Si lo primero que se divisa desde lejos en nuestros pueblos es el campanario de la iglesia, también de lejos lo primero que se escucha es el sonido de sus campanas, que cuando tocan a muerto, por aquí decimos "encordar", al oírlas, un sentimiento de tristeza recorre la espina dorsal calando hasta el alma. Casi a la vez todos dan un respingo al escucharla y como un reguero de pólvora la pregunta... ?"¿quién se habrá muerto?"? se va extendiendo calle por calle formándose los corrillos entre vecinos, intentando adivinar quién de los enfermos que "estaban a punto" sería, o acaso hubiese ocurrido una desgracia fatal.

Ya en la casa del fallecido después de irse el médico si lo había en el pueblo para certificar la muerte y el cura para aplicar los sacramentos, la familia ayudada por los vecinos amortajaban al difunto y lo vestían con las mejores ropas, se le anudaba un pañuelo negro desde la barbilla a lo alto de la cabeza para que la boca quedase cerrada, luego se le quitaba. Una vez terminado de vestir, en algunos pueblos se le solía tapar manos y cara con sendos pañuelos blancos permaneciendo el cuerpo sobre la cama hasta que llegase el ataúd o "la caja" como se la conocía y que era construida a medida por algún carpintero del pueblo, ya que antes no se compraban de fábrica como ahora, incluso antiguamente, cuando ni siquiera había "cajas", los muertos eran llevados al cementerio en andas, se depositaba el cuerpo en "la hoya" y se volvía a dejar en la caseta del cementerio para el siguiente. En el de Riofrío todavía se conservan.

Como no existían los tanatorios como ahora en algunos pueblos, el velatorio se hacía y se sigue haciendo aún en casa, para ello se desaloja la habitación más grande, que solía ser el comedor o a veces en "el astro" o entrada a la casa donde se colocaban pegados a la pared, banquillas, taburetes o sillas para que se sentasen cuantos acudían a acompañar a la familia que permanecía al completo, por supuesto vestida de negro, para recibir el pésame. Al anochecer ya solo quedaban los más allegados. Un día con su noche era velado por familiares vecinos.

Todo el tiempo se pasaba entre rezos de rosarios y bendiciones ya que se ponía al lado de la caja una pequeña mesa con una taza con agua bendita y unas espigas atadas con un hilo que a modo de "paternoster" o hisopo con las que se mojaba y se bendecía al fallecido, esto lo hacían sobre todo las mujeres. También sobre la mesa se depositaban unas monedas "limosna" destinadas para aplicarle misas por el difunto y una palmatoria con una vela siempre prendida.

Una vez conocido el fallecimiento en el pueblo, el juez de la "Cofradía de la Santa Cruz" a la que eran apuntados todos los nacidos, mandaba a los tres vecinos que les tocaba "por roda" abrir "la hoya" o sepultura en el lugar que tocaba del cementerio.

A la hora elegida para el entierro, se cerraba la caja que había permanecido abierta y se traslada a la iglesia acompañados por los rezos del sacerdote a hombros de familiares y vecinos para la misa de entierro.

Antiguamente en el ofertorio de dicha misa, un familiar del difunto ataviado con la típica "casaca" que es una especie de gabán de paño pardo con mangas, iba "a ofrecer", acto que consistía en llevar ante el altar una jarra de vino y una vela. Una vez finalizada la misa se traslada a hombros hasta el cementerio para darle sepultura a cargo de los mismos que por roda le tocó abrir la hoya y algún voluntario más que siempre colaboraba.

Una vez finalizado el sepelio, el cura rezaba unos responsos y se regresaba a la iglesia rezando el Rosario donde terminaba el entierro.

A lo largo de la semana se celebraban tres "misas de oficio" donde se cantaba el oficio de la liturgia de los difuntos en latín por el párroco y el sacristán. En estas misas eran las mujeres las que llevaban "la ofrenda" que consistía en una cesta de mimbre adornada con un paño blanco donde iban depositadas cuatro velas y un trozo de pan de hogaza, también se hacía en bodas y bautizos, celebraciones donde lucían dichas velas. Al término de las ofrendas el cura se acercaba y les echaba unos responsos conocidos como "los recorderes" ("Ne recorderis peccata mea, Domine") por lo que recibía de ellas una "limosna" que era el trozo de pan de hogaza con una "perra" o moneda "esperada" (clavada) en él o bien sólo la limosna en metálico, también entregaban el estipendio en metálico, una "perra chica" o "una perra gorda" los demás fieles en fila, primero los hombres, después las mujeres.

Al final de la última misa de oficio se celebraba la llamada "comida de oficios" compartida por toda la familia reunida.

También existía la costumbre de rezar los rosarios, que consistía en hacerlo las nueve noches siguientes en la casa del finado.

Algunas de estas costumbres siguen vigentes actualmente en nuestros pueblos.