbio, pero es humilde, decir que creo que esta es la mejor pedagogía que hay, porque si hubiera otra, la copiaríamos sin absolutamente ningún tipo de rubor.

-¿Por qué existe ese miedo al cambio del modelo educativo?

-El sistema educativo es muy grande como digo en mi libro "Despertad al diplodocus", comparándolo con un ser enorme pero muy dormido. Cuando se quiere cambiar un sistema, inmediatamente, se generan técnicas de autodefensa. Nadie quiere cambiar no porque no piense que no hay que hacerlo, sino porque le da miedo el cambio. Cuando Trilema se encargó de la gestión de varios colegios, lo primero que se hizo fue contar con el profesorado, convencerlo de que había que cambiar costumbres. Y, hasta el momento, está teniendo éxito. Lo que hay que hacer es graduar su cambio para que, en muy poco tiempo, tenga éxito y ellos sigan caminando solos.

-¿Y qué ocurre con los alumnos?

-Hay un derecho infantil por el que yo estoy peleando para que se incluya en los Derechos del Niño, que es que pueda sentir la experiencia de éxito merecido alguna vez en la escuela. Nosotros tenemos que organizar las cosas para que el niño sienta que ha sido capaz, porque es una sensación tan estupenda, al igual que para los adultos, que va a querer sentirla otra vez. Y así ya ha mordido el anzuelo educativo.

-¿Es posible seguir enseñando con las herramientas y disciplinas del siglo XX?

-Todas ellas son vigentes, lo que hay que cambiar es el modo de enseñar. No se trata ahora de inventar cosas extravagantes, porque los niños tienen que seguir aprendiendo a multiplicar. Lo que pasa es que hay que enseñar cosas que se suponía que se estaban haciendo, pero con un enfoque distinto como, por ejemplo, aprender a pensar. Conviene afinar mucho el método para que los niños aprendan literalmente a pensar a través de las asignaturas. En los pasillos de este colegio se pueden ver muchos carteles con la palabra metacognición, que no es nada más que una reflexión acerca de cómo se está pensando, el por qué, por ejemplo, no les ha salido bien un problema. Cuando los alumnos se dan cuenta de que el pensamiento no es una cosa que viene milagrosamente, empiezan a tener la conciencia de que ellos dominan su pensamiento. Y eso hace que también tomen las riendas del aprendizaje, se evalúen, conozcan en qué van bien o mal y vean cómo progresan. Eso es todo un impulso para ellos. Un problema de las escuelas es que todos los niños entran con ganas de aprender y suelen salir con ganas de aprobar. Por medio hemos perdido el gran motor de aprendizaje que hay y que es el de disfrutar aprendiendo.

-¿Por eso apuestan por un sistema de proyectos?

-No es algo mágico, tienes que fijar lo que tienen que aprender y una vez que se define, en vez de dárselo por lecciones, se aprende mientras hacen un proyecto. Se dan cuenta del sentido que tiene lo que están estudiando y pueden graduarse si les está sirviendo o no. Y una vez que lo consiguen, hay una fiesta para celebrar lo que han aprendido, porque lo que queremos es que mantengan durante toda su vida la pasión por aprender. Todo ello da un clima de aprendizaje general no solo entre los alumnos, sino también con los docentes.

-¿Las aulas se tienen que abrir definitivamente a las nuevas tecnologías?

-Han venido para quedarse, pero tenemos que mejorar su aplicación en la escuela. Estamos utilizando las nuevas tecnologías para sustituir el libro de texto o para buscar información, con lo cual no acaban de estar integradas dentro del mismo proceso de aprendizaje. Eso es lo que estamos intentando mejorar, porque nos resolvería sobre todo el problema de una educación personalizada, que es lo que desean los profesores. Cada alumno es diferente y en una clase es complicado hacerlo. Pero el buen uso de las nuevas tecnologías nos lo facilitaría mucho si consiguiéramos, por ejemplo, que un mismo programa estuviera hecho en tres versiones diferentes según el nivel, la rapidez y el estilo de aprendizaje de los alumnos.

-¿Cuántos tipos de aprendizaje puede haber?

-Nosotros tenemos como mínimo tres velocidades de aprendizaje: la estándar, que es la normal; la de los niños que van más lentos, que a lo mejor son muy inteligentes, pero aprenden con más lentitud y cuando lo hacen van como motos; y los que aprenden más rápido, con altas capacidades, que si no los cuidamos se nos van. Necesitamos por lo menos tener esas tres velocidades de aprendizaje y para eso las nuevas tecnologías nos pueden ayudar muchísimo.

