Se acabó la campaña, la tercera y última de este 2019. Ya no hay tiempo para más. Esta vez, y tras el cambio de norma, los partidos han tenido "solo" ocho días para pedir el voto. Más que suficiente para muchos ciudadanos divididos entre el hartazgo que generan estos procesos y la responsabilidad de escuchar las propuestas de los candidatos para actuar de forma consecuente en las urnas.

En Zamora, esta semana ha discurrido a medio gas, en sintonía con esa desafección de la gente y con la ausencia de los carteles que en las campañas cotidianas decoran las calles principales. Tampoco ha habido grandes visitas. Ni uno solo de los líderes nacionales de los partidos se ha pasado por la provincia en toda la campaña. Pedro Sánchez lo hizo poco antes. El resto ni amagó con venir a un territorio donde se disputan tres escaños y, en realidad, dos de ellos están prácticamente asignados al PP y al PSOE.

A pesar de todo, los socialistas sí han hecho un esfuerzo por dotar de normalidad a la campaña y por exhibir una cierta ambición. La formación encabezada por Antidio Fagúndez no solo organizó el acto con Pedro Sánchez en la precampaña. También trajo a la provincia a Adriana Lastra, Emiliano García-Page y Ander Gil durante los primeros días de noviembre. El PSOE ha transmitido la idea de que cree verdaderamente en sus posibilidades de lograr los dos escaños.

De hecho, a lo largo de estos días, los socialistas se han afanado en postularse como única alternativa real en la izquierda. La incomparecencia de Unidas Podemos en la provincia ha reforzado a Antidio Fagúndez y a los suyos, que han alternado mensajes contundentes con explicaciones didácticas para tratar de convencer al electorado de que su proyecto es el dique contra las tres derechas en Zamora.

José Fernández llegó a decir que apoyar a Unidas Podemos en la provincia es "tirar el voto a la basura", o a amenazar con una posible entrada de Vox si el PSOE no eleva sus perspectivas electorales hacia un porcentaje eliminatorio para la tercera fuerza.

Los socialistas han apoyado este mensaje político en propuestas concretas como la de Monte la Reina, la más repetida en campaña, o la de la A-11, una autovía que ya es como el lobo de la fábula. Cuando realmente vaya a llegar, nadie se lo creerá.

Por su parte, el Partido Popular ha mantenido un tono más bajo durante la campaña. Esta vez no ha venido Pablo Casado, ni siquiera en las semanas previas. Tampoco otros líderes nacionales de segunda, tercera o cuarta fila. El apoyo ha sido Alfonso Fernández Mañueco, que ha estado dos veces en la ciudad para servir de altavoz para el mensaje.

El presidente de la Junta estuvo en la pegada de carteles y en un acto que el partido organizó en su propia sede el lunes. En ese mitin, Mañueco resumió la idea del PP en esta campaña: la forma más segura de evitar que Pedro Sánchez continúe en la Moncloa es apoyar al partido mayoritario de la derecha. Con esa idea, los populares han tratado de llegar a su electorado y de controlar las fugas a Ciudadanos y a Vox.

Ya en los últimos días, el presidente provincial del PP, José María Barrios, alertó del peligro de que la derecha duplique en votos a la izquierda sin que esa realidad se vea plasmada en escaños por culpa de la dispersión del voto. Habrá que ver si cala ese mensaje y también el de la amenaza sobre la situación económica. El candidato al Senado se ha encargado, personalmente, de referirse cada día a "una crisis que ya está aquí", con la sombra del 2008 flotando sobre sus palabras.

Como contrapunto a estos planteamientos, el candidato de Ciudadanos, José Antonio Bartolomé, ha vendido el proyecto naranja como el único capaz de mantenerse como dique contra el bipartidismo. Dicho de otra manera, su punto de vista es que el voto al partido de Albert Rivera es el útil para los electores moderados descontentos con el Partido Popular y el PSOE.

Como es costumbre en la casa, Bartolomé ha tenido que hacer la campaña sin demasiados apoyos y condicionado por las malas encuestas. De fuera solo se presentó el vicepresidente de la Junta, Francisco Igea, y se encontró con una protesta sindical que anuló el alcance de cualquier otro mensaje. El presidente de la Diputación, Francisco José Requejo, se ha mantenido al margen. A pesar de ello, el objetivo de Ciudadanos es conservar el escaño.

Uno de los escollos para la formación naranja es la presencia de Vox y sus perspectivas de crecimiento. La formación de ultraderecha no ha aparecido en exceso en campaña, más allá de las visitas rutinarias. Eso sí, en el cierre, la dirección provincial logró traer a Zamora a Javier Ortega Smith para buscar un último espaldarazo. Con un candidato local llegado de Madrid, sin experiencia y sin demasiada elocuencia, el discurso del líder nacional es la baza de la organización para atraer a los indecisos de la derecha y para consolidar un resultado que pretende reproducir en otras circunscripciones pequeñas.

El quinto partido en discordia es Unidas Podemos, que ha planteado una campaña triste, sin actividad, derrotista y reveladora de una estructura en desbandada que ha optado por el silencio ante las malas perspectivas. El candidato, Alejandro Rodríguez, apenas se ha dejado ver. Tan solo en un acto con el líder autonómico, Pablo Fernández. A partir de ahí, ni una sola comunicación a la prensa, ni un evento que haya trascendido públicamente y, por supuesto, ni una visita de los dirigentes nacionales. Lejos queda aquella pegada de carteles de diciembre del 2015 en Villaralbo.

De este modo llega cada partido al sábado de reflexión. Los ciudadanos deberán asimilar ahora los mensajes y decidir en consecuencia. Zamora dejó aparcado el bipartidismo en abril; la duda se centra en si opta por regresar, conserva el cambio o explora otras vías tras el 10N.