-Ha mostrado su preocupación por la relegación de las humanidades en favor de los aprendizajes más técnicos, ¿qué consecuencias podría tener?

-Es una tendencia en todo el mundo. En la última ley educativa de Estados Unidos, firmada por Obama, se insistía en las STEM, es decir, ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas. Eso tiene un problema de ciclo social grave, porque en este momento estamos teniendo que tomar decisiones sociales muy importantes de acerca de dónde va a ir el mundo y quienes están trabajando más en ambiciosísimos programas educativos no son los sistemas estatales de educación, ni siquiera las universidades, sino las grandes empresas de informática. Ellas quieren ser las educadoras del mundo y son gente muy lista con mucho dinero. El presidente de Google ya ha anunciado que su empresa quiere ser el tercer hemisferio cerebral de todos los humanos y eso significa que no se pueda pensar sin Google. Además, la manera en cómo están organizando estos sistemas de aprendizaje son muy rápidos, muy controlados y dependiendo de sus creaciones.

-¿Hay ya algún ejemplo?

-Microsoft está invirtiendo mucho lo que denomina "adaptive learning" donde se prevé dar a cada niño de cada escuela un tutor digital que le vaya acompañando en los procesos de aprendizaje, que vaya recogiendo todos los datos de ese aprendizaje y que sea el programa de ordenador su tutor, que se los adapte. Es algo estupendo, pero llegará un momento en el que el desembarco de la inteligencia artificial en la escuela planteará el problema de que solo se van a manejar conocimientos, no valores ni emociones.

-¿Sería muy peligroso perder ese espacio?

-Esa otra parte de la cultura es verdaderamente necesaria recuperarla, la que llamamos humanidades, donde están todas las creaciones de la inteligencia humana para resolver los problemas que no resuelve la ciencia, como son la convivencia, la justicia, la ética o la espiritualidad. Si dejamos fuera todo esto, se puede producir una amputación del ser humano realmente seria. Ya lo estamos viendo y nos lo tenemos que tomar muy en serio.

-¿Cómo hay que actuar?

-El problema importante es quién va a tomar las decisiones, así que lo que tenemos que hacer es ir enseñando a todos nuestros niños, y sobre todo adolescentes, en formar su inteligencia para que tomen buenas decisiones. Para hacerlo tienen que tener información, por supuesto, pero también saber gestionar las emociones, desarrollar lo que llamamos las virtudes de la acción, como pueda ser soportar el esfuerzo, la frustración, saber disfrutar de lo bueno y aguantar lo malo. Ese tipo de inteligencia es la que tenemos que formar, además de saber aprovechar el conocimiento y la información de las máquinas. Pero que sepan nuestros alumnos que lo importante es cómo forman ellos su personalidad para ser capaces de tomar decisiones a lo largo de toda su vida por una razón muy clara. Estamos diciendo como si fuera una cosa trivial que el 65% de los puestos de trabajo donde van a estar los alumnos que ya están en la escuela no se han inventado. No sabemos con qué herramientas van a trabajar, con qué conceptos van a pensar ni a qué problemas se van a enfrentar. Por eso lo que les enseñamos es a que desarrollen los recursos intelectuales, emocionales, éticos y ejecutivos para que cuando llegue el problema estén en condiciones de enfrentarse a ello. Es un modo distinto de enfocar la educación, nos interesan las competencias y las habilidades, por supuesto, pero, en último término, eso tiene que estar organizado dentro de la personalidad de ese niño que se está construyendo durante los años que están en la escuela.

-¿Enseñarles a tener un pensamiento crítico es también fundamental?

-Es lo que garantiza la libertad de las personas en una sociedad en la que los mecanismos de persuasión son altísimos. Y además con una especie de condescendencia con respecto al pensamiento no crítico. Si eso lo unes hacia las nuevas tecnologías, sobre todo Twitter, donde se tiene que dar mensajes muy cortos, lo que se queda fuera son los argumentos, porque son largos. Vivimos con los "me gusta" o "no me gusta", opiniones cortas, clicks publicitarios, insultos y consignas. Todo eso va creando una especie de desarme del pensamiento crítico que nos puede hacer muy borregos a todos.

-¿Cómo empezar a enseñar el pensamiento crítico en niños?

-De una manera muy sencilla. Cuando alguien te diga una cosa, pregúntale "¿y tú cómo lo sabes?" y espera a ver qué te dice. Si no te dice nada, no le hagas ni caso. Todo el mundo tiene no solo el derecho, sino la obligación, de hacer esta pregunta y quien quiera que le hagamos caso tiene que saber contestar.

-¿También se está perdiendo en las aulas la cultura del esfuerzo?

-Están convergiendo muchas cosas que están fortaleciendo una especie de rechazo del esfuerzo. Por ejemplo, algo muy lógico es que los padres quieran que sus hijos sean felices, pero eso no significa que no tengan que esforzarse. Ser feliz significa no que lo sea esta misma tarde, sino prepararle para que tenga las mejores posibilidades para ser feliz el resto de su vida. Eso significa que tiene que formarse para que aguante las frustraciones, no se le puede proteger hasta que se muera. Por otro lado, ahora se ha considerado que está mal decir que a la escuela se viene a trabajar y todo se convierte en un juego. Ojalá pudiéramos vivir jugando y aprovechando el juego para hacer cosas, pero gamificar todo es una estupidez absoluta. También se le da mucha importancia a la motivación, pero hay que enseñarles que hay cosas que deben hacerse, aunque no tengas ganas y que, por lo tanto, la motivación llega hasta un límite. El concepto de deber se ha quitado como práctica educativa, pero hay cosas que hay que hacer porque es tu obligación, igual que lo hacen tus padres o el profesor. El papel que tiene el esfuerzo en la escuela es algo indispensable, pero hay niños que por mucho que se esfuercen no lo consiguen.

-¿A qué se debe?

-El porcentaje del éxito o fracaso educativo que depende exclusivamente de la escuela no llega el 40%, el resto viene por otros factores, el más importante es la procedencia socioeconómica de los niños. Por eso tenemos que ayudar a las familias y colaborar con ellas. Y debemos hacer todo lo posible por que los niños entren cuanto antes en la escuela, ya que es el medio más eficaz para poder compensar los déficits educativos que tienen. También influye el ambiente y si estás en uno que favorece el aprendizaje te va a ser más fácil. Por eso insisto en que para educar a un niño hace falta la tribu entera, porque todos estamos colaborando.

-¿Qué se aportó con la elaboró el "Libro Blanco sobre la Profesión Docente"?

-Lo que más llamó la atención fue acerca del proceso de formación del profesor. El docente tiene que estar muy bien formado y además actualizarse continuamente, porque el mundo cambia y él también tiene que hacerlo. Aparte de decir qué destrezas tenía que tener, se ve nuestro sistema educativo nunca se ha preocupado por la formación del profesor. Ha habido profesores excelentes, pero todos autodidactas.

-¿Qué características tiene el profesor español?

-La profesión de docente en España, como en Francia, es muy individualista. Se colabora muy mal con otros compañeros y cada uno en su aula quiere estar solo, le molesta mucho que alguien venga a ver cómo dar clase. Así no se puede progresar. Yo revisé el estudio Talis sobre docentes de Secundaria en más de veinte comunidades europeas y cerca de la mitad de los profesores españoles decían que nunca les había dicho nadie si estaban dando bien o mal las clases. Eso es algo disparatado, pero cuando propuse en el Libro Blanco que los profesores tendrían que someterse también a una evaluación me llovieron todo tipo de críticas y hasta insultos y amenazas. Lo veían como algo imposible, los profesores habían pasado una oposición y así habían demostrado su valía. Es cierto, pero a lo mejor no trabajan, ni estudian, ni se actualizan y eso es un proceso continuo.

-¿Qué descubrió con ese trabajo?

-La docencia es como la cirugía, no basta con que sepas la teoría, tendrás que haber hecho alguna operación. Hay una parte que solo se aprende con la práctica y ningún profesor en su carrera ha tenido prácticas. Por eso hacíamos una sugerencia de algo muy parecido al MIR sanitario, para que los profesores también estuvieran dos años de prácticas, un periodo obligatorio de formación para comprobar su valía dando clase, ya con un sueldo. Se trataría de una formación con un proyecto tutorial muy estructurado, para saber cómo se dan las clases, vigilando para saber cómo se está haciendo, al igual que se hace con los médicos, porque alguien opera de apendicitis por primera vez tiene al jefe de cirugía a su lado